SACUDIÉNDOSE Y SUBIENDO
Después de aparecerse a
los discípulos durante 50 días, el tiempo de Pascua culmina con la fiesta de la
Ascensión y el domingo siguiente con la celebración de Pentecostés.
El
evangelio de Marcos 16,15-20 nos
muestra el hecho de la Ascensión que hoy celebramos, pero en el relato de Lucas
24, 46-53 es una imagen más explícita
de lo que aconteció en ese momento de la Ascensión de Jesús al cielo: “Mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos
se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban
siempre en el templo bendiciendo a Dios.”
¿Qué entendemos por la
Ascensión? Uno puede entenderla como esa huída del mundo, de
los problemas… ahora el Señor se fue
al cielo y aquí nos dejó con los problemas. Esta tipo de ascensión la desearíamos
muchos de nosotros… Cuantas veces uno sueña despierto, como fantaseando y
soñando un mundo ideal. ¿Quién no ha escuchado: “Estas en las nubes” o “estas
en babia”? Es decir, entrar en ese estado de trance de querer huir de la
realidad y soñar con un mundo mejor… el otro lado de la moneda es vivir en el
mundo de la queja y estar anhelando lo del vecino. En el fondo es esa
mentalidad que piensa que todo lo que le toca vivir aquí es un obstáculo para
la felicidad, y al final siempre está anhelando vivir otra cosa. Quien es rubio
quiere ser moreno, quien es bajo quiere ser alto, quien es relleno quiere ser
flaco, quien es flaco quiere ser más grande… al final uno nunca está contento
con lo que tiene y siempre es una huída de sí, soñando que otra cosa distinta
será siempre mejor. ¿Alguien se identifica con esto? Pues lo que dicen en el
cine: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
La fiesta de la Ascensión tiene otro significado…
y nos puede iluminar mucho a nuestro día a día. Jesús asciende al cielo en
cuerpo y alma gloriosos, y Él nos abre el camino al cielo… y nos invita a no quedarse atrapado en los pesimismos
del día a día, ni en la pesadez de los problemas. Lo que uno vive, por
miserable que sea, sólo por gracia de Dios – y si uno lo pide – puede ser
transformado: lo que es obstáculo en bendición, aquello que es trampa en
trampolín, y no dejarse aplastar sino elevarse por encima de los problemas… No
huir de ellos, no negarlos, no reprimirlos, sino que quedando afectado -pues
nos afectan las cosas- tener la capacidad de sobreponerse y desde la fuerza interior poder ponerse por encima. Os cuento un cuento que nos ayudará a
entenderlo:
Un campesino tenia una mula. En un lamentable descuido, la mula cayó en
un pozo que había en la finca. El campesino oyó los bramidos del animal, y
corrió para ver lo que ocurría. Le dio pena ver a su fiel servidora en esa
condición, pero después de analizar cuidadosamente la situación, creyó que no
había modo de salvar al pobre animal, y que más valía sepultarla en el mismo
pozo. El campesino llamó a sus vecinos y les contó lo que estaba ocurriendo
y les pidió para que le ayudaran a enterrar la mula en el pozo y así no
continuara sufriendo.
Cogieron las palas y cubos y empezaron a arrojar tierra encima de la
mula. Al principio, la mula se puso histérica.
Pero a medida que el campesino y
sus vecinos continuaban tirando tierra sobre sus lomos, una idea vino a su
mente. A la mula se le ocurrió que cada vez que una pala de tierra cayera sobre
sus lomos.
¡ELLA DEBIA SACUDIRSE Y SUBIR SOBRE LA TIERRA! SACÚDETE Y SUBE. sacúdete
y sube. sacúdete y sube!! Repetía la mula para alentarse a sí misma.
No importaba cuan dolorosos
fueran los golpes de la tierra y las piedras sobre su lomo, o lo tormentoso de
la situación, la mula luchó contra el pánico, y continuó SACUDIÉNDOSE Y
SUBIENDO. A sus pies se fue elevando el nivel de donde se apoyaba. Llegó el
momento en que la mula cansada y abatida pudo salir de un brinco de las paredes
de aquel pozo. La tierra que parecía que la enterraría, se convirtió en su
bendición, todo por la manera en la que ella enfrentó la adversidad…
La
Ascensión es el camino al que nos invita el Señor a ponerse por encima de los
problemas que nos abaten, sostenidos y elevados por su gracia, y en vez de
dejar que nos hundan, los podamos transformar en bendición. Así es como acaba
el Evangelio de Lucas: estaban siempre en el
templo bendiciendo a Dios.