13 mar 2011

Cuaresma I, REFLEXION Evangelio Semanal


En la debilidad de su humanidad, nos demuestra la grandeza del hombre (P. Luis José Tamayo)

El Recorrido de los evangelios de la Cuaresma 2011, ciclo A son los siguientes evangelios: Las Tentaciones, la Transfiguración, La Samaritana, El ciego de nacimiento y La resurrección de Lázaro. Vamos ha hacer cinco homilías que tengan un hilo conductor:

En primer lugar (los dos primeros domingos) vamos a entender la necesidad de la profesión de fe en Cristo Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, según profesamos en el credo de la Iglesia. Después (los tres siguientes domingos), una vez profesada nuestra fe en el verdadero Hijo de Dios, el verdadero Salvador, entonces vemos tres encuentros en donde el hombre, cada uno de nosotros, se sitúa en su verdadera necesidad de Cristo. Jesús, hombre y Dios verdadero, viene a liberarnos de las ataduras a los engaños de este mundo y dar la verdadera respuesta a todo hombre: La sed de amor (corazón: la búsqueda de aprobación, de afectos desordenados, dependencias emocionales) de la Samaritana y que todos tenemos; la búsqueda de luz de la verdad (mente: la ceguera del orgullo, justificarse y poner las culas en los demás) del ciego de nacimiento, y la necesidad de soltar las ataduras (la voluntad: parálisis – pereza – no decidir por ti mismo y dejarte llevar por la situaciones) de Lázaro.

Hoy, primer domingo de Cuaresma, tenemos el evangelio de las Tentaciones (Mateo 4, 1-11). Este año, no me voy a detener tanto en desarrollar las tentaciones, sino en el significado de las tentaciones como la expresión de la dimensión humana de Cristo-Jesús.

En el credo de la Iglesia, cada domingo profesamos que Jesús es Cristo, es decir, que fue verdadero hombre y verdadero Dios. El problema en los primeros siglos fue creer que Jesús era el verdadero Dios, pues lo habían visto como hombre. Más tarde, con la distancia del tiempo desde la Encarnación, el problema fue creer que él fuera verdadero hombre, pues Dios no podía limitarse en una humanidad, Dios no podía abajarse en la carne pecadora del hombre.

Hoy vamos a detenernos en la humanidad, y el domingo que viene con la Transfiguración, en su divinidad, las separamos aunque son una inseparable realidad.

Los santos Padres desde la antigüedad ya decían que como gesto de humildad Cristo ocultó su divinidad tras su humanidad. Lo primero que vemos en Jesús es su humanidad, nos cuesta alcanzar a ver su divinidad tras su ser hombre. Pero detrás de la cortina de ser hombre está su identidad divina. Pero en realidad, su "humanidad" sirvió para revelar su "divinidad": su Persona de Verbo-Hijo; no tanto para esconder sino para revelar su identidad de Hijo de Dios.

Vamos a centrarnos en la dimensión humana de Jesús y lo que hoy nos quiere decir a nosotros:

Hoy leemos que Jesús fue llevado al desierto “y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre” (Mateo 4, 1-11). Después de esta frase se relatan las tentaciones, y esto nos revela el verdadero signo de su humanidad.

Jesús experimentó el cansancio, el hambre y la sed. Así leemos: "Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre" (Mt 4, 2). Y en otro lugar: "Jesús, fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente... Llega una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dice: dame de beber" (Jn 4, 6). Jesús tiene, pues, un cuerpo sometido al cansancio, al sufrimiento, un cuerpo mortal. Un cuerpo que al final sufre las torturas del martirio mediante la flagelación, la coronación de espinas y, por último, la crucifixión. Durante la terrible agonía, mientras moría en el madero de la cruz, Jesús pronuncia aquel su "Tengo sed" (Jn 19, 28), en el cual está contenida una última, dolorosa y conmovedora expresión de la verdad de su humanidad.

Volviendo al relato de las tentaciones: ¿Quién de nosotros no es tentado? La tentación es el signo más creíble de nuestro ser humano, pues pone de relieve la flaqueza y debilidad, en definitiva, nuestra condición humana. Las tentaciones, el cansancio, el desaliento, la flaqueza, los errores… son un capitulo que yo retiraría del libro de mi vida… es algo que muchas veces me cuesta aceptar de mi propia vida. Cuando cometo un error, muchas veces no me lo permito y me hago intolerante conmigo mismo. Cuando experimento al debilidad me hago escrupuloso. Cuando tomo una decisión y no las tengo todas claras le estoy dando vueltas mil veces, ¿lo hice bien o no? ¿era esto o lo otro?... En el fondo me gustaría vivir sin todo esto… en el fondo me gustaría no ser humano… el perfeccionismo que llevamos metidos dentro es un orgullo atroz de falta de aceptación de mi humanidad. Mi orgullo me impide ver mi humanidad, no acepta que pueda cometer errores, o descubrirse mi debilidad.

Dios asume la humanidad en Cristo, Dios acoge la humanidad y con ello nos dice que está muy bien ser hombre, que estamos bien hechos (Gn 3, 16-31 "Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien"). En la humanidad de Cristo descubrimos la belleza de todo un Dios que quiere, asume, y decide que ser hombre es lo más grande.

Jesús fue igual al hombre en todo excepto en el pecado. Ser tentado no es pecar. Una cosa es ceder a la tentación, consentir, y otra es ser tentado. Ser tentado no quita belleza al ser humano, caer en la tentación y consentir el pecado nos conduce a la mediocridad y degradación del ser humano. Pero gracias a Dios, en Cristo se nos ha dado el remedio a la tentación de la mediocridad mediante la oración; sólo desde el acto de rendirse a Dios uno puede salir victorioso de la tentación. La gracia divina, que se adquiere por la oración, fortalece la humanidad. (San Pablo dice en Romanos 7, 18 y ss. : "¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte?

Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias"). En el relato vemos a Jesús, que frente a la tentación, cita la Palabra de Dios, pone la oración por delante… y ahí en la debilidad de su humanidad, nos demuestra la grandeza del hombre, la victoria sobre la tentación.

Su "humanidad" sirvió para revelar su "divinidad": su Persona de Verbo-Hijo. Esto es a lo que estamos llamados todos nosotros.

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