En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?» Contestaron: «El primero.»
Recuerdo que en un pueblo donde estuvimos de misión había un pastor que nos contaba que tenía una cabra que era muy tozuda y obstinada y si la quería conducir y llevar hacia la derecha, la tenía que empujar en sentido contrario hacia la izquierda. Siempre que tiraba de ella, se ponía tan terca que tiraba hacia atrás para el lado contrario.
Esta imagen me recuerda un poco a ese espíritu rebelde que nos caracteriza a todos… solo falta que nos empujen o nos pidan una cosa para no hacerla. ¿quién no ha vivido algo así alguna vez en su vida? Cuantas veces una madre le pide a su hijo tirado en el sofá sin hacer nada: “¿Hijo. Puedes ir al supermercado un momento a comprar el pan?” y el chaval responde: “Mama… ahora voy!”… para nunca ir. O lo contrario, uno se encuentra una prohibición, y tu padre te dice: no te bañes en ese río… y uno responde: “no me bañaré”, para cuando el padres se despista uno ya se está bañando. El primero… si, si ahora voy, para nunca ir; o el segundo, no, no lo hago, para luego hacerlo. Cuantos de nosotros lo hemos vivido así. Esto es el evangelio de hoy: El padre le dijo al segundo hijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue. Sin embargo le dijo al primero: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero al final si fue.
Jesús hace la pregunta final: ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre? Obviamente ellos contestaron que el primero. Por lo que se deduce, el interés primordial en Jesús es resaltar el “hacer” y no tanto la “intención”. Hay un dicho que dice: EL infierno está lleno de cristianos con buenas intenciones. Lo que cuenta es el ‘hacer’, el ‘poner por obra’, el ‘practicar’ o ‘vivir’ según el deseo de Dios y no tanto al intención y al final nada. "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero al final si fue.
La pregunta es: ¿qué es lo que pudo pasar en el hijo para hacerle cambiar de parecer? ¿qué es lo que pasó para decir que no lo hacía y acabar haciéndolo? Es muy sencillo, lo explico con un ejemplo: antes del verano, cuando yo invitaba a los jóvenes a participar de la JMJ algunos decían que no sabían y tuve que llevarles a rastras… y sólo cuando hicieron la experiencia de la alegría que allí vivimos es cuando no hizo falta empujar… cada día los tenía a primera hora donde hiciera falta.
El paso de tener buena intención a la puesta en practica está en que el primer hijo tuvo la experiencia del amor del padre, pues sólo cuando uno se para y descubre que hay una experiencia de alegría y de amor… entonces es cuando aunque uno reniegue, al final acaba cediendo y lo hace.
Al final a todos nos pasa que la asistencia a un grupo parroquial de fe, a una eucaristía, a una formación, hay momentos en los que uno dice que no… pero luego si te paras y descubres que participar de ello te lleva a vivir una experiencia profunda de la alegría de Dios, entonces ya no se hace una obligación sino que aunque uno reniegue acaba haciéndolo. Cuantas veces he escuchado: “Que pereza ir a misa... pero luego se que si voy me va a hacer mucho bien”. La experiencia de la alegría, la paz, el amor, el gozo, la serenidad es lo que al final debe mover nuestra vida cristiana y no un cristianismo de la obligación, puesto que éste al final se hace una carga.
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