Mateo 17, 1-9
La naturaleza divina de Cristo nos habla de nuestra
gran dignidad.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano
Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se
transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías
conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: -«Señor, ¡qué
bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés
y otra para Elías.»
Todavía
estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz
desde la nube decía: -«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó
y, tocándolos, les dijo: -«Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron
a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
-«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre
los muertos.»
Recordaros que estamos
haciendo un recorrido de los evangelios de la Cuaresma 2011 con un hilo
conductor.
En estos dos primeros
domingos descubrimos el significado de la profesión de fe en Cristo Jesús como
verdadero hombre y verdadero Dios, según hacemos en el credo de la Iglesia.
En este domingo en el que
leemos el evangelio de la Transfiguración de Jesús, confesamos
que se trata, nos sólo del hombre verdadero que veíamos la semana pasada, sino
también del Dios verdadero. El Credo de
Nicea lo expresa así: “Creo en un
solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los
siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado,
no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho” y
después sigue confesando la fe en la encarnación, muerte y resurrección de
Cristo.
La
transfiguración nos habla de una forma especial de su naturaleza divina: “Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y
sus vestidos se volvieron blancos como la luz.”
Como dice San León Magno, en la
Transfiguración, Jesús “revela la
excelencia de la dignidad escondida” tras su humanidad. Éste fue un momento
culmen, un momento especial, pero hay que decir que la vida de Jesús de
Nazaret, desde su concepción hasta su Ascensión al Cielo, es toda ella una
prueba de su divinidad. Su nacimiento, su estilo de vida, su mensaje, su amor
por los que sufren, los milagros que salen de sus manos, su muerte en la Cruz,
su resurrección y su marcha al lado del Padre, son pruebas tangibles, tocables,
de su divinidad.
La belleza de la dignidad humana, el resplandor de la verdad del
hombre lo vemos en este pasaje del Evangelio. Aquí vemos como la raza humana
muestra en Cristo su grandeza con tal brillo que queda como punto de referencia
para siempre. Por eso Dios-Padre dice en el mismo pasaje: -«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.» Pero no olvidemos que en
el Hijo nos encontramos todos los seres humanos. En Él nos miramos como a
un espejo. Su grandeza es la nuestra, la belleza de su vida es el
parámetro de la nuestra.
La divinidad se manifiesta
y brilla en el “plus”, en el “extra” que supera toda mediocridad humana. Ahí es
donde brilla la grandeza del hombre. La heroicidad movida desde el amor, es lo
que revela la grandeza de la dignidad humana, es lo que hace resaltar nuestra
naturaleza divina.
Leemos del beato abad
Elredo que en Jesús descubrimos “aquella
admirable paciencia con la que entregó su atractivo rostro a las afrentas de
los impíos, (…) con la que sometió su espalda a la flagelación, (…) aquella
paciencia con la que se sometió a los oprobios y malos tratos (…)”. En medio de esta admirable muestra de caridad
Jesús pronuncia las palabras del perdón “Padre,
perdónalos”… Un hombre pudiera alcanzar la generosidad del perdón… pero
¿dónde vemos resplandecer la grandeza de su naturaleza divina? El beato continúa diciendo: ¿Quedaba algo más de mansedumbre o de
caridad que pudiera añadirse a esta petición? Sin embargo, se lo añadió. Era
poco interceder por los enemigos; quiso también excusarlos. ‘Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen’.”
Es ese ‘extra’ lo que habla
de cómo la naturaleza humana está sostenida por la divina. Es allí donde lo
humano no llega, pues está apunto de tirar la toalla, cuando sale la fuerza
para algo más… eso es lo divino, ese “algo más” que irradia el esplendor de un
amor extraordinario. Esa milla extra, es lo que ilumina la verdadera identidad
divina del hombre Jesús (y en él la nuestra). Lo nuestro es cansarnos a medio
camino, lo nuestro es perder la paciencia, pero cuando Él viene en ayuda de
nuestra flaqueza y nos hace caminar más allá de lo inesperado, cuando nos hace
caminar un poco más cuando llegamos a un límite, cuando no sólo perdonamos sino
que también excusamos, ese “extra” nos habla del Amor de Dios obrando en la
humanidad. Eso es lo que hace resplandecer la dignidad del hombre. ¿Ejemplos?
Madre Teresa de Calcuta, Gandi, Martin Luther King, los frailes benedictinos
que vimos en la película “De dioses y de hombres”… ¿Y tú?