P. Luis José Tamayo
Vivimos en un mundo en el que se habla demasiado, en el que las palabras van perdiendo su significado porque las vaciamos de contenido. Yo creo que estamos saturados desde los mismos medios de comunicación, ¡tantas palabras vacías: las tertulias mañaneras, las mesas redondas, los desayunos de la TV, los programas de opinión! No nos creemos los mensajes de los políticos, estamos ya saturados de tanta palabra. Lo que necesitamos es ver como hay compromiso entre lo que se dice y la vida.
El uso inteligente de muchas palabras puede, en un primer momento, mover a la gente. Pero, al final, no son muchas palabras lo que mueve a la gente, sino la vivencia que sigue a esas palabras, la coherencia que hay entre la palabra pronunciada y la vida. Es la vivencia la que da contenido a la palabra. Cuando la palabra no va acompañada de la vida, la palabra se vacía de contenido. Esto es como el padre que le dice al hijo con el cigarrillo en mano “Hijo, no fumes que es malo para la salud”; ¿qué clase de ejemplo es ese? No bastan las palabras, hace falta el ejemplo práctico.
Antiguamente ¡que ejemplo nos dieron nuestros antepasados que al sellar un trato apretaban su mano y una palabra les bastaba! Palabra de honor, se le decía.
Queramos o no, al final todos somos punto de referencia para los demás. Ayer, en un grupo de matrimonios, salía la cuestión de la importancia de los padres que sean coherentes en su fe delante de los hijos. No puedo obligar a mi hijo y decirle: Tienes que ir a misa… pero luego él me ve ir a misa y en casa me escucha criticar al vecino, ser deshonesto en los negocios, engañar en la factura… esto es el divorcio entre la fe y la vida. el cristianismo no es sólo ir a misa! Es la práctica de la fe de lunes a domingo 24h/7dias.
Un ejemplo muy sencillo que nos pasa en la familia… es la falta de coherencia muchas veces con la práctica del amor dentro de casa: Somos muy esplendidos y generosos con los amigos y, sin embargo, con los de casa somos poco cuidadosos. Vienen amigos? El quesito, la cervecita, el jamoncito de primera clase… Viene la mujer de trabajar... “cariño, hazte tu la cena!” Nos volcamos con los amigos y a los de casa… dicen que la confianza da asco… una pregunta muy capciosa: ¿para quién nos arreglamos? Cuando uno va a la oficina el lunes se cuida de los gemelos de diseño, la camisa planchada, muy perfumado, etc. Cuando uno se queda en casa, se pone el chándal de Decathlon, sin peinarse, sin ducharse, sin afeitarse… y uno dirá que mi amor por mi mujer está lleno de detalles… los hijos aprenden de lo que ven, no de lo que se les dice.
La vida de Jesús tenía una gran fuerza y era muy atractiva a los hombres porque de él se decía que enseñaba con una nueva clase de autoridad… y es que Jesús ponía en práctica todo aquello que predicaba. Esto es lo que intenta inculcar Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino, sino el que cumple la voluntad de mi Padre” (Mateo 7, 21-27).
Jesús presenta dos tipos de hombres:
a) Los que dicen creer y no llevan a la práctica su fe: No es ponerse de rodillas y rezar de labios, sino que es llevar a término la oración y ponerla en práctica. Jesús nos avisa de que nuestra fe no se parezca a la de los escribas y fariseos que “dicen hay que rezar y luego ellos no lo hacen” (Mt.23,3).
El Papa Pablo VI ya decía que “el divorcio entre fe y vida, es el mayor drama de nuestra época.”
b) Los que dicen creer y hacen el esfuerzo por llevar a la práctica su fe.
Tengamos en cuenta que los jóvenes de hoy son débiles de estructura en la vida, sin claridad en los puntos de referencia, hay excesivas imágenes, modelos a seguir, hay mucha confusión, los patrones son múltiples. Si un padre no es un punto de referencia atractivo, con ideas claras y coherencia, el hijo se va a dejar atrapar por cualquier otra oferta.
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