18 mar 2012

IV Domingo de Cuaresma

Luz y Tiniebla (P. Luis Tamayo)

Estamos en el cuarto domingo de Cuaresma. Recordamos que este es un tiempo especial que nos regala la Iglesia para retomar lo esencial del cristianismo, la vuelta al amor de Dios, y por ello aprender a discernir donde nos quedamos atascados en tentaciones que nos distraen y nos desvían de lo esencial. En esta Cuaresma tenemos 5 reflexiones sobre ciertos aspectos de la incansable tentación que nos acecha y la necesidad de discernirlas.

Ya dijimos que la tentación es parte de la dinámica de nuestro ser humanos. La tentación en sí misma no implica un mal; es sólo la invitación a una forma de mal. Jesús, como verdadero hombre también conoció la tentación. Otra cosa es el consentimiento de la tentación. La dinámica de la tentación siempre busca deslumbrarnos con la apariencia de bien y de atractivo con algo que al final nos va a conducir a la amargura y al dolor. Por eso la importancia del discernimiento para una doble tarea: reconocer como se disfraza el mal y tener un espíritu fuerte para rechazarlo.

Juan 3, 14-21: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (…) la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.”

El Evangelio de hoy juega con dos imágenes: La luz y la tiniebla. El discernimiento es ese pequeño ejercicio de examen de nuestros pensamientos, palabras, obras y omisiones que nos ayuda a iluminar y desenmascarar a la tentación, es decir, poner luz donde hay tinieblas y poca claridad.

El evangelio lo pone claro: “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”… El Hijo vino para amarnos, para darnos la posibilidad de un amor que nos dignifica y fortalece para alcanzar en esta vida a ser aquello que captamos como lo más grande para nuestras vidas y también para alcanzar una vida eterna en el gozo del amor divino. Esta es la única misión de Cristo, Él vino para nuestro bien, para nuestra felicidad aquí en esta tierra y la eterna. El es el camino para la verdadero sentido de vivir, el único que posibilita la plenitud del corazón del hombre.

Pero, fijaos como continúa el Evangelio: “la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz”. Es tremendo! es verdad! pues sabiendo donde está la Luz y cual es el camino, muchas veces preferimos permanecer en la tiniebla. ¿Cuál es la tentación aquí? Es permanecer en la arrogancia de creer que sabemos más que Dios. Preferimos la tiniebla a la luz, y somos nosotros quienes decidimos lo que está bien según nuestros criterios.

Una persona me decía una vez que sabia que estaba haciendo daño a su cónyuge, pero que no aceptaba que la otra persona tuviera la razón… la persona estaba convencida de que ceder era de débiles y personalidad frágil. Ahí la tentación, la mentira, la tiniebla que crea la soberbia… “prefería la tiniebla a la luz”.

Pidámosle al Señor el poder descubrir donde hay tinieblas y oscuridad en mi vida para no sólo arrojar luz, sino tener la fuerza de “caminar hacia” y “vivir en” la Luz.

4 mar 2012

Cuaresma II, REFLEXION Evangelio Semanal

“Que bien se está aquí”... Cuidado! el diablo también se disfraza con apariencia de bien. (P. Luis J. Tamayo)

Estamos en el segundo domingo de Cuaresma. Recordamos que este es un tiempo especial que nos regala la Iglesia para retomar lo esencial de nuestra relación con Jesús. La renuncia, sacrificio y ayuno no tiene otro sentido más que el dejar atrás las adherencias que se nos han pegado a lo largo del camino y soltar las cargas que acumulamos para llevar la mochila ligera. Es dejar lo que no es por lo que verdaderamente es… para ello la importancia del discernimiento. La necesidad de discernir es para reconocer el mal donde está y tener un espíritu fuerte para rechazarlo.

Para esta Cuaresma propongo 5 reflexiones sobre las tentaciones y la necesidad de discernirlas. La tentación es condición normal de la vida humana y cristiana. La tentación en sí misma no implica un mal; es sólo la invitación a una forma de mal. Jesús también conoció la tentación.

