En la conocidísima obra Alicia en el País de las Maravillas, se lee este diálogo:
— ¿Quieres decirme, por favor, qué camino debo tomar para salir de aquí?
— Eso depende mucho de a dónde quieres ir —replicó el Gato.
— Poco me importa a dónde quiero ir —dijo Alicia.
— Entonces poco importa el camino que tomes —replicó el Gato.
Situaciones como la de Alicia son penosamente frecuentes. Muchos anhelan salir de los complicados laberintos construidos por el poder, el dinero, el placer o por la falta de certidumbres y objetivos. O son gentes que se encuentran en situación de jaque mate por la droga, el sexo, el dinero o el alcohol. Y desean salir, pero les falta fortaleza para romper la maraña creada y, aún sintiéndose tal vez desgraciados, no dan con la puerta, ni ven la dirección, ni conocen el camino. Cualquiera que tomen será seguramente equivocado si carecen de rumbo. La situación llega a ser paralizante, con la dureza añadida por la conciencia de no hallarse en el lugar justo ni en la actitud apropiada. No hay camino por inexistencia de finalidad. Esta es la triste situación de tantas personas que sólo circulan por la felicidad engañosa, quizá con aire de bullicio y fiesta. Hasta que llega un momento en que no pueden más. Como en la rima de Becquer, son arpa sin notas, esperando la mano de nieve que sepa arrancarlas.
En medio de la sonoridad estridente de nuestras calles o lugares de esparcimiento eléctricos y multicolores; en el coche detenido por el rojo de un semáforo con música rompiendo decibelios; en el aislamiento de un enfermo que no sabe para qué sirve su dolor; en los grandes almacenes y en las tiendas de lujo; en la soledad de una playa; en el preso que busca salir sin saber para qué; en el investigador extasiado ante un embrión humano fecundado in vitro para la muerte; en las conversaciones ligeras, frívolas o bordes... Allí, y en muchísimos lugares, existe una multitud de personas, seres humanos que valen toda la sangre de Cristo, y no pueden elegir el camino porque no saben dónde ir. En el rumor de las fábricas pletóricas de informática; en el quirófano donde la vida y la muerte se tocan con las yemas de los dedos; en el parlamento que dice servir al pueblo y se sirve del pueblo; en el cine con mensajes tantas veces vacíos y maléficos. En ésos y otros ámbitos donde danza la soledad, el dolor, el mal, la enfermedad, el dinero, el poder, la muerte...; están allí, queriendo todos salir, quizá no sabiéndolo explícitamente, y sin estar al tanto de cómo y ni dónde.
El chaval de pantalón caído y desgarbado, ¿quiere salir? ¿Sabe adónde va? Y la señora cubierta de bisutería y seda que camina hacia la fiesta trivial, ¿sabe que quiere salir? ¿Sabe si transita por su camino? Y en los palacios de los ricos, en las chabolas de los desheredados, en los hiper de la droga, en el comercio de sexo para desalmados, ¿saben que quieren salir y adónde quieren marchar? En los centros del poder político y financiero; entre los mareados por mil confidenciales, bailando al son de la Bolsa; entre los adulterados que negocian al más alto nivel; entre los que van de cenas y copas carísimas, ebrios de carcajadas sin sentido. Ahí están. ¿Saben salir? ¿Tienen claro el camino?
«Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza...» Pero más que un sueño y aun siendo magnífica, la vida es «una mala noche en una mala posada», como escribió Teresa de Ávila; es una leve senda hacia un final —feliz o desdichado- que llega siempre, aunque inquiramos de continuo el modo de ignorarlo. Ese término es la clave del atolladero, el indicador seguro. Vale aquello de Ortega: «Quien en nombre de la libertad renuncia a ser el que tiene que ser, ya se ha matado en vida: es un suicida en pie. Su existencia consistirá en una perpetua fuga de la única realidad que podía ser». Esa realidad es quien ha podido decir de sí mismo que es Camino, Verdad y Vida: se llama Jesús de Nazaret. Y no es difícil encontrarlo. Está en esos mismos lugares para variar el rumbo torcido, para regar lo árido, para encontrar el sentido, para bendecir lo honesto, para perdonar y conducir al único Camino. Me parece un buen tema ahora que comienza un año.
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