El ayuno: camino para ganar libertad interior y dominio de si
(P. Luis J. Tamayo)
Entramos en el cuarto domingo de Cuaresma. Recordamos que estamos haciendo un itinerario de 5 homilías unidas por un hilo temático: “Cuaresma como tiempo de crecimiento espiritual”.
Recordad que si el Evangelio del 2º domingo (la transfiguración en el monte Tabor) vimos el culmen de nuestra vocación cristiana en la transformación en Cristo, es decir, crecer y madurar humanamente hasta la altura y la medida del amor de Cristo. En este camino nos encontramos con dos tipos de retos: El 1º son las tentaciones (primer domingo) como las dificultades internas o externas en el crecimiento y camino de madurez; y el 2º reto son la práctica de los tres ejercicios (la oración, la abstinencia y la limosna o caridad) que propone la Iglesia para fortalecer la vida espiritual.
Hay una imagen que nos puede ayudar. En un partido frente al enemigo uno no puede solo hacer una táctica de defensa, sino que hay que tener una buena defensa y, a la vez, un buen ataque. La táctica de la defensa está muy bien delante de las tentaciones; pero no basta pues sólo con la defensa al final me comen el terreno; hay que atacar con una táctica de ejercicio para cogerle el terreno al enemigo. He aquí el sentido del ejercicio de la oración, el ayuno y la limosna. Hoy toca el ejercicio del ayuno.
En el Evangelio de hoy (Lc 15), el hijo pródigo haciendo su propio querer desparramó y derrochó la fortuna que le había dado el Padre para al final pasar hambre. Esto nos ayuda a entender que dar rienda suelta a mis apetencias, al final, me lleva a pasar hambre.
Un ejemplo claro lo tenemos en el consumismo… para la educación de nuestros hijos y para nosotros los adultos: Al final, llegar a tener de todo no es suficiente, pues uno siempre querrá más. Si me compro un móvil al mes siguiente quiero el siguiente modelo, y luego otro… vivimos en una sociedad que nos crea necesidades innecesarias. Si me dejo llevar por todas mis apetencias… al final nada me sacia, es decir, que siempre pasaré hambre pues nada me sacia. (Esto es lo que desde siempre se ha llamado gula).
Sin embargo, Jesús ayuna su propio querer para hacer el querer del Padre. Dice en el evangelio de Juan 4: “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre”, es decir, ser dueño de si para elevar la propia vida a lo más grande. Dejar el ayuno a no comer carne los viernes es muy pobre. Dios quiere que te abstengas de lo que no te hace bien, pero que te alimentes de lo que de verdad te engrandece.
Mi alimento es hacer la voluntad del Padre, es entender que hacer la voluntad de Dios es lo que de verdad engrandece al hombre, lo que alimenta la grandeza del hombre. La voluntad de Dios lleva al hombre a la dignidad más alta. La voluntad del Padre es que alimentes tu vida con la práctica de aquellos los valores que de verdad engrandecen al hombre.
Esta experiencia nos ayuda a entenderlo. Hablaba con un amigo que lo normal es tener dificultades en el mundo de las relaciones. Como muchas veces nos encontramos con un mal entendido, con un roce, o con un revés. Claro, la primera reacción es hablar mal de esa persona a sus espaldas. Hablaba con este amigo lo importante que es no hablar mal de nadie, aunque yo tenga la razón, pues es veneno en mi corazón. El ayuno es ese contenerse, dominarse, es decir, ayunar en hablar mal de aquel que me hizo esto u lo otro. La voluntad de Dios no es que ayune en criticar, sino que te alimentes en las virtudes de la prudencia, la sensatez y la limpieza de corazón… esto es lo que de verdad engrandece y alimenta el corazón del hombre. Un ayuno que alimenta.
El ayuno, la abstinencia, la privación teóricamente es dejar de hacer mi propio querer para hacer el querer de Dios… pero tiene unas consecuencias muy prácticas, pues al final, la cuestión se centra en fortalecer el domino de si. Esta es la gran verdad, la grandeza del hombre está en el dominio de sí. La grandeza del hombre está en dominar las pasiones y los vicios (la pereza, la desgana, la glotonería, la ansiedad, etc.) y tener la fortaleza para la práctica de las virtudes (alegría de espíritu, control de si, libertad interior, agilidad, no dejar para mañana lo que pueda hacer hoy).
San Pablo en Rm 7, 18-19: “Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero.”
Lo mismo decía Ignacio de Loyola decía: “como puede ser que era capaz de gobernar todo un ejército y no soy capaz de gobernar mis impulsos.” Pues uno acepta que de repente salto irritado contra una persona que aprecio, pierdo los papeles frente a mis hijos, no me domino en mis gastos, no controlo mi lengua, empiezo y no paro de criticar… Al final me justifico pensando que tengo razón, pero el reto está en ver si honestamente puedes parar.
La lección de hoy está clara: Derrochar me lleva a pasar hambre y, sin embargo, ayunar me lleva a ser saciado profundamente con algo mucho más grande.
Ej. Una señora me contaba como de paseo por la calle se le antojó un capricho: pensó me voy a comprar una palmera de chocolate, ya ves que insignificante. Pero al pensar que en este tiempo de crisis hay muchas familias que lo están pasando muy mal, al final decidió no comprarlo y ser solidaria poniendo un dinero para Caritas. El ayuno cuaresmal no tiene sentido si sólo es para privarme de una palmera de chocolate; abstenerse de un capricho sólo tiene sentido si es para engrandecer mi espíritu siendo algo más solidario y generoso.
Ej. Un chaval con el que suelo hablar me contó como en un examen le calló una pregunta que no sabía contestar y el impulso que tenía era el de copiar. Al final se dio cuenta que copiar le empobrecía como persona, le hacía deshonesto. El ayuno cuaresmal no tiene sentido si es sólo para privarme de algo; abstenerse de algo sólo tiene sentido si es para engrandecer mi espíritu con lo más genuino como es la honestidad.
El ayuno tiene sentido cuando alimenta y engrandece el espíritu humano, sino se convierte en una carga.
La práctica del ayuno tiene el objetivo de fortalecer el espíritu humano mediante el autocontrol de las pasiones más corporales, es decir, el ayuno no es sólo privarme de algo, sino que es para engrandecer mi espíritu y darle a mi corazón los valores más genuinos que más me enaltecen como persona.
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