P. Luis J. Tamayo
Hoy acabamos el recorrido catequético de los evangelios de los 5 domingos de Cuaresma 2011. Hoy, finalmente se desvela el alcance del poder salvador del Jesús que vimos en los dos primeros evangelios de las Tentaciones y la Transfiguración. Los dos primeros evangelios eran necesarios. Era necesario descubrir que Jesús es hombre como nosotros, pero, a la vez, era necesario reafirmar su ser Dios. Como verdadero Dios nos abre el camino por el cual nuestra humanidad puede ser transformada/transfigurada y alcanzar las cotas más altas de la grandeza humana. Sólo por que Él es verdadero hombre y verdadero Dios, puede salvarnos de la mediocridad, puede elevar nuestra humanidad a la autentica dignidad divina que nos constituye, ¿cómo? liberándonos de las ataduras del corazón, de la ceguera de la mentira que anida en la mente y de las ataduras de la voluntad (ver también los evangelios de los dos últimos domingos).
Ya hemos dicho que la práctica cuaresmal a la que nos invita la Iglesia en este tiempo es “el vencerse a sí mismo” para lograr superarse e ir alcanzando esa inagotable grandeza para la que hemos sido creados. Si uno puede crecer y ser cada día mejor, ¿por qué me lo voy a negar? Pero hay que decir que ‘vencerse’ y crecer sólo es posible cuando uno queda sostenido por la gracia divina, los puños de poco sirven. Nuestra humanidad sólo es elevada a su verdadera grandeza por el encuentro personal con Jesús en la oración perseverante; el sentido pleno de vivir sólo es dado por Jesús cuando uno escucha su Palabra como hoy en el Evangelio le dice a Lázaro: “Sal fuera de tu sepulcro, de tus ataduras”.
Hoy Jesús nos enseña que Él es capaz de ayudarnos a soltar las ataduras que encadenan nuestra voluntad. Cuantas veces experimentamos todos que acabamos haciendo lo que no queremos, y lo que queremos no lo hacemos. Dirá San Pablo en Rm7, 14: “Realmente mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco… Pues bien se yo que nada bueno habita en mi, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, más no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y si hago el mal que no quiero, no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mi”.
Cuantas veces nos quedamos paralizados por las ataduras de la pereza, de la desmotivación… Ayer tuve una convivencia con los catequistas de la parroquia y del colegio… Lo habíamos preparado con mucho amor para todos. Uno de ellos al final del día, ya de regreso a Madrid, me daba las gracias por el día y me decía: ‘Como ayer me enteré de que menganito y fulanito no venían me dio mucha pereza el venir, ayer estaba pensando el tirar la toalla. Pero es que ahora no me arrepiento, sino que estoy super agradecido”. Cuantas veces nos ha pasado esto a todos! Nos falta voluntad para decidir por nosotros mismos… pero eso es una atadura que no nos deja vivir y disfrutar de muchas cosas en la vida. Vivir atado a lo que digan o hagan los demás es la atadura de Lázaro. Me impide vivir mi vida, para vivir según lo que otros dicen.
En el matrimonio muchas veces pasa que uno no sabe expresar sus apetencias por miedo y acaba siempre haciendo lo que el otro dice, y muchas veces en contra de su voluntad. Esto acaba por matar la relación, esta es la muerte de Lázaro. No os habéis preguntado ¿por qué la opinión de los demás, a veces, pesa tanto en nosotros y acabamos viviendo según lo que los demás nos dictan? Uno puede decir que es libre… pero cuantas veces la moda dicta lo que he de vestir o las marcas que he de llevar.
Puede pasarnos que estamos cenando con un grupo de amigos o familia y quieres irte a casa y no sabes cortar; o necesitas irte y no sabes decir que no… no sabes poner límites… eso es una atadura en la voluntad que no nos deja vivir.
¿Cómo salir de este sepulcro? San Pablo continúa diciendo en Rm7, 24: “¡Pobre de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sena dadas a Jesucristo!”.
Es Jesús quien viene a mis ataduras y me dice: Sal fuera! Rompe con esa atadura! Por eso es vital el encuentro con Él a través del sacramento de la reconciliación, a través de la oración asidua, a través de la perseverante dirección espiritual. Buscar luz, buscar liberar las ataduras de la voluntad por aquellos medios que me da la Iglesia en donde tengo garantizada la gracia de Cristo que trabaja junto con mi voluntad.
¿Qué ataduras tienes? ¿Las hablas y buscas luz? ¿Buscas la fuerza de la gracia en Jesús a través de los sacerdotes?
Para terminar esta serie de 5 catequesis entendemos por que era necesario profesar nuestra fe en Jesús como verdadero hombre y Dios (dos primeros domingos) para luego ver como el libera nuestro corazón, mente y voluntad, para hacernos hombres más plenos.
En la Samaritana, vemos como sólo Jesús por su divinidad unida a su humanidad puede abrirnos el camino escondido en la fragilidad de nuestro corazón a la fuente del Verdadero amor divino y darle al corazón del hombre su verdadera grandeza, y hacerle descubrir que no necesita colmar su sed en los pozos del egoísmo que no colman la sed. (Jesús transforma el corazón del hombre)
En el ciego de nacimiento, vemos como sólo Jesús por su divinidad unida a su humanidad puede abrirnos el camino de la ceguera de la soberbia a la verdadera luz de la humildad, y hacernos descubrir que no necesitamos mantenernos en el orgullo que sólo nos lleva la ofuscación de nuestra mente. (Jesús transforma la mente del hombre)
En Lázaro, vemos como sólo Jesús por su divinidad unida a su humanidad puede desatarnos las ataduras de la voluntad a una libertad mayor de la opinión de los otros, para poder decidir yo por mi mismo y aprender a disfrutar de la vida. (Jesús transforma la voluntad del hombre)
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