5 sept 2010

REFLEXION Evangelio Semanal

Amor no improvisado

(P. Luis J. Tamayo)


Llama la atención cuando hoy Jesús nos dice en el evangelio (Lucas 14,25-33)Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío”. (Hay otra traducción que usa el verbo ‘pospone’, en vez de ‘odia’.  El lenguaje de Lucas puede parecer muy duro cuando usa el verbo “odiar”, pero sabemos que debido a la falta de una forma comparativa en el hebreo y el arameo, lo que ese verbo quiere decir es “amar menos”). En todo caso, la fuerza y la crudeza de las exigencias de Jesús son radicales e impresionantes. El discípulo no puede anteponer al amor de Jesús a nadie ni a nada, ni siquiera a las personas más queridas y cercanas (padre, madre, hermanos, hijos...). El compromiso por el Reino de Dios y por el evangelio son la opción primera y el amor fundamental, de lo cual depende todo el resto en la vida del discípulo. 

¿Qué nos quiere recordar Jesús con este evangelio? Vuelve a hacer referencia a lo fundamental, al primer mandamiento: “amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Dt 6,4). ¿Por qué amar así? ¿Por qué amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas? Amar así no es algo exagerado pues Dios ha creado nuestro corazón para ello, lo creó muy bien hecho (Gn 1, 27-31). Nuestro corazón está creado por Él y para Él.  El ya ha puesto todo su amor en nuestro corazón. Ahora nos toca a nosotros colaborar y poner de nuestra parte. Es la reciprocidad. Pero así como Él nos ha dado todo su amor, Él espera de nosotros todo nuestro amor.

Poner a Dios y los valores del Evangelio como lo primero en la vida hace que todo lo demás se ordene, hace que la vida coja un orden natural, nos hace ver desde el amor las prioridades, lo que es esencial y lo que es secundario. Es más, poner a Dios como lo primero nos garantiza un amor de calidad y verdadero para dar a los demás (padre, madre, hermanos, hijos...). Ahora bien, este amor es posible, pero no se improvisa. No es el arrebato de un día, no es decisión de un momento, sino que es una tarea que exige toda la vida. Sólo tras un esfuerzo paciente, constante, reiterado, ingenioso, y con la generosa y gratuita ayuda de Dios, se consigue esta capacidad de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo con el amor de Dios.

Las dos parábolas nos enseñan como este amor no se improvisa: la del hombre que empezó a construir y no pudo terminar y la del ejército que con diez mil hombres pretende enfrentarse a otro de veinte mil, nos enseñan que Jesús exige una atenta reflexión antes de decidirnos por él como lo primero (vv. 28-32). En ambas parábolas Jesús llama a reflexionar, es decir, piensa bien antes de querer construir un proyecto no vaya a ser que quieras levantar, por ejemplo, una familia y al final no salga lo que tanto soñaste.  

Estuve hablando con una persona que después de 20 años se sentía tan frustrada, y me decía que le costaba horrores reconocerlo. Los resultados de la familia que tanto había soñado, después de 20 años,  eran otra cosa muy distinta. Una discusión continúa, peleas con los hijos, tensión para planificar cualquier cosa, desconfianzas. 

La decisión de poner a Jesús y al Reino de Dios lo primero requiere de madurez y seriedad, perseverancia y fatiga, inteligencia y previsión… o, ¿no es verdad que antes de emprender un viaje fijamos nuestro destino y planificamos bien la ruta?. Lo mismo, antes de hacer un jardín, lo distribuimos mentalmente, o tal vez en un papel. Los discursos se escriben antes de pronunciarlos; o se diseña la ropa antes de enhebrar la aguja.

Cuando una pareja se va a casar siempre quiere el ideal: una familia feliz, unos hijos sanos y alegres, un hogar que sea como el cielo.  Según van pasando los años uno se va topando con la realidad y se da cuenta que las cosas no salen como uno esperaba. Antes de que esto pase, te has parado a pensar ¿cuáles son los objetivos para construir tu familia? ¿cúales son las prioridades sobre las cuales quieres construir? Te has planteado ¿cúales son tus fuerzas para hacer frente al enemigo? ¿Conoces tus fortalezas y debilidades como persona, y como familia? Las circunstancias de la familia cambian, siempre estamos a tiempo de reorientar y planificar desde otros objetivos. ¿Eres capaz de admitir si hay un error? ¿Te puedes dar otra oportunidad y comenzar de cero?... no pasa nada por probar de nuevo.

¿Cuantas veces hemos oído que para garantizar una familia unida, uno necesita del amor de Dios? ¿Te has parado a pensar que para ello has de marcar un rato de oración en tu día? ¿has planificado con seriedad lo que es importante y lo que es accesorio? ¿das prioridad a una buena conversación con la familia? ¿Te has parado a pensar que valores son los prioritarios en tu casa? Nada de lo que vivimos es inocuo, todo tiene un efecto. 

Un papá me contaba que en su casa se tomó la opción de dar prioridad a la comunicación… y decidieron no poner TV durante las comidas y cenas, y descubrieron que era un momento idóneo para compartir en familia. 

El discípulo de Jesús ante todo debe ser consciente plenamente de los grandes valores que deben orientar su vida. Lo primero es lo primero: el amor a Dios. Si esto está claro, se podrá actuar en consecuencia, ser coherente con ello y confrontar y evaluar constantemente la vida. 

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