Jesús, el Cordero de Dios
P. Luis Jose Tamayo
Estamos
en el segundo domingo del tiempo ordinario. Domingos pasados hemos seguido los
acontecimientos del comienzo de la Historia de Salvación: Primero el Adviento –
tiempo de anuncio y preparación de la Navidad – (ya sabéis que el año litúrgico
de la Iglesia da comienzo con el Adviento y no sigue el año natural del 1 de
enero al 31 de diciembre), luego la Natividad de Jesús, el niño-Dios, y la
adoración de los Reyes Magos. El domingo pasado, primer domingo del tiempo
ordinario, celebramos el bautismo del Señor, y dimos comienzo a su vida
pública.
A
partir de ahora y todo el resto del año litúrgico será seguir los pasos de
la vida de Jesús, comprender sus palabras y sus gestos, mirar como actuó,
es decir, descubrir su amor incondicional por nosotros. San Pablo dice en una
de sus cartas: Jesús “me amó y se entregó por mi”. Pablo llegó a captar que
todo aquello que aconteció en la vida de Jesús era ‘por mi’. Por eso insistir
en la importancia de seguir los pasos de Jesús a lo largo del año, para captar,
comprender y penetrar en el misterio de su amor incondicional por cada hombre,
y especialmente ‘por mi’.
El
Evangelio de este segundo domingo (Juan 1, 29-34), Juan el Bautista, nos presenta a Jesús dándole
el título de: “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Este título al principio del año litúrgico y
del Capítulo primero del Evangelio de San Juan nos habla de quien es Jesús
–como si se tratara de los grandes titulares de una película–. Por poner un
símil cercano a los jóvenes. Es como si Jesús tuviera que abrir un perfil en
Facebook y tuviera que escoger una frase para su perfil que le definiera… Al
comienzo del Evangelio (estamos en el capítulo 1º),
Juan nos
pone ese titular: Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Con esto se nos está anunciando quien es Jesús, este título nos dice mucho de
lo que será la vida de Jesús. El cordero es como el
símbolo de la mansedumbre, de la bondad y de la paz. Lo vemos como un animalito
indefenso. En efecto, “es tan manso como un cordero”, solemos decir con cierta
frecuencia. Aunque fue Juan Bautista el
que aplica el nombre de “Cordero de Dios” a Jesucristo, nuestro Señor lo acoge
igualmente.
Hemos de recordar
que en el Antiguo Testamento, el
profeta Isaías toma esta misma imagen en el famoso cuarto canto del Siervo de
Yahvé, y augura que el Mesías será como un cordero que cargará con nuestras
dolencias, morirá por los pecados del mundo y que no abrirá la boca para
protestar, a pesar de todas las injurias e injusticias que se cometan contra
él. El Siervo de Yahvé será manso e indefenso como un “cordero llevado al
matadero” (Is 53, 7).
En el Nuevo Testamento, la tradición
cristiana rescata la imagen del cordero, y ve en ella a Cristo mismo (así lo
llama Pablo en 1Cor 5, 7). Vemos en Cristo, como en su pasión y muerte, él
libremente carga con la ira, soberbia, violencia y pecado de toda la humanidad.
Para mi vida
espiritual: ¿Qué quiere decir que Cristo como cordero quita el pecado, no ya
del mundo, sino el mío propio? Jesús dócil y voluntariamente asume mis culpas,
para liberarme de la carga del pecado, pues sabe que si yo me imputara los
efectos de todas las faltas que pudiera cometer a lo largo de mi vida me
destrozaría (humanamente no hay fuerza para cargar con la culpa emocional,
psicológica, mental y espiritual). Por eso el sacramento de la confesión tiene
un efecto curativo y liberador, más que el del psicológico, pues no es sólo el
desahogarme, sino que el amor de Dios penetra hasta lo más hondo de mi ser y
cura y libera al alma (cosa que ningún hombre, psicólogo o psiquiatra, puede
hacer) y la restaura de la herida espiritual de la ruptura con Dios. Y todo por
amor a mí.
Esto es lo que se
anuncia de Jesús al principio del año litúrgico.
Finamente decir, que el Papa san Sergio I fue quien introdujo la
expresión “Agnus Dei” en el rito de
la Misa, justo antes de la Comunión. Y, desde entonces, todos los fieles
cristianos recordamos en la eucaristía antes de comulgar las palabras del
Bautista: “He ahí el Cordero de Dios (Agnus
Dei), que quita el pecado del mundo”.