Mira como te mira
P. Luis J. Tamayo
Fue Jesús de Galilea al Jordán y se presento a Juan para
que lo bautizara. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que
necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?» Jesús le respondió: «Déjame
ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia.» Entonces le dejó. Bautizado
Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu
de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de
los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.» (Mt 3, 13-17)
El Bautismo marca un salto cualitativo en la vida de Jesús. Hay un giro,
un salto de la vida oculta a la vida publica. Hasta ahora han sido 30 años de
vida oculta que poco se sabe. Hay algunos datos que dicen que Jesús vivía bajo
la autoridad de sus padres, en familia en Nazareth. Una vida normal y sencilla.
Pero se da el acontecimiento de recibir el bautismo de Juan, y con ello Jesús
es ungido por el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. Es una experiencia profunda
que Jesús hace como Hijo de Dios.
El cambio de vida, el salto cualitativo no surge de las bonitas palabras
del Bautista, o del rito del bautismo de quedar sumergido en las aguas del Jordán. Sino que lo que Jesús vive ahí es una experiencia
personal y profunda del Espíritu Santo, saberse Hijo de Dios.
La Escritura es escueta en su lenguaje, el genero no pretende narrar una
experiencia espiritual mística de forma poética, no es este el fin, sino que por
medio de un lenguaje simbólico y sencillo el evangelista expresa la
experiencia: se abrieron los cielos y vio al
Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que
salía de los cielos decía: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”. Los discípulos tendrían
noción de esta experiencia de mística por lo que Jesús mismo, más adelante, les
debió de explicar.
Ahora que damos comienzo
al nuevo año, es muy común empezar con el deseo de nuevos propósitos: año
nuevo, vida nueva. Y nos marcamos el propósito de hacer un poco más de
ejercicio, de dedicarle menos tiempo al ordenador, de salir más con la mujer,
de ir con más frecuencia a los museos, de leer más libros, de perder unos
kilos… al final son buenos propósitos, pero son más superficiales. Lo que de
verdad va a marcar una experiencia de vida nueva es la conciencia de sabernos
hijos de Dios, hijos en el Hijo. Esta experiencia ya se nos ha hecho accesible
desde el día de nuestro bautismo, por medio del Espíritu Santo, somos hechos
hijos en el Hijo, y por lo tanto el acceso directo al amor del Padre. El
verdadero cambio es saberse muy amado, es saberse predilecto… desde aquí salen
un modus vivendi, una forma de vida nueva que va más allá de la norma que
muchas veces cansa. Personalizar la
vida cristiana en una experiencia interior: sabernos hijos en el Hijo. Por
medio del ES se nos abre la puerta… pero nosotros debemos entrar. Es don y
tarea. Es gracia y voluntad. Es regalo y ejercicio. Es donación y esfuerzo.
Es una invitación a la oración, a la contemplación, a sacar ratos de
silencio y de ponerse delante de Dios Padre y sentirse muy amado y predilecto.
Una amiga fue un año a Calcuta a hacer el voluntariado con la Madre
Teresa, me contaba que fue recibida por la madre a una entrevista. Dice que
cuando estaba delante de ella se sintió privilegiada, dice que parecía que la
Madre, con todas las ocupaciones que tenía, había dejado todo de lado para
prestar su absoluta atención a escucharla. Sintió una mirada privilegiada. Esta
debiera ser nuestra oración, como diría santa Teresa de Ávila: “Mira como te
mira”.
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