(P Luis J. Tamayo)
La primera frase que Jesús hoy nos dirige es: Vamos a la otra orilla. Nada más leer esta frase esta mañana lo primero que ha hecho reaccionar en mí es la invitación de Jesús a mi vida de no permanecer donde estoy. Es decir, vivir a la escucha de Jesús, es un reto constante y permanente. Jesús siempre nos presenta retos nuevos. Desde antiguo la vida cristiana se ha llamado “seguimiento”, y justamente por esto mismo, por que no es una vida estancada, parada o pasiva, sino que seguir a Jesús supone caminar, estar abierto a los retos y desafíos de cada día o situación en la vida.
Vamos a la otra orilla significa no te quedes donde estás y camina, para unos puede ser organizar aquello que siempre están diciendo que van a hacer y dicen que nunca tienen tiempo para ello; para los más remolones puede ser hacer esa llamada que siempre demoran; para otros puede ser decir claramente lo que piensa delante de una situación en la que nunca se define; en otros casos será sentarse con la familia y hablar claramente de aquello que nunca quiere hablar… hasta para un joven puede ser abrirse a la vocación de servir como sacerdote o misionera.
Cada uno tiene que estar abierto a la invitación de Jesús. Lo que si es cierto es que desde siempre los santos de la Iglesia han visto la imagen de la vida de cada uno como esa pequeña barca en la que Jesús está presente.
La imagen es muy sugerente, pues “ir a la otra orilla” significa cruzar por el mar donde uno pierde todas las seguridades. Cuando estás en alta mar no haces pie, no tienes un puerto donde amarrarte, estás a la intemperie, estás desprotegido, etc.
¿Por qué nos empeñamos en reducir la vida cristiana a solo participar de la misa dominical? La respuesta es por que esto lo controlamos. Solo asistir a los actos es algo que controlo, eso esta bajo mi dominio. Pero en el fondo aún no he soltado las amarras del puerto, nos da miedo soltar las riendas y dejarnos llevar por Jesús a otras orillas donde experimentamos la inseguridad de no controlar.
Seguir a Jesús en la escucha diaria no es fácil, pues siempre hay un reto nuevo, siempre implica un crecimiento en la vida… y nos resistimos a crecer. Esto es muy simple de entender psicológicamente. En la edad madura llega un momento que nos atascamos, y no entendemos que hay necesidad de crecer interiormente, y entonces lo confundimos con aburrimiento. Si uno es sincero puede describirlo como una gran pereza por todo lo espiritual: Se deja la oración, se deja el esfuerzo, leer algo espiritual resulta aburrido, el corazón se vuelve duro… uno se da cuenta que algo no funciona pero no tiene fuerzas para examinarse y hacer cambios en su vida. Esto es lo que la vida espiritual ha llamado desde siempre la acedía.
El diccionario lo define como pereza o tristeza espiritual. Los maestros de vida espiritual hablan de síntomas como desánimo o pesadez tanto del cuerpo como del alma; es decir es como si la vida deja de tener sentido y se convierte en una pesada carga que llevar; se pierde el gusto por todo y aparece una insatisfacción generalizada junto con la desaparición de esperanzas e ilusiones.
Algunos creen que pueden escapar de la acedía cambiando continuamente de actividad, de lugar, de relaciones, con el fin de escapar de la insatisfacción interior… uno espera que los cambios lo resolverá. Pero con el tiempo se da cuenta que no es así.
Esto es lo que muchos santos han descrito como Jesús que está dormido en la vida de uno. En el evangelio el discípulo le dice: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? La única forma de curar la acedía es enfrentándose a ella. Uno no se escapa de la tentación de la pereza espiritual o la indiferencia frente a la practica de la oración huyendo de ella, sino enfrentándose a ella. Uno no se escapa del fuerte huracán o de las olas que irrumpen contra la vida huyendo de ellas, sino enfrentándose.
Y cuando uno aