3 abr 2011

IV Domingo de Cuaresma


¿Por qué no ves la viga que está en tu ojo?
P. Luis J. Tamayo

Seguimos haciendo el recorrido a lo largo de los cinco evangelios de la Cuaresma 2011: Vimos en los dos primeros evangelios de las Tentaciones y la Transfiguración, la dimensión humana y divina de nuestro Salvador. Él es el Cristo, el que viene a liberarnos de las ataduras del corazón (lo vimos el domingo pasado en la Samaritana) y de la ceguera de la mentira (lo vemos hoy en el ciego de nacimiento).

Ya sabemos que la práctica cuaresmal a la que nos invita la Iglesia en este tiempo es “el vencerse a sí mismo” para lograr superarse, madurar como personas y crecer en nuestra identidad de cristianos con el ejemplo. Vencerse no sólo a base de puños sino mediante la colaboración a la gracia que de Cristo recibimos. La sabiduría popular nos enseña: A Dios rogando y con el mazo dando.

Os cuento una historia: Diariamente, ellos llamaban al "tonto del pueblo" al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas:- Una grande de 400 reales y... otra pequeña, de 2.000 reales. Él siempre escogía la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos. Cierto día, alguien que observaba al grupo le llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda más grande valía menos. - "Lo sé", respondió, "no soy tan bobo. La grande vale cinco veces menos, pero el día que escoja la otra, el juego se acaba y no voy a ganar más dinero." ¿Quién es realmente el ciego?

Esto mismo es lo que le pasó al ciego y a los fariseos de la lectura de hoy del evangelio de Juan 9,1-38. Juan, en su relato, juega con una ironía, aquellos quienes podían ver, no verían ni a Jesús y hasta dudaban si el ciego al que interrogaban era realmente el que se encontraba siempre al borde del camino. En el fondo eran ciegos. Aún teniendo capacidad de visión no querían reconocer ni al Mesías ni sus obras.

El tema de Cuaresma de hoy es vencer toda tentación de quedarse en la ceguera de la mentira que el orgullo ejerce sobre nosotros.

Os pongo un ejemplo muy sencillo que el otro día me contaban. Un niño, jugando en casa rompió sin querer un plato antiguo de la abuela. La madre montó en cólera, obviamente le echo todas las culpas al niño… La madre tenía toda la razón… la culpa era del niño puesto que no debía de jugar. Pero, ahora seamos sinceros, entremos en la verdad, salgamos de la ceguera de la mentira. ¿No es propio de los niños jugar? ¿quién no ha roto un plato en su vida? El orgullo nos ofusca la mente. La verdad es que la culpa es de la madre que si tanto aprecio tenía al plato lo dejó al alcance del niño. Es muy fácil echar la culpa fuera, es muy difícil reconocer la propia culpa. Es muy fácil justificarse en el orgullo de que siempre tengo razón, es muy difícil admitir con humildad que yo puedo estar equivocado. Todos, de una forma u otra, sufrimos de la ceguera del orgullo, es decir, no quiero ver mi parte, y siempre prefiero poner la culpa fuera…

Jesús lo expresa muy clarito “¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?” (Lc 6, 37-42) Estamos ciegos en nuestro orgullo y no lo vemos. Sólo podemos vencer la tentación de la ceguera en el encuentro con Jesús.

El evangelio de hoy (Juan 9,1-38) “Le preguntan al ciego cómo habla adquirido la vista.
Él

les contestó:
«Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
… Y volvieron a preguntarle al ciego:
«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó:
«Que es un profeta.»
… Jesús lo encontró
y le dijo:
«¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó:
«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo:
«Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo:
-«Creo, Señor.»
Y se postró ante él.

La posibilidad de abrir los ojos a la verdad es gracia de Dios, es el don de la humildad que Jesús da a quien lo busca. Santa Teresa de Ávila dice: humildad es andar en verdad. Lo vemos de nuevo en la parábola del publicano y el fariseo de Lucas 18, 9-14. El fariseo se presenta delante de Dios en sus méritos… soy mejor que el de al lado, mira todo lo que hago. Sin embargo el pecador, reconoce con humildad que no es perfecto que necesita de la misericordia de Dios. Uno anda en la mentira el segundo en la verdad.

Vamos a pedirle a Dios la gracia de andar en verdad, de ser capaces de ponernos en los zapatos del otro y antes de juzgar a nadie y apuntar sus errores, ser capaz de mirar mis errores y lo que yo necesito cambiar.

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