(por P. Luis Tamayo)
Continuamos con las catequesis que ya propusimos: la oración, el ayuno y la limosna. Hoy nos toca reflexionar sobre la limosna o caridad cuaresmal.
Nos encontramos en un mundo que a pesar de estar marcado por un profundo individualismo sin embargo cada vez emergen más grupos de solidaridad, ONG’s, grupos de voluntariado social, médicos sin frontera, programas para jóvenes para hacer experiencias en países del 3er mundo, anuncios que te dicen que si compras tal producto un x% va destinado a la ayuda de esto u lo otro. Por un lado notamos una sociedad muy individualista, donde la gente se desinteresa en general por el prójimo, pero por otro lado vemos un resurgir de grupos y asociaciones de solidaridad con el mundo pobre y “lejano”.
¿Cómo entender el ejercicio de la limosna que nos propone la Iglesia? La lectura del evangelio de Juan Juan 3, 14 ss. nos puede iluminar la respuesta: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.”
En Dios mismo aprendemos la verdadera caridad. Tanto amor es el que tiene Dios por nosotros, por ti y por mi, que nos da lo mejor de si mismo, lo más precioso que tiene, su máximo tesoro, nos da a su único Hijo. Es decir que la generosidad de Dios se manifiesta en no darnos cualquier cosa, sino en darnos lo más preciado de sí, en darnos a su Hijo. Pero hay que prestar atención a la motivación de Dios: Tanto amó Dios al mundo, al hombre, a cada uno de nosotros que nos da lo mejor de sí.
La primera característica de la limosna o la caridad es que nuestra motivación primera debe ser el Amor, para dar limosna nos ha de mover el amor a los hermanos. Esto es necesario, pues si no uno empieza a "regatear". Cuantas veces me han dicho: “sólo doy esto por que puede que no sepamos a donde va a parar este dinero”. Pero si hay verdadero amor uno no mide, todo lo contrario, uno busca inteligentemente como dar su limosna. “Yo doy aquí por que me ofrece garantías de que el dinero que aporto llega a buen término; si esto no me da confianza pues lo doy a otro sitio”. Por ejemplo, Caritas de la Iglesia se esmera en presentar las cuentas claras todos los años. Hoy mismo en plena crisis, se ofrecen más servicios a los más afectados desde Caritas que desde cualquier otro organismo del gobierno.
El ejercicio de la limosna no lo hago por que simplemente soy cristiano y toca hacerlo, sino movido por amor. Porque siempre el amor nos debiera mover a algo más que a dar dinero. La Palabra no dice: Tanto amó Dios al mundo que entregó un millón de euros para dar de comer o para paliar los daños en la guerra tal. Sino que nos dice que tanto fue su amor por nosotros que nos dio lo mejor, lo que más le costó, lo más difícil, Dios-Padre nos dio a su Hijo. Por eso es necesario que para dar lo mejor nos mueva el amor, pues si no hay amor sólo damos un poco, o lo mínimo, o lo establecido.
¿Que es aquello que más valoro?, ¿qué es aquello que más me cuesta? Normalmente al hombre moderno de hoy lo más preciado que tiene es el tiempo. ¿A caso no decimos “el tiempo es oro”?. La pregunta es: ¿puedes dar algo de tu tiempo al prójimo? Esta sería una preciosa limosna cuaresmal. Por ejemplo: darle tiempo a tus hijos o nietos para escucharles; darle tiempo a tu mujer o tu esposo para preguntarle que tal está; darle tiempo a un vecino o vecina que se que esta mayor y enfermo para que se vea atendido; darle tiempo a un asilo de ancianos para acompañar y charlar con aquellos que se ven solos. Si este dar no va motivado por el amor no sale, pues esto es mucho más exigente.
Pero cada uno a su medida. Cada uno que mire hasta donde puede alcanzar. Yo abro el abanico de posibilidades y subimos el listón un poco más, para que aquellos que sólo pueden un poco un poco, pero aquellos que en conciencia puedan más que no se acomoden.
La segunda parte de la cita dice: “…entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. La limosna o el ejercicio de la caridad tiene un objetivo o una finalidad. El ejercicio de la caridad ha de ser inteligente, pues Dios entregó a su Hijo con el fin último de darnos la Vida eterna (aquí y ahora), la Vida de fe, la Vida misma de Dios.
Aquí se añade otro dato más. Lo que doy como acto de mi generosidad debiera tener esta finalidad última de dar Vida. Por ejemplo, si la evangelización tiene la finalidad de que la gente crea en el Evangelio y por lo tanto alcanzar la vida de Dios; una limosna será aun más en línea con la voluntad de Dios si es empleada para que otros conozcan a Dios y estos creyendo tengan Vida eterna. O siguiendo el ejemplo anterior de dar con generosidad tiempo propio, uno puede ofrecerse para apoyar las actividades de la Parroquia, para ayudar en Caritas, o para ayudar en las catequesis, etc. ¿A caso todo lo que se hace en la Parroquia no tiene el último fin de ayudar a las personas a creer en Dios y creyendo tener Vida eterna? En esto la Iglesia ve una urgencia grande de poder trabajar más con los jóvenes que son el futuro de la Iglesia.
Quizás esta sea la mejor limosna que podamos hacer, invertir todas nuestras fuerzas en los jóvenes. Pues sin ellos muchos templos se quedarán vacíos en 20 años.
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