Luz y Tiniebla (P. Luis Tamayo)
Estamos en el cuarto domingo de Cuaresma. Recordamos que este es un tiempo especial que nos regala la Iglesia para retomar lo esencial del cristianismo, la vuelta al amor de Dios, y por ello aprender a discernir donde nos quedamos atascados en tentaciones que nos distraen y nos desvían de lo esencial. En esta Cuaresma tenemos 5 reflexiones sobre ciertos aspectos de la incansable tentación que nos acecha y la necesidad de discernirlas.
Ya dijimos que la tentación es parte de la dinámica de nuestro ser humanos. La tentación en sí misma no implica un mal; es sólo la invitación a una forma de mal. Jesús, como verdadero hombre también conoció la tentación. Otra cosa es el consentimiento de la tentación. La dinámica de la tentación siempre busca deslumbrarnos con la apariencia de bien y de atractivo con algo que al final nos va a conducir a la amargura y al dolor. Por eso la importancia del discernimiento para una doble tarea: reconocer como se disfraza el mal y tener un espíritu fuerte para rechazarlo.
Juan 3, 14-21: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (…) la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.”
El Evangelio de hoy juega con dos imágenes: La luz y la tiniebla. El discernimiento es ese pequeño ejercicio de examen de nuestros pensamientos, palabras, obras y omisiones que nos ayuda a iluminar y desenmascarar a la tentación, es decir, poner luz donde hay tinieblas y poca claridad.
El evangelio lo pone claro: “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”… El Hijo vino para amarnos, para darnos la posibilidad de un amor que nos dignifica y fortalece para alcanzar en esta vida a ser aquello que captamos como lo más grande para nuestras vidas y también para alcanzar una vida eterna en el gozo del amor divino. Esta es la única misión de Cristo, Él vino para nuestro bien, para nuestra felicidad aquí en esta tierra y la eterna. El es el camino para la verdadero sentido de vivir, el único que posibilita la plenitud del corazón del hombre.
Pero, fijaos como continúa el Evangelio: “la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz”. Es tremendo! es verdad! pues sabiendo donde está la Luz y cual es el camino, muchas veces preferimos permanecer en la tiniebla. ¿Cuál es la tentación aquí? Es permanecer en la arrogancia de creer que sabemos más que Dios. Preferimos la tiniebla a la luz, y somos nosotros quienes decidimos lo que está bien según nuestros criterios.
Una persona me decía una vez que sabia que estaba haciendo daño a su cónyuge, pero que no aceptaba que la otra persona tuviera la razón… la persona estaba convencida de que ceder era de débiles y personalidad frágil. Ahí la tentación, la mentira, la tiniebla que crea la soberbia… “prefería la tiniebla a la luz”.
Pidámosle al Señor el poder descubrir donde hay tinieblas y oscuridad en mi vida para no sólo arrojar luz, sino tener la fuerza de “caminar hacia” y “vivir en” la Luz.