Si el domingo pasado descubríamos que Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu Santo y allí fue tentado, entendíamos que si Jesús fue tentado, nosotros también. Y si el Espíritu acompañó a Jesús, a nosotros también; recordad lo que decíamos: Dios aprieta pero no ahoga o la cita de San Pablo: Fiel es Dios que no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Más aún, nos dará modo para resistir con éxito.” (1ª. Cor. 10: 13).

El Evangelio de hoy, a la luz del tema de las tentaciones y su discernimiento nos ayuda a descubrir una regla de discernimiento de san Ignacio que dice: “es propio del mal espíritu tomar la apariencia de un ángel de luz. Comienza por sugerir pensamientos que corresponden a un alma devota termina sugiriendo los suyos”.

El tema de hoy es ser tentado bajo apariencia de bien. San Ignacio habla de que hay dos tipos de tentaciones en la vida espiritual: los que son tentados de pecado en pecado, y no crecen. Y los que inician un camino de crecimiento y son tentados bajo apariencia de bien. Esto es lo que le pasó a Pedro.

Marcos 9, 2-10: En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador (…) Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Estaban asustados, y no sabía lo que decía (…) De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Luego bajaron de la montaña (…)

Pedro vivía cerca de Jesús, una vida devota, como muchos de nosotros con nuestros rezos y nuestras prácticas religiosas. La tentación de Pedro es que se vio tan bien en la compañía de Jesús que en sus devociones en la altura de la montaña que no quería bajar de la montaña, es decir a un mayor compromiso cristiano en la vida real… Al final ¿qué puede pasar? Caer, sin querer, en la mediocridad de vida. San Ignacio dice: Es una característica del espíritu malo tomar de apariencia de un ángel de luz(…) Después tratará poco a poco de llevar al alma según sus secretos engaños y malos designios…

¡Qué bien se está aquí! La tentación bajo apariencia de bien en muchos de nuestros casos es también la invitación, bajo apariencia de bien, a una vida cristiana mediocre. La mediocridad, la tibieza, el estancamiento, es una forma de tentación muy sutil, no se perciben de una manera explícita. A primera vista no aparece como tentación, incluso parece una situación buena. Lo que se hace o deja de hacer, o el modo de hacerlo parece normal, pero al final no hay ni progreso ni fervor… se acaba en una mediocridad. Y uno llega a creer que es un buen cristiano, pero al final todo son excusas y razones para no comprometerse más. La persona tiene su esquema de cómo seguir a Jesús y no se deja interpelar por el Espíritu. Las homilías le entran por un oído y salen por el otro, no hay interés por leer cosas espirituales, no le parece necesario, acaba por creer que la misa dominical semanal es suficiente sin un mayor compromiso. El libro del Apocalipsis (3,19) es muy explícito: "No eres ni frío ni caliente, ojala fueras lo uno o lo otro. Desgraciadamente eres tibio, ni frío ni caliente", es decir, no hay compromiso alguno. Por ello la Iglesia nos recuerda por las “obras de misericordia” que la vida cristiana es un compromiso con el hermano que no podemos eludir. Quedarse en la cima de la montaña puede ser una tentación sutil de caer en lo mediocre… el reto está en bajar al compromiso y las obras con los que nos rodean.

Puede ser interesante recordar que las principales obras de misericordia son catorce; siete espirituales y siete corporales:

Las espirituales son éstas:

La primera, enseñar al que no sabe.

2, dar buen consejo al que lo necesita.

3, corregir al que yerra.

4, perdonar las injurias.

5, consolar al triste.

6, sufrir con paciencia los defectos del prójimo

7, rogar a Dios por los vivos y difuntos.

Las corporales son éstas:

La primera, visitar y cuidar a los enfermos.

2, dar de comer al hambriento.

3, dar de beber al sediento.

4, dar posada al peregrino.

5, vestir al desnudo.

6, redimir al cautivo; y

7, enterrar a los muertos.

