El AMOR, fundamento de la
relación humana
(P. Luis J. Tamayo)
Marcos 10, 2-16: En aquel
tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a
prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les
replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?» Contestaron: «Moisés permitió
divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les
dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de
la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a
su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola
carne". De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha
unido, que no lo separe el hombre.» (…)
El Evangelio de hoy es bastante complicado de
entender cuando en la sociedad que vivimos el divorcio, no sólo es lícito, sino
que además es lo que con mayor naturalidad se publica en las revistas y
programas del corazón. Una situación de dolor, traumática y de fracaso se ha
banalizado tanto que se ha convertido en algo ‘normal’.
La pregunta que en ese momento le hacen los fariseos
a Jesús es la misma pregunta que cualquier persona le hace hoy a la Iglesia: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su
mujer?». La pregunta, además, tanto ayer como hoy se hace en el mismo tono
malicioso: “le preguntaron a Jesús, para
ponerlo a prueba”, puesto lo que se pretende es justificar que la Iglesia
está desfasada de la sociedad, vive a años luz de la situación de la realidad
social, la Iglesia no avanza, no es moderna, es ‘carca’ y antigua…
Vamos a fijarnos como sale al paso Jesús. Él les
pregunta primero sobre el ambiente legal del momento. «¿Qué os ha mandado Moisés?» Contestaron: «Moisés permitió divorciarse,
dándole a la mujer un acta de repudio.» Los judíos vivían religiosa y políticamente
anclados en la ley de Moisés y la ley permitía el divorcio en ciertos casos.
Pero a continuación Jesús explica el por qué se permitía: Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este
precepto.» Jesús deja bien claro que en la mayoría de los casos es por la
terquedad humana que se llega a permitir el divorcio, no es por otra razón.
Ahora la pregunta es ¿qué debe prevalecer: nuestra terquedad o nuestro sano
juicio?
Jesús es demasiado brillante como para entrar en el
juego simplista de la cuestión. La casuística particular no es la respuesta.
Habrá casos muy delicados de ruptura que tendrán alguna justificación, pero la
respuesta necesita de un principio base, de un fundamento.
Jesús, para responder va a dejar claro el fundamento
del Amor, no se va a enredar en cosas secundarias o superfluas del asunto.
Jesús se adentra en la raíz de la cuestión, por eso dice: “al principio”… al principio de la creación, al inicio de todo. Es
como si dijera: vamos a la raíz de la
cuestión, vamos al fundamento de la relación humana entre dos personas: “Al principio de la creación Dios "los
creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se
unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". De modo que ya no son
dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” Jesús
está hablando de que en el origen de la relación debe de estar el Amor de Dios,
un Amor con mayúsculas, el verdadero amor que ama sin condiciones, sin peros,
que es paciente, que no guarda rencor al otro, que se entrega en generosidad,
que no pasa cuentas ni calcula lo que da para luego exigir a cambio (1 Co 13).
Al
principio de una relación tiene que estar el gran AMOR que nace de Dios, que todo lo potencia, que hace las cosas nuevas, que
perdona y da una segunda, tercera, cuarta y mil nuevas oportunidades (Lc 15).
El Amor de Dios que renueva las fuerzas, que da la paciencia frente a las
imperfecciones del otro, que anima, levanta y reconcilia (Jn 11,1-45). Un Amor
que no es humano, que es divino, que limpia el corazón de tal forma que deja
ver al cónyuge siempre con ojos nuevos, un amor que rejuvenece el cariño mutuo,
que colma de alegría, que refresca el enamoramiento aún pasados 50 años de
matrimonio. ¿Crees que este Amor existe?
Yo si lo creo. Lo he visto en ancianos paseando por la calle cogidos de la
mano, que los años no han hecho más que pulir el egoísmo de cada uno para
dejarlos unidos en un amor fuerte. Lo he visto en mi vocación sacerdotal que
después de 18 años de entrega a Dios, su Amor es aún capaz de levantarme en las
dificultades, su Amor me ayuda a ilusionarme por el proyecto de levantar una
nueva parroquia, su Amor me da la alegría para enfrentar cada día… es sólo su
misericordia lo que me sostiene día a día.
Una vez que conoces esta clase de AMOR, la pregunta
ya no es: «¿Le es lícito a un hombre
divorciarse de su mujer?» sino, ¿es licito casarse sin sostener ese proyecto en el Amor
de Dios?, ¿crees que merece la pena apostar por un proyecto como el matrimonio
sin estar sostenido en el Amor de Dios?
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