Si quieres puedes limpiarme!
(P.Luis José Tamayo)
El mes de enero veíamos el fundamento de nuestra vida cristiana, el bautismo y el llamamiento de Jesús a seguirle: Ven y sígueme nos dice Jesús cada día, especialmente delante de la eucaristía.
Ahora en este tiempo ordinario estamos descubriendo que significa este “seguimiento” de Jesús en el tiempo ordinario, en el día a día; y para ello estamos mirando cada domingo un aspecto de la vida de Jesús. Hace dos domingos veíamos lo importante de vivir los valores del evangelio, como “un gesto vale más que mil palabras”. El domingo pasado hablábamos de la oración como lo primero de cada día, y si os acordáis mencionábamos el dicho: “lo primero es lo primero”.
Estos próximos domingos vamos a hablar del sentido del sacramento de la reconciliación, por dos razones, por que los evangelios así lo acompañan y por aproximarnos a la Cuaresma.
La lectura de hoy nos habla del encuentro del leproso con Jesús (Mc 1,40-45). La lepra no tenía curación, de hecho significaba estar muerto en vida, era un impuro por eso la exclusión de la comunidad y tener que vivir fuera de la ciudad, y lo más grave, la exclusión de la comunión con Dios. Cualquiera que tocara a un leproso quedaba impuro.
Para nosotros, faltar al amor de Dios y del hermano, tiene un mismo significado. Si se corrompe el amor en nuestro corazón, y lo que domina en nuestra mente es la soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia o pereza, esto nos habla de una enfermedad en el corazón equiparable a la lepra. Y consentir y alimentar esto en nuestro corazón nos acaba por separar tanto de los hermanos como de Dios.
El evangelio de hoy habla de dos profundos deseos. El deseo del hombre a ser curado, aliviado, sanado; y el deseo de Jesús de querer curar, sanar y aliviar. Son dos deseos que se encuentran.
El deseo del hombre que se acerca de rodillas y le suplica. Que gestos tan reverentes. Ponerse de rodillas habla de humildad, de saberme criatura delante de mi Señor. Y le suplica: “si quieres, puedes limpiarme”. Necesita de ser sanado y sabe que sólo el Señor puede hacerlo.
El leproso en su necesidad le suplica: ¿Quieres limpiarme? ¿quieres ayudarme? Es lo primero que necesito reconocer, la impotencia frente a una vida de gracia. Una vida con un corazón sano, con alegría, con fortaleza, amor y disponibilidad por los demás, no sale de uno, es algo que se recibe, es pura gracia. Es el primer paso, admitir que soy impotente ante mis faltas, mis tendencias. Lo que dice San Pablo: “Lo que quiero no hago; y lo que no quiero acabo por hacerlo”. Admitir que soy impotente frente a tendencias del orgullo y la soberbia que anidan en mi corazón. Muchas veces soy impotente ante la crítica y el juicio a los demás, o soy impotente ante una mirada negativa frente a la vida, o soy impotente ante la ira que se despierta en mi corazón cuando veo que las cosas no salen como yo quiero, o soy impotente ante la necesidad de controlar la vida de mis hijos… esto son enfermedades del corazón.
El leproso va a tocar lo más profundo del corazón de Jesús. ¿Quieres limpiarme? Una de las llamadas que sentí al sacerdocio fue precisamente el entender el papel del sacerdote para curar almas mediante el perdón en la confesión. Tener a una persona delante que abre el corazón con sus heridas, despierta en mi no sólo un profundo respeto, sino abundante compasión. Uno sabe en carne propia lo difícil que es abrir las heridas a otra persona, y cuando ves el esfuerzo pero la necesidad de perdón que tenemos… sólo puede despertar compasión en el sacerdote.
El deseo de Jesús. Dice el evangelio que Jesús sintió compasión frente al hombre y le dijo: “Si quiero curarte; queda limpio”. El hombre despierta en Jesús no el deseo de condena o de señalar los pecados, sino la más profunda compasión y el deseo de curar al hombre y llevarle a una vida de gracia, a una vida de los frutos del amor.
Jesús no se asusta, todo lo contrario, se acerca hasta el punto de extender la mano y tocarle. Tocar a un leproso contraía el peligro de quedar contagiado para siempre, y sin embargo Jesús le toca, y el leproso queda curado.
En una película de la vida de San Francisco de Asís, tiene una escena que es verídica, y que narra que un día se le acercó un leproso. Francisco al principio se asustó, le dio miedo. Pero su amor y compasión fueron más poderosas y arrancaron de él acercarse y besarle en la mejilla. El leproso quedó curado; pero quedo curado no de su enfermedad física de la lepra, sino quedó curado en su corazón. Todo lo que recibía eran gestos de rechazo y odio, y un hombre fue capaz de besarle. Ese beso curó el corazón de aquel hombre.
Hay tendencias en el corazón del hombre que quizás no se eliminen y uno esté toda la vida luchando contra ellas, pero quizás lo que necesitamos no es que se quiten, sino descubrir por medio de la confesión como Jesús nos besa y nos dice “Yo no me avergüenzo de ti ni de llamarte hermano. Yo no me escandalizo”.
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