2nd Sunday of Lent, Year B

Shine, Jesus, Shine (Fr. James McTavish)

Gen 22:1-2, 9a, 10-13, 15-18 Ps 116:10+15, 16-17, 18-19 Rom 8:31b-34 Mark 9:2-10

The Transfiguration, recounted by St Mark in today’s Gospel, served to strengthen the weak hearts and drooping knees of Peter, James and John. They were led to a high mountain and before them Jesus was transfigured. His clothes became dazzling white and in the middle of this spectacular scene Moses and Elijah appear and begin conversing with Jesus. What about? Mark does not tell us but Luke is more revealing! They “spoke of his exodus that he was going to accomplish in Jerusalem” foretelling his suffering, death and glorious resurrection. The Law (Moses) and the Prophets (Elijah) all concur that Christ is the glory of the Father and in him is the fullness of the revelation, both the Old Testament and the New. The placing of the Transfiguration in Mark’s gospel is immediately after the announcement of Jesus’ Passion and Death. The disciples could not understand the announcement of his suffering or even accept it. They were afraid. As Pope St Leo the Great declared, “The great reason for the transfiguration was to remove the scandal of the cross from the hearts of his disciples and to prevent the humiliation of his voluntary suffering from disturbing the faith of those who had witnessed the surpassing glory that lay concealed.”

And how we long for the same experience of transfiguration, especially in the moments of suffering, in moments of darkness. We easily conclude that those disciples were really lucky to see what they saw and to hear what they heard. And what about us, poverini, the poor ones? But Jesus is the same yesterday, today and forever and so are his disciples! Like them we lose trust very easily, when the road gets bumpy, when it starts to become cloudy in our following. The Father gives us the same advice as he gave the fearful disciples on the cloudy mountain-top, “This is my Son, the Beloved. Listen to Him.” Listen to him even if he is talking about his suffering and death. Trust him! Listen to him when you are lost, when in the darkness of temptation, when fearful of your weakness, when your vision is clouded and you have lost sight of the way. And lo and behold, listening to Jesus in his Word you are enlightened! Transfigured! If we want to be transfigured we must listen. The key to the transfiguration is listening. Only the one who listens will be transformed from a caterpillar to a butterfly this Lent. Listening helps us grow in a trusting relationship in this God who loves us and who supports us.

I remember a meeting of our community before the World Youth Day in Cologne in 2005 when I was in charge of accommodating 200 people in tents. The weather was terrible, cold, windy and worst of all with torrential downpours. What encouraged me was the help of my dad with his 30 years experience in the military and also the faith of the overall organizer, a German sister in my community. Whenever I shared to her about the worsening situation she would always respond, “If God is for us who can be against us?” And sure enough all the guests survived the unforgettable camping experience! How important it is to really trust in God. On the dollar bill it states “In God we trust.” But do we really? Our experience is often like that of the disciples whose faith was shaken in the announcement of the Lord’s Passion. They could not understand and were afraid. It is as if God’s tender care for us is conditional and so when things are going well “He loves me.” But when suffering comes, when we don’t control everything, when we don’t understand and have to wait, we conclude “He loves me not.” But is God’s love for us really inconsistent? Or are we the ones who are just a little bit fickle at times?

God’s love for us is steady, total and constant. He does not even spare his own Son. In the first reading today we see the trust of Abraham who was ready to sacrifice his son Isaac. But in the moment of the test God provides a ram for the sacrifice, prefiguring the offering of God’s son, the Lamb of God. This is why St Paul exclaims so boldly, If God is for us, who can be against us? He who did not spare his own Son but handed him over for us all, how will he not also give us everything else along with him?” (Romans 8:31-34) With God on your side that is already a majority. God is for you. Who will bring a charge against God's chosen ones? It is God who acquits us.” As we read in the Jerome biblical commentary on this verse “God the judge has already announced sentence in our favour; hence there is no reason to expect anything different from him thereafter.” And as St John Chrysostom noted If He gave His own Son, and not merely gave Him, but gave Him to death, why doubt any more about the rest, since you have the Master?” We should not doubt God’s love for us, this Father who to ransom a slave gave away His Son.

Let us listen to the beloved Son this Lent, to trust him even when he talks of his Passion and death. With his disciples when they heard the voice of the Father they fell down afraid. Jesus touched them and said “Rise!” Jesus will not be slow to respond. His touch transfigures moments of fear and darkness. He will not let us down. With his grace we too can become agents of change, able to transfigure the world around us. Let us journey this Lent with added confidence. Let us wait patiently for the transfiguration in moments of suffering. Surely this is the best training for the Easter experience where we shall share in the suffering and death of Jesus, by hoping and fixing our gaze on the eternal Transfiguration of his Resurrection. Amen.