30 ago 2008

Benedicto XVI traza su balance de las Jornadas Mundiales de la Juventud

Queridos hermanos y hermanas:
El lunes pasado regresé de Sydney, en Australia, sede de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud. Todavía tengo ante los ojos y en el corazón esta extraordinaria experiencia, en la que he podido encontrar el rostro joven de la Iglesia: era como un mosaico multicolor, formado por muchachos y muchachas provenientes de todos los rincones de la tierra, reunidos por la única fe en Jesucristo. "Young pilgrims of the world, jóvenes peregrinos del mundo", así les llamaba la gente con una hermosa expresión que expresa lo esencial de estas Jornadas internacionales iniciadas por Juan Pablo II. De hecho, estos encuentros constituyen las etapas de una gran peregrinación a través del planeta para manifestar cómo la fe en Cristo nos hace a todos hijos del único Padre que está en los cielos y constructores de la civilización del amor.
La característica del encuentro de Sydney ha sido la toma de conciencia del carácter central del Espíritu Santo, protagonista de la vida de la Iglesia y del cristiano.
El largo camino de preparación en las Iglesias particulares había tenido como tema la promesa hecha por Cristo a los apóstoles "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos" (Hechos 1, 8). Entre el 16, 17 y 18 de julio, en las iglesias de Sydney, los numerosos obispos presentes ejercieron su ministerio, proponiendo catequesis en varios idiomas: estas catequesis son momentos de reflexión y recogimiento indispensables para que el acontecimiento no se quede en una simple manifestación externa, sino que deje una huella profunda en las conciencias.
La vigilia nocturna, en el corazón de la ciudad, bajo la Cruz del Sur, fue una invocación conjunta del Espíritu Santo; y por último, durante la celebración eucarística del domingo pasado, administré el sacramento de la Confirmación a 24 jóvenes de varios continentes, entre ellos 14 australianos, invitando a todos los presentes a renovar las promesas bautismales.
De este modo, esta Jornada Mundial se transformó en un nuevo Pentecostés, con el que se ha relanzado la misión de los jóvenes, llamados a ser apóstoles de sus coetáneos, al igual que muchos santos y beatos, y en particular, el beato Piergiorgio Frassati, cuyas reliquias colocadas en la catedral de Sydney, fueron veneradas por una peregrinación ininterrumpida de jóvenes. Se invitó a cada muchacho y muchacha a seguir su ejemplo, a compartir la experiencia personal de Jesús, que cambia la vida de sus "amigos" con la fuerza del Espíritu Santo, el Espíritu de amor de Dios.
Quiero dar las gracias de nuevo a los obispos de Australia, en particular al arzobispo de Sydney, el cardenal Pell, por el gran trabajo de preparación y por la cordial acogida que me dispensaron, así como a los demás peregrinos. Doy las gracias a las autoridades australianas por su preciosa colaboración. Manifiesto un agradecimiento especial a todo los que desde todas las partes de del mundo han rezado por este acontecimiento, asegurando su éxito. Que la Virgen María recompense a cada uno con sus gracias más hermosas. Encomiendo también a María el período de descanso que transcurriré a partir de mañana en Bresanona, entre las montañas de Alto Adige. ¡Permanezcamos unidos en la oración".

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