25 oct 2009

REFLEXION Evangelio Semanal

El que busca está vivo

(P. Luis J. Tamayo)

El Evangelio de hoy (Mc 10,46-52) nos habla del ciego Bartimeo como esa persona que no estando satisfecho con su vida, el relato le describe con unas ansias grandes de búsqueda, que más tarde colmará en Jesús.

Todos nosotros estamos de alguna u otra forma ciegos. Me ayudaba escuchar hace poco a una persona que me decía que a veces se experimentaba por dentro como en un ‘impas’, como cierta desorientación que no la permitía ver las cosas con toda la claridad.  Me decía que en cuanto a las cosas ordinarias de la vida lo tenía todo claro: levantarse, ir al trabajo, horarios, llegar a casa, cenar con a familia leer un poco e irse a dormir para al día siguiente volver a lo mismo. Me decía: “externamente lo tengo todo claro… pero internamente ‘no veo’ donde estoy, donde profundamente está mi corazón, a donde voy con mi vida”.  Es verdad, todos de una u otra forma hemos experimentado que puedo tener externamente un gran orden, un horario perfecto y estructurado, pero internamente no ver claramente donde estoy, que sentido tiene mi vida, hacia donde va todo lo que hago y vivo, etc. 

La ceguera de la que nos habla hoy el Evangelio no es la ceguera física, sino es la ceguera espiritual, es la ceguera interior del hombre.  Es esa ceguera por la que el hombre por el ritmo de vida que tiene, muchas veces, no se para a pensar, reflexionar, o buscar entender sus grandes preocupaciones, y acaba por conformarse con respuestas mediocres a las grandes cuestiones de la vida.  Como el otro día una mujer me decía: No piense tanto, que de poco sirve. Hay gente que no alcanza a ver más allá de su aquí y ahora, y no alcanza a abrirse a algo más grande, la trascendencia de un Dios que estando más allá, sin embargo está en lo más intimo de mi mismo (San Agustín).

En mi vida personal el asistir solo a misa los domingos ha sido solo un preámbulo, pero lo que me ha dado densidad a mi fe y a mi vida ha sido mi búsqueda personal, ha sido mi deseo de salir de mi ceguera y querer descubrir el sentido profundo de la vida, de mi existir.  Poder dar respuesta a mis preocupaciones, buscar sentido a por que hago las cosas, las razones de mi opción de vida, entender que me aporta la fe, etc.

Ayer tuvimos un encuentro de catequistas y tuvimos una mañana de oración, reflexión y compartir.  En una conversación con uno de ellos me decía: vivimos en una sociedad que nos pone tantas luces de neón que todo nos parece atractivo y nos distrae, pero no nos damos cuenta que es luz artificial que nos deja medio ciegos.

Bartimeo estaba sentado al borde del camino, estaba paralizado, simplemente estaba dejando pasar la vida, sin inquietud alguna.  Esta es una imagen real de la vida de mucha gente. Es como la imagen de las escaleras mecánicas en las que te montas y te dejas llevar.

Pero su actitud profunda era la de búsqueda. Profundamente buscaba la luz, buscaba ver, comprender, entender.  Al escuchar que Jesús pasaba empezó a gritar. Pero, dice la Palabra, que muchos le increpaban diciéndole que se callara.  Esta es la imagen de hoy día, por la que muchos medios de comunicación, o plataformas de intereses quieren apagar la búsqueda de Dios, quitar de en medio la verdadera ‘Luz’.  Acordaos de la publicidad en los autobuses: “Dios probablemente no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida”. Este anuncio es como esa luz de neón, que te deslumbra y te distrae de buscar la verdadera ‘Luz’. El efecto de este anuncio es lo mismo que leemos en el Evangelio de hoy, es el de apagar la sed de búsqueda del hombre. El efecto es desanimar al hombre a querer ver más allá de si mismo.

Pero cuando la búsqueda es sincera los obstáculos no son impedimento sino trampolín para sacar más fuerzas para buscar. Leemos en la Palabra que a pesar de los impedimentos de los otros, Bartimeo gritaba más, buscaba más, deseaba más… Hay un santo de la Iglesia que decía el encuentro con Jesucristo depende de la medida de mi búsqueda y de mi sed. La Escritura lo describe que tal era el deseo de encontrarse con Jesús que soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.  Jesús al verle con esa fe le dice: ¿qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro que pueda ver. Jesús le dijo: Anda tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista.

Me encantó la reflexión que una vez hacía una mujer sobre este Evangelio.  Decía:  la ceguera, el no entenderlo todo provoca en mí mayor deseo de búsqueda y querer entender mi fe y un montón de cuestiones sobre la vida.  Y buscando encuentro, y cuando encuentro me vuelvo a dar cuenta que hay aún cosas sin resolver, y deseo buscar más.

Y es verdad, lo que da sentido a la vida no es un llegar definitivo a entenderlo todo, sino es mantener vivo el deseo de búsqueda, la curiosidad por las cosas, la inquietud por querer entender las grandes cuestiones de la vida y de la fe.  Me decía un gran hombre: “el que busca está vivo, pero el que dejó de buscar, no solo se queda ciego, sin aclarar nada, sino que interiormente está muerto”.

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