La fe como respuesta a una llamada (P. Luis Jose Tamayo)
Marcos 1, 14-20: “Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: -«Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.”
El Evangelio de este domingo toca una realidad de la fe cristiana a la que poco se presta atención y tiene unas consecuencias importantes para nuestra vida de fe. El Evangelio de hoy, 3º del tiempo ordinario, nos presenta el inicio de la vida pública de Jesús, y es justo al inicio de su andadura en el anuncio del Reino que llama a unos cuantos a seguirle y a caminar junto a él. En Marcos 3,13 dirá: “llamó a los que él quiso para estar con él y enviarlos a predicar”. La vida de los discípulos dio un giro cuando escucharon la llamada, y éstos escuchando la llamada, le respondieron, dice el Evangelio que “dejándolo todo le siguieron”.
Al comienzo de todos los evangelios encontramos la realidad de la llamada de Jesús a seguirle.
Es importante descubrir que nuestra vida cristiana se enraíza en esta realidad del llamamiento de Dios a nuestras vidas, y por lo tanto, todo lo demás es una respuesta nuestra a esa llamada. San Agustín lo expresa con la frase de “todo es gracia”, es decir, si uno es capaz de vivir la fe no es más que una respuesta a una llamada previa de Dios. Si uno hace un rato de oración, no es mérito propio, sino que es respuesta a la sed de oración que Dios ha puesto en el corazón previamente. Si uno hace una obra de caridad, no es iniciativa personal que se pueda atribuir, sino que es la respuesta lógica a un deseo de generosidad que Dios ha plantado previamente en el corazón del hombre.
La vida cristiana ha de concebirse siempre como una respuesta a una llamada, sólo así conseguimos salir de una moral de la obligación para enraizar la fe en una dimensión relacional. Hemos sido educados en una moral muy rígida de la obligación, del deber, del ‘tengo que’… Cuantos de nosotros hemos escuchado sobre la misa dominical la expresión “la obligación semanal”, o “mis practicas de fe”, o “mis obligaciones”… como si de un cumplimiento se tratara, y al fallarse se rompe algo. Si que la fe nos pide unas practicas, pero son respuesta a una amistad. Ir a visitar a mis padres no es una obligación, quedar con un amigo no puede ser una obligación, sino que ese estar y compartir es fruto de la amistad, del cariño, de la relación. Si la fe la sacamos del contexto de la relación, nos movemos en el contexto de las normas… y las normas al final se hacen una carga.
Por eso Jesús al llamar no les pone una serie de normas, sino que simplemente les dice: “Ven y sigueme”, ven y aprende una forma nueva de vivir, ven y seamos amigos, ven y descubre como el amor que te tengo te transforma. El cristianismo es una relación de amor, de amistad… ya lo decía Santa Teresa de Ávila: La oración es tratar de amistad, muchas veces y a solas, con Aquel que sabemos nos ama. La fe es tratar de amistad. Por eso no nos quedemos en los mínimos de la “obligación semanal” de la misa… eso son mínimos… la fe se vive 24h/7 días… la fe es de lunes a domingo. Si puedes venir a ver a Jesús a misa algún día más entre semana, muestrale que sales de la obligación y lo haces por que de verdad le buscas a Él; si paras en una capilla a lo largo del día, dile que lo haces por que deseas alimentar la amistad con Él; si haces una obra de caridad, dile que buscas volcar el amor a Él en otra persona.
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