Adviento: Escuela de esperanza.
P. Luis J. Tamayo
Estamos en la segunda semana de Adviento. Si el Domingo pasado la invitación del Evangelio iba encaminado a dedicar este tiempo de Adviento a la ‘preparación’, a ‘estar en vela’, ‘despiertos’, es decir, ir creando una disposición en nosotros que nos ayude a preparar la venida del Señor en la Navidad; este segundo domingo la invitación es a vivir este tiempo de Adviento desde la ‘esperanza’.
Debiéramos descubrir que el Aviento, más allá de un tiempo en el calendario litúrgico, es una actitud, es una forma de vida, es el modo del ser cristiano. El Adviento es esperanza.
El Dios de los cristianos es el Dios de la esperanza… esperamos aquello que nos ha prometido. San Pablo (Carta a los Romanos 8, 24-25) dice: ‘Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no es esperanza, ¿a caso se puede esperar lo que ya se ve? En cambio, si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia’. Y Pablo concluye: ‘solamente en la esperanza estamos salvados’.
La pregunta que surge es ¿de donde brota la esperanza cristiana? La respuesta es: De las promesas de Dios. El Dios de Jesús es el Dios de las promesas. Y ¿dónde encontramos esas promesas? En las Sagradas Escrituras. Una de los grandes regalos donde todos podemos anclar la vida es en la Escritura. La Palabra de Dios es palabra segura, palabra que no falla. Es la garantía de un Dios que se compromete por escrito lo que ha de cumplir. La Escritura es donde quedan las promesas escritas.
Dice el Evangelio de hoy: “Como está escrito en el libro del profeta Isaías: Yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino” (Marcos 1, 1-8). Y efectivamente luego se cumplió la profecía… Juan el Bautista fue el precursor de Jesús, el que preparó el camino al Señor. Y así tantas otras promesas… El nacimiento del Mesías, que nacería de una mujer, que sería Salvador por los caminos de la humildad… todo eso ya estaba escrito antes de que aconteciera. Es a posteriori que los discípulos se fueron dando cuenta de que todo estaba dicho, que en las ‘Promesas’ de Dios.
Benedicto XVI nos lo dice en este Adviento, el dinero se esfuma, no es algo sólido donde apoyarse… sólo las promesas de Dios son eternas, perduran en el tiempo. Y éstas las encontramos en la Palabra de Dios, y son las que nos salvan, las que nos confirman en la fe.
En tiempos de soledad: ‘Yo soy tu Dios y tu eres mi hijo amado’; ‘Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos’.
En tiempos de enfermedad: ‘Yo soy el Dios del consuelo’; ‘Yo enjugaré tus lágrimas’.
En tiempos de cansancio: ‘Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados pues mi yugo es suave y ligero.’
En tiempos de servicio a los demás: “Hay más felicidad en dar que en recibir”
La esperaza se alimenta a base de apoyarse en la Palabra de Dios, a base de poner la confianza en estas Palabras… Cielo y tierra pasarán, más mi Palabra no pasará (Mt24, 35). La palabra del hombre falla, la de Dios se cumple… cuantas veces hemos puesto nuestra confianza en alguna promesa hecha por hombres y al final no la han llevado a cabo… sin embargo Dios no es así. Su promesa es fiel, su Palabra se cumple, por eso podemos poner nuestra esperanza en él. La esperanza no es que se haga lo que yo quiero (esto es manipulación), sino que aunque me pegue con Dios por conseguir lo que estimo oportuno y poner para ello todos los medios, pero ceder en que se haga su voluntad y creer que ésta es lo mejor. Jesús en su oración de Getsemaní tuvo su “rifi-rafe” con el Padre… aparta de mi este caliz… pero no mi voluntad sino la tuya.
Conocí a la fundadora de una congregación de laicos y me decía que su oración se parecía más a una lucha libre que a algo pacífico y sereno. Pero al final la paz llegaba al ponerse en la confianza de que Dios guía los senderos de la vida… y para bien. Para el hombre no es fácil… como me decía un amigo recientemente y muy clarito: “es jodido”… Por eso el Adviento ha de ser escuela, ha de ser tiempo de aprendizaje, es aprender a poner la confianza en Dios.
Para nosotros mirar a María también es escuela de esperanza: ella esperaba como todo el pueblo de Israel en un Mesías, en un salvador, lo esperaba con anhelo, pues veía la opresión que vivía su pueblo… abierta a Dios, en oración, dijo: “hágase según tu Palabra”… pero escudriñando el diálogo podemos ver que le salieron algunos “peros”… ¿cómo yo una humilde mujer de pueblo?... ¿Cómo yo? Pero si no estoy casada…
Las preguntas que nos podíamos hacer son: ¿Alimento mi esperanza en la Palabra de Dios? ¿dónde pongo mi esperanza? ¿en donde me apoyo día a día?
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