La fuerza de Dios se muestra perfecta en la flaqueza humana.
(P. Luis Tamayo)
Concluíamos las Navidades con la fiesta del Bautismo del Señor. El domingo pasado vimos el Evangelio de Juan (1,25-42) la llamada que nos hacía Jesús “Ven y sígueme” y nuestra respuesta. El Evangelio de hoy de Marcos (1,14-20) vuelve a insistir en la llamada de Jesús a sus discípulos, pero hoy con un matiz distinto, hoy vamos a leerlo desde la figura de San Pablo.
Llamada universal a la santidad
Lo primero que llama la atención de este pasaje es el deseo de Jesús de despertar en todos los hombres la llamada al seguimiento y discipulado.
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simon y a su hermano Andrés, que eran pescadores. Jesús les dijo: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”… Un poco más adelante vio a Santiago ya su hermano Juan…”
El lago de Galilea hoy pudiera ser la Calle de Rafael Finat, la boca de metro de Aluche, el Centro Comercial de Carefour… Pasando junto a la boca de metro, Jesús vio a Antonio, vio a Mari Carmen, etc. y nos dice: Ven y sígueme!
Jesús llama de entre la gente del pueblo. El Evangelio podía haber dicho: Jesús pasaba junto al templo y vio un hombre tan piadoso que lo llamó… pero se acercó a pescadores (Pedro), comerciantes, recaudadores de impuestos (Zaqueo), amas de casa (Marta y María), incluso a la suegra de Pedro… a las prostitutas (Mª Magdalena). Esto es lo que a mi más me gusta de Jesús que nunca dio a nadie por perdido.
Juan Pablo II invitaba abiertamente a todos los jóvenes “No tengáis miedo a ser santos” (Homilía del 20 de agosto de 1989 en Santiago de Compostela a los jóvenes)
Los documentos de la Iglesia así lo explicitan: “Llamada universal a la santidad”. Universal se refiere a todos, no sólo a unos pocos; no sólo a los curas y monjas, sino a todos… a la ama de casa, al obrero, al ejecutivo o director de banco, al médico, al panadero, al anciano, incluso al chaval de 16 años. Todos estamos llamados a la santidad.
Llamada desde la debilidad
Ahora la pregunta sería: aclárame eso de la santidad pues yo lo veo como algo inalcanzable.
¿Cómo puedo ser que Jesús llame a algo que sea inalcanzable?, ¿Cómo puede ser que los documentos de la Iglesia propongan algo que no se puede vivir?, ¿No sería contradictorio?; ¿Cómo puede ser que JPII invite a los jóvenes a vivir algo imposible? Eso es como ponerle al burro la zanahoria colgada de una caña por delante atada a su cuello… que nunca la alcanza a comer. Esto es como prometernos algo que jamás podríamos alcanzar.
Entonces, ¿no será que tenemos un concepto erróneo de santidad? ¿no será que pensamos que la santidad es algo exclusivo sólo para unos pocos?
La santidad no es ni perfeccionismo ni la colección de méritos acumulados para demostrar que no tengo error alguno. Mirar a la figura de San Pablo nos puede ayudar a despejar la incógnita.
San Pablo nos dice:
(1Tim 1,12 y ss) Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio,
13 a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad.
14 Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús.
15 Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo.
16 Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna.
(2Co 12, 7 y ss) para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría.
8 Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí.
9 Pero él me dijo: "Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza". Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo.
10 Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte.
¿Qué le llevó a la santidad? ¿qué nos lleva hacia la santidad? El sostener nuestra vida en la misericordia de Dios y en la confianza de Jesús. Es la humildad de reconocer que no soy perfecto, ponerle nombre a mis imperfecciones y limitaciones. Confesarlas a Dios y esperar de El sin temor alguno el abrazo misericordioso que me levanta para seguir luchando e intentándolo cada día.
Tenía un confesor con 94 años, ya en la cama o silla de ruedas, muy bien de la cabeza, pero muy débil de piernas. Yo decía que con un pie en la tierra y otro en el cielo. Alguien que había vivido, alguien que relativizaba lo que no era importante, alguien con la mirada en lo que es esencial de la vida. Y cuando me confesaba con Él y le decía mi lista de faltas… yo en mi vergüenza siempre me decía: “Muy bien, muy bien”… yo me preguntaba: ¿cómo que bien? Si es toda mi lista de imperfecciones que me cuesta aceptar… Entonces añadía: “Recibe ahora la misericordia de Dios; esto es lo único que nos sostiene la vida”.
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