“tropecé de nuevo con la misma piedra”
P. Luis José Tamayo
Llegamos al domingo 6º del tiempo de Pascua. El domingo que viene es la fiesta de la Ascensión, el siguiente es Pentecostés y el siguiente la Santísima Trinidad. En estas tres fiestas veremos las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). Mientras tanto, este domingo tenemos aún la última virtud cardinal: la Prudencia.
Brevemente, recordamos lo que hemos visto en los últimos domingos de Pascua. La pregunta que nos ha guiado es: ¿qué implica la resurrección en mi vida? y descubríamos la alegría del regalo que se nos ha hecho al participar en la resurrección de Cristo -aquí y ahora- por medio de las virtudes. La virtud como una tarea y como un don, como un esfuerzo, pero sostenida y alimentada por la gracia. Vimos la fortaleza, la justicia y la templanza. Hoy toca la prudencia.
La prudencia es la virtud que dispone la razón a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlos. El hombre prudente medita sus pasos. Prudencia no sólo sería la cautela, la mesura o la reserva a la hora de tomar una decisión, sino la sensatez, la cordura y el sano juicio en lo que se decide (Catecismo 1806).
La pregunta es ¿quién no necesita de sano juicio? ¿quién no se ha arrepentido de decisiones que ha tomado porque con el tiempo se dio cuenta que metió la pata?
¿Quién no conoce la canción de Julio Iglesias: “tropecé de nuevo con la misma piedra”? o ¿quién no conoce el dicho popular: “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”? Una ve leí en un sitio la definición de locura: actuar siempre de la misma forma y esperando un resultado diferente, creyendo que esta vez será distinto, pero al final siempre encontrándome con el mismo resultado.
Hablando con una mamá me contaba que siempre se veía queriendo controlar la vida de su hijo el mayor… no sabía como lo hacía pero acababa por tomar las decisiones por él, dándole instrucciones para todo… pensando que estaba en su obligación de madre, pero de fondo no se daba cuenta que le estaba anulando en su capacidad de tomar decisiones. Cuando se daba cuenta se decía no lo vuelvo a hacer… pero acababa de nuevo haciendo lo mismo.
El resultado del sano juicio es el verdadero bien y, detrás, la alegría y la serenidad que lo acompañan. La pregunta es: ¿cómo salir de esta locura? La esperanza de la fe en Cristo resucitado es que es posible. Recordar que la virtud es un don y un trabajo… es un regalo y un ejercicio…
El evangelio de hoy dice (Juan 14, 23-29): “El Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde.”
El Espíritu Defensor lo enviará mi Padre. La claridad de Dios te recordará el camino. La luz del ES te enseñará el verdadero bien. Es un don… pero que yo tengo que actuarlo. ¿Cuántas veces uno intuye cosas? ¿Cuántas veces en la confusión uno habla con un sacerdote y las cosas se aclaran y brota la fuerza para llevarlo acabo?
El otro día escuchaba el testimonio de un sacerdote que me impacto: cerca de su parroquia hay una clínica abortiva y contaba el caso de tres chicas que al llegar a la puerta de la clínica algo les detuvo y acabaron por entrar en la parroquia y buscar la confesión. Las dos puertas daban acceso a que otro penetrara en el interior de esas chicas. El médico con el bisturí. El sacerdote con el amor. Del primero sale la muerte, del segundo sale la vida, la paz, la alegría. Pregunta: ¿De donde vino el sano juicio para cambiar de decisión? Este es un caso extremo de milagro… pero en el día a día ¿cómo disponerse a la virtud de la prudencia? La oración pidiendo luz a Dios, el pararse y reflexionar los actos día a día. Y también ayuda el acompañamiento espiritual con un sacerdote.
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