Jesús, Rey de Reyes
P. Luis J. Tamayo
(Lc 23,35-43)
Hoy día, para nosotros, no nos es fácil entender a Cristo como Rey. Hemos de acercarnos al Antiguo Testamento y descubrir allí como la figura del Rey en el pueblo judío nos habla ya de Jesús como Rey de los judíos.
Nuestra comprensión de la figura de un Rey es distinta, como la fue para los judíos. La imagen de “rey” que tenían en la mente es la del Cesar como omnipotente soberano. Su concepto de rey está basado en la fuerza imperialista.
Si miramos en la primera lectura (2 Sam 5,1-3) vemos como todas las tribus de Israel se reúnen para la aclamación real de David en Hebrón, la primera capital del reino, después de una larga lucha contra Saúl. Ellos fundamentan la coronación del nuevo monarca en un principio enunciado en el versículo 1: “Hueso tuyo y carne tuya somos nosotros”. Este pasaje nos abre ya a la profecía de que Jesús será uno de nosotros.
Esta concepción del rey como “uno de entre tus hermanos”, preparaba misteriosa pero admirablemente el misterio de Cristo y de su Reino. El Reino que Jesús trae es el de Aquel que “fue probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4,15) porque “tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos” (Hb 2,17). Ya no es un Rey distante que pasa en limusina saludando o que vive en Palacio, sino que es un Rey que asume la condición humana, camina con el pueblo, identificado con cada uno de nosotros, en nuestras alegrías y también en nuestros dolores.
El evangelio (Lc 23,35-43) narra los ultrajes de Jesús en el momento de la crucifixión. Este texto nos abre los ojos a la clase de Rey que tenemos. No es un Rey de poder, lujo o glamour, sino un Soberano que muere en el mayor gesto de humillación y da la vida por amor. Mientras el pueblo asiste a la crucifixión, los jefes se burlan del Crucificado (v. 35).
**(El objeto de la burla es la salvación, un tema central en la teología de Lucas, quien presenta a Jesús desde su nacimiento como el “Salvador” (Lc 2,11; Hch 5,31; 13,23). La salvación define su misión. Es sorprendente la repetición del verbo “salvar” en el texto, en donde aparece 4 veces (vv. 35.35.37.39). Tal insistencia sobre la salvación, en boca de los jefes del pueblo y de uno de los malhechores crucificados, indica la diferencia entre la concepción de salvación de la gente presente en el momento de la crucifixión y la realizada por Jesús.)
Todos coinciden en que salvándose a sí mismo, Jesús demostraría el verdadero poder, así se revelaría como el verdadero Mesías y Rey; Jesús, en cambio, opta libremente por quedarse en la cruz y demostrar hasta el final que el extremo del amor pasa por dar la vida por nosotros. Así Jesús se revela como el Salvador, precisamente en el anonadamiento total por amor. Es otro el camino.
La imagen de “rey” que tienen en la mente es la del Cesar como omnipotente soberano. Su concepto de rey está basado en la fuerza, en la búsqueda de gloria y en la capacidad de imponerse sobre los otros. Por eso le decían a Jesús: “Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate!” (v. 37). Los soldados se dirigen a Jesús con el título “Rey de los judíos” (v. 37); no se interesan por la dimensión religiosa de la misión de Jesús. Insisten en el aspecto político. Por eso lo llaman “rey”. Para ellos, Jesús es solamente un hombre que reivindica una autoridad en antagonismo con el dominio romano.
El reinado inaugurado por Jesús, como Cristo Rey, no consiste en bajar de la cruz y manifestar su poder salvándose a sí mismo, tampoco conquistando con armas a Jerusalén de manos de los romanos. Sino que su única arma el el AMOR, dando la vida por ti y por mi, busca conquistar tu corazón por amor. El poder de Cristo es el poder del amor, es la conquista del amor.