“Que bien se está aquí”... Cuidado! el diablo también se disfraza con apariencia de bien. (P. Luis J. Tamayo)
Estamos en el segundo domingo de Cuaresma. Recordamos que este es un tiempo especial que nos regala la Iglesia para retomar lo esencial de nuestra relación con Jesús. La renuncia, sacrificio y ayuno no tiene otro sentido más que el dejar atrás las adherencias que se nos han pegado a lo largo del camino y soltar las cargas que acumulamos para llevar la mochila ligera. Es dejar lo que no es por lo que verdaderamente es… para ello la importancia del discernimiento. La necesidad de discernir es para reconocer el mal donde está y tener un espíritu fuerte para rechazarlo.
Para esta Cuaresma propongo 5 reflexiones sobre las tentaciones y la necesidad de discernirlas. La tentación es condición normal de la vida humana y cristiana. La tentación en sí misma no implica un mal; es sólo la invitación a una forma de mal. Jesús también conoció la tentación.
Si el domingo pasado descubríamos que Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu Santo y allí fue tentado, entendíamos que si Jesús fue tentado, nosotros también. Y si el Espíritu acompañó a Jesús, a nosotros también; recordad lo que decíamos: Dios aprieta pero no ahoga o la cita de San Pablo: “Fiel es Dios que no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Más aún, nos dará modo para resistir con éxito.” (1ª. Cor. 10: 13).
El Evangelio de hoy, a la luz del tema de las tentaciones y su discernimiento nos ayuda a descubrir una regla de discernimiento de san Ignacio que dice: “es propio del mal espíritu tomar la apariencia de un ángel de luz. Comienza por sugerir pensamientos que corresponden a un alma devota termina sugiriendo los suyos”.
El tema de hoy es ser tentado bajo apariencia de bien. San Ignacio habla de que hay dos tipos de tentaciones en la vida espiritual: los que son tentados de pecado en pecado, y no crecen. Y los que inician un camino de crecimiento y son tentados bajo apariencia de bien. Esto es lo que le pasó a Pedro.
Marcos 9, 2-10: En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador (…) Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Estaban asustados, y no sabía lo que decía (…) De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Luego bajaron de la montaña (…)
Pedro vivía cerca de Jesús, una vida devota, como muchos de nosotros con nuestros rezos y nuestras prácticas religiosas. La tentación de Pedro es que se vio tan bien en la compañía de Jesús que en sus devociones en la altura de la montaña que no quería bajar de la montaña, es decir a un mayor compromiso cristiano en la vida real… Al final ¿qué puede pasar? Caer, sin querer, en la mediocridad de vida. San Ignacio dice: Es una característica del espíritu malo tomar de apariencia de un ángel de luz(…) Después tratará poco a poco de llevar al alma según sus secretos engaños y malos designios…
¡Qué bien se está aquí! La tentación bajo apariencia de bien en muchos de nuestros casos es también la invitación, bajo apariencia de bien, a una vida cristiana mediocre. La mediocridad, la tibieza, el estancamiento, es una forma de tentación muy sutil, no se perciben de una manera explícita. A primera vista no aparece como tentación, incluso parece una situación buena. Lo que se hace o deja de hacer, o el modo de hacerlo parece normal, pero al final no hay ni progreso ni fervor… se acaba en una mediocridad. Y uno llega a creer que es un buen cristiano, pero al final todo son excusas y razones para no comprometerse más. La persona tiene su esquema de cómo seguir a Jesús y no se deja interpelar por el Espíritu. Las homilías le entran por un oído y salen por el otro, no hay interés por leer cosas espirituales, no le parece necesario, acaba por creer que la misa dominical semanal es suficiente sin un mayor compromiso. El libro del Apocalipsis (3,19) es muy explícito: "No eres ni frío ni caliente, ojala fueras lo uno o lo otro. Desgraciadamente eres tibio, ni frío ni caliente", es decir, no hay compromiso alguno. Por ello la Iglesia nos recuerda por las “obras de misericordia” que la vida cristiana es un compromiso con el hermano que no podemos eludir. Quedarse en la cima de la montaña puede ser una tentación sutil de caer en lo mediocre… el reto está en bajar al compromiso y las obras con los que nos rodean.
Puede ser interesante recordar que las principales obras de misericordia son catorce; siete espirituales y siete corporales:
Las espirituales son éstas:
La primera, enseñar al que no sabe.
2, dar buen consejo al que lo necesita.
3, corregir al que yerra.
4, perdonar las injurias.
5, consolar al triste.
6, sufrir con paciencia los defectos del prójimo
7, rogar a Dios por los vivos y difuntos.
Las corporales son éstas:
La primera, visitar y cuidar a los enfermos.
2, dar de comer al hambriento.
3, dar de beber al sediento.
4, dar posada al peregrino.
5, vestir al desnudo.
6, redimir al cautivo; y
7, enterrar a los muertos.
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