Tiempo de Cuaresma:
caminar por el "desierto"
(por P. Luis Tamayo)
La Cuaresma son 40 días de preparación interior para poder vivir la Semana Santa de una forma más intensa. La Iglesia nos invita a vivir este tiempo con mayor intensidad, y para eso nos propone tres ejercicios: la oración, el ayuno y la limosna.
La Palabra (Mc 1,12-15) nos dice: “El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían”.
¿Qué es el desierto? Un sitio árido, donde la vida no es fácil, conseguir agua es un esfuerzo, la vida en el desierto no es cómoda. Pero es un entorno que aun prescindiendo de comodidades te pone en conexión con el silencio, con las estrellas, es decir, que superando las primeras incomodidades te pone en conexión con algo más grande y digno de ser apreciado.
Los cuarentas días que Jesús vivió en el desierto le llevaron a esta experiencia. Dejando atrás los placeres de la vida y superando las incomodidades, supo encontrarse con otro gozo muy superior: la inmensidad del amor de Dios-Padre, atravesando la barrera del silencio supo encontrarse con el eco de la voz de Dios en su corazón. Pero para ello tuvo superar las duras condiciones que suponen un desierto, tuvo que ejercitar su oración, su ayuno y su generosidad. Es decir, Jesús nos muestra aquí la grandeza del ser humano cuando ejercita su voluntad para conseguir lo más grande que es alcanzar el amor de Dios. Jesús nos muestra la posibilidad de todo hombre de ser dueño de sí y no dejarse arrastrar por las comodidades de este mundo.
Me decía una persona que le costaba mucho dominarse con los gastos, cada vez que sale está buscando que comprarse, me decía: “parece que siempre estoy justificando que necesito algo, cuando en verdad lo tengo todo”. Esto también nos pasa cuando empezamos a criticar a alguien, nos cuesta dominarnos.
La vida fácil que el mundo nos presenta hoy nos lleva a dejar de ejercer la voluntad para fines más nobles y más altos. El ejercicio de la voluntad orientada al Bien, a la Verdad, a la Honestidad, etc., nos lleva a desarrollar nuestra dignidad como verdaderos hombres, y a crecer como personas a imagen de Dios. Pero desgraciadamente dejamos de ser dueños de nuestra voluntad, para ser esclavos de nuestros placeres. Y optamos por lo más fácil, por la ley del mínimo esfuerzo, por dejarse llevar y no definirse delante de los demás. Por ejemplo, Benedicto XVI lo explica muy bien en su mensaje de Cuaresma: “el ayuno deja de ser un valor espiritual para ser la obsesión por un cuerpo de modelo”.
Hoy hacer la experiencia del desierto, como hizo Jesús en el Evangelio, sería hacer ese esfuerzo que a primera vista no es placentero, pero que una vez superado me transporta a una dimensión nueva, más noble, más grande, más hermosa. El desierto de la Cuaresma es este primer ejercicio costoso que tengo que hacer de forma consciente, pues voy en contra de lo que me dice la carne, (dale a tu cuerpo Macarena…) pero que me construye como persona según el proyecto de Dios, según la voluntad de Dios, a imagen de Cristo. Y nunca olvidar que la oración nos da la gracia para sostener la voluntad en estas opciones, Dios nunca nos va a dejar solos en construir nuestra vida.
La Cuaresma es desierto, porque caminar “contra corriente” te lleva a sentir cierta soledad frente a lo que vive el resto de la gente. Un amigo me contaba que en el entorno del trabajo sus compañeros siempre hacían comentarios de tono sexual, “mira esa chica que sexi, menudas piernas…”; y un día decidió llamarles la atención y se sintió muy rechazado.
Vivir el desierto en Cuaresma sería ejercitar la oración cuando el cuerpo prefiere la pereza o lleva ya varias horas de TV. Vivir el desierto es hacer ejercicio de la caridad cuando el cuerpo me pide aislarme en mi egoísmo y no salir al encuentro de los demás. Vivir el desierto es no hacer gastos superfluos cuando el cuerpo me pide gastar en lo que no necesito. Vivir el desierto en Cuaresma es compartir cuando el cuerpo me pide cerrar el puño al necesitado. Todo esto supone el desierto en cuanto que optar por la oración, la caridad, la austeridad o la generosidad, supone una primera incomodidad. Pero ¿qué me construye más como persona ejercitar la oración o hundirme en el sofá 4 horas delante del TV? ¿qué me construye más como persona el ejercicio de la caridad o aislarme de los demás? ¿qué me construye más como persona gastar superfluamente y hacerme un sujeto consumista o vivir con cierta austeridad?
Yo lo pienso para mi cuando a veces se me disparan prejuicios frente a una persona. Lo primero que hago es intentar renunciar a ese pensamiento destructivo y orar por esa persona. Pensar mal del otro me hace daño a mí, el otro ni se entera.
Vivir la Cuaresma sólo tiene sentido si uno busca ejercitar su voluntad para algo más grande, si uno busca madurar en su vida... y esta es la voluntad de Dios: la grandeza del hombre! Una buena pregunta para este tiempo: ¿Deseo crecer y madurar como persona? ¿Deseo adoptar en mi vida gestos que hablan de más humildad, de más generosidad, de más sencillez? ¿Deseo conocer más de corazón la voluntad de Dios para mi vida? Si hay este deseo entonces tiene todo sentido meterse en una experiencia de desierto. Pues si este tiempo de Cuaresma no lo vivo con mayor intensidad ¿qué lo diferencia de otros tiempos del año?
No hay comentarios:
Publicar un comentario