1 oct 2011

REFLEXION del Evangelio dominical

Amor con amor se paga

P. Luis J. Tamayo

Mateo 21, 33-43: «Escuchad otra parábola: Habla un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero¡ venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»

Isaías 5, 1-7: Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones. Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones?

Esta parábola de Jesús sólo se puede leer a la luz del texto de Isaías capítulo 5. Cada vez que la leo descubro el corazón enamorado de un Dios que dándolo todo a sus hijos, es más, dando su amor, su gracia e incluso dándose a si mismo a nosotros en su Hijo Jesús, se duele porque no ve frutos en nosotros de gratitud y amor.

De esta lectura de la Palabra se puede sacar una meditación preciosa sobre el amor de Dios derrochado y desbordado sobre nosotros abundantemente (Meditación para alcanzar amor de San Ignacio de Loyola). Dios es amor, según dice la palabra de Dios. Y como tal, el amor puro y autentico es generoso, es dación de si, es cuidado sobre su criatura amada, es entrega de sí. El amor cuando es puro no busca recibir, sino solo darse.

Por eso, uno puede descubrir como Dios se vuelca en cuidarnos desde lo material hasta lo inmaterial, desde lo creado hasta lo increado.

Si primero uno hace una lista de todas las cosas maravillosas que le rodean no habría suficiente papel para escribirlas todas. Mira hacia atrás, mira como Dios te ha ayudado en tantos bienes materiales… un trabajo, una casa, un coche, ropa, comida en la mesa, unos estudios, etc. Todo esto al ser material es obvio. Uno puede decir, pero si esto yo lo conseguí con el sudor de mi esfuerzo… entonces entramos a otro nivel de la gracia abundante de Dios los bienes inmateriales: ¿Quién te dio las fuerzas? ¿quién te dio la salud? ¿de donde la memoria para estudiar? ¿de donde la lucidez mental para trabajar? Tienes vista, tienes capacidades, talentos, sueños, entusiasmo… sería de poco agradecido no reconocer que todo esto también viene del amor abundante de Dios hacia ti.

Así lo describe Jesús desde la parábola: un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda. E Isaías dice: La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar.

Después de tanto que hizo por su viña, después de tanto bien que Dios nos da, surge la pregunta: ¿Cómo puede ser que en ved de uvas, dio agrazones?, ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones?

¿Por qué, esperando que tanto bien recibido diera un corazón agradecido por tanto bien abundante, salimos con la queja de que algo siempre falta, la ingratitud, el egoísmo, e incluso la indiferencia de agradecerle poco o casi nada? Este es el dolor del Dios-Amor.

Pero aún hay más… dice San Pablo (Rm 5,20): que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Es decir, que a pesar de no reconocer tanto amor, se derrochó aún más en la entrega de su Hijo Jesús. La parábola así lo refleja: Por último les mandó a su hijo. Es decir, a todo este bien abundante hay que sumarle el derroche sobreabundante que recibimos de Jesús por medio de la fe. Solo hace falta pensar en cuantas eucaristías uno ha recibido, y tanta gracia derramada en el sacramento de la reconciliación, o la adopción filial de nuestra Madre la Iglesia al darnos el bautismo… es decir, hemos recibido bendiciones no-materiales innumerables.

Lo que Dios busca de nosotros no son cosas, sino un corazón agradecido, un corazón que le ame. Hay un dicho popular que dice: amor con amor se paga… Pues eso lo que busca Dios, mediante tanto derroche de amor, despertar gran amor en nosotros hacia El. Su felicidad es poderle decir “te quiero, Dios mío”.

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