¿Quien puede seguir a Cristo?
(P. Luis J. Tamayo)
Este es el final del capítulo 6 del Evangelio de San
Juan y del discurso del ‘pan de vida’ (o discurso sobre la eucaristía). Si recordáis,
Jesús habla de que sólo su carne es verdadero alimento, y que comer de él es lo
que da vida. Jesús utiliza un lenguaje nada fácil. A ellos les costó entender
ese lenguaje y hoy día a nosotros también.
Lo que de fondo está planteando Jesús en sus palabras
de hoy es sobre su “seguimiento”. Comer del pan de vida, es comulgar con el
mismo Jesús en su mensaje y en su vida. Comulgar=Comer es decir sí a todo su
mensaje.
Lo que en un principio fue el acto externo de los
discípulos de seguir a Jesús, desde la primera llamada: “ven y sígueme”, hasta
el día a día en el camino de Galilea a Jerusalén; y en ese acompañamiento,
aprender sus enseñanzas con su Palabra y con la vida; posteriormente, en la
Tradición de la Iglesia, surgió la expresión del “seguimiento de Cristo” como
ese modus vivendi del cristiano que
busca poner a Cristo en el centro de su vida. Seguir a Cristo es comulgar con
Él.
“Seguir a Cristo”** es la
tarea fundamental de su discípulo, lo que significa acogerlo como centro de
gravedad de la vida, adoptarlo como punto de referencia de todo juicio,
aceptarlo como revelación definitiva del Padre, situarlo en el corazón y
reconocerlo como fuente absoluta de sentido para la existencia de hombre.
Seguir a Jesús implica una adhesión a su persona y a
su mensaje. No es sólo el asistir a misa el domingo, sino que la pedagogía
del seguimiento de Cristo supone transformar al creyente en discípulo, es
decir, en alguien que se esfuerza por pensar y actuar como Cristo, por juzgar
según sus criterios, por actuar de acuerdo a sus valores, por relacionarse
inspirado en sus actitudes, por poner toda su persona al servicio del Reino, en
una palabra, por edificar un modelo de hombre, de Iglesia y de sociedad, situando
al Amor-servicio en el centro de todo.
Claro,
oído esto, te das cuenta que el estilo de vida y modelo de hombre supone todo
un reto nada fácil, y esto es lo que Jesús plantea en el evangelio de hoy: Desde
entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a seguirle.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Entonces, Simon Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Sólo Tú
tienes palabras de vida eterna», palabras de plenitud.
Pedro se define y manifiesta su deseo, pero sin ser
consciente que más tarde le negará. Por eso Jesús deja claro en el Evangelio: «os
he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Pedro
tuvo que caer y darse cuenta que por sus propias fuerzas no iba a poder seguir
a Jesús, tendría que aprender a dejarse sostener por la gracia y su
misericordia. Así es, si en esos tiempos, era habitual que los discípulos buscaran a
sus maestros, a quienes trataban de imitar en su manera de enseñar para
adquirir ellos mismos autoridad. En el caso del seguimiento de Jesús se
diferencia radicalmente puesto que es Jesús quien toma la iniciativa, era Él es
quien llamaba, y hoy también sigue siendo Él quien da la fuerza.
Tres veces le negó Pedro, y
tres veces le tuvo que preguntar Jesús: Me amas? Pues el seguimiento, o
comulgar con él es cuestión de amor y no de lenguaje.
** El
seguimiento de Jesús, (el griego akolouthéo
es evocador de sus correspondientes mathétés=discípulo y mantháno =aprender) es un término
consignado unas 90 veces en el Nuevo Testamento. Dejando aparte 11 menciones:
He (4 veces); ICor (1 vez); Ap (6 veces), las 79 restantes se hallan en los
evangelios, distribuidas de la siguiente manera: Mateo 25 veces, Marcos 18
veces, Lucas 17 veces y Juan 19 veces. De esta sencilla constatación se comprende que el tema del seguimiento
es típicamente evangélico.
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