Vida en el Espíritu (Jn 20, 19-23)
(P. Luis Tamayo)
Leía un comentario que me llamó la atención y cuando se refería a los humanos en general, no nos definía como personas, ni siquiera como seres humanos. Nos llamaba mamíferos. Y la verdad es que cada vez le entiendo más. Si uno lo piensa, en esto hay algo de verdad, y eso explica muchas de las reacciones, de los gestos y de los comportamientos que nos salen.
Esta semana fue el partido de fútbol de la final, Barcelona Manchester. Imagino que visteis el comportamiento irracional, animal, descerebrado de la gente en las calles de Barcelona… patadas, puñetazos, insultos. Hay mucho de animal en nuestra forma de relacionarnos con los demás. La forma de celebrar las victorias se parece más a un programa de Félix Rodríguez de la Fuente.
Si miramos el lenguaje seductor se asemeja mucho a los rituales de apareamiento de muchas especies animales. El deseo de ser mirados, valorados. Desplegar nuestras habilidades, luciéndolas, como pavos reales, por el deseo de ser amados. Esto es lo que el escritor que he mencionado antes llama animal, y lo que el evangelio mismo llama carne o mundo. Son reacciones, ambiciones, deseos que nacen de lo más animal del ser humano. Por ejemplo el afán de las riquezas, el deseos de triunfo, son carne. Es carne todo lo que es inmediato, pasajero, efímero. Es carne el vivir en un clima de rivalidad, de competitividad. De buscar machacar, vencer, destrozar al rival. Es muy animal el sentirse superior al otro, dominarlo, humillarlo. Cuantas discusiones no tienen una sincera búsqueda de la verdad, que enriquece y beneficia a todos, sino la oscura satisfacción de sentirse vencedor. De humillar, de quedar por encima de los demás. Se llama la seducción del poder, del mirar al resto de la humanidad desde arriba. De sentirse más fuerte, de inspirar temor y respeto. La campaña política que estamos viviendo en España es más un careo entre dos gallitos que un verdadero debate político donde se habla de propuestas.
La fiesta de Pentecostés es una invitación a nacer de nuevo, y a descubrir que además de esa carne que nos constituye, de ese animal de instintos básicos, hay una oferta, que hay que acoger libre y voluntariamente, y ésta es la posibilidad de nacer a la vida en el Espíritu. Pentecostés es una vuelta a los grandes valores del Evangelio. El mundo no creyente necesita ver en los cristianos lo que es una vida nueva, que supone la transformación de nuestra humanidad y llevarla a los extremos de amor divino, que nos enseña Jesús.
Nacer a la vida del Espíritu supone vivir con otras categorías y con otros criterios. El principal es el amor, la entrega, la generosidad, la donación de uno mismo, y vivir en función de los demás. Eso es nacer de nuevo. “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, cuando amamos a nuestros hermanos”. 1ª Jn 3,14.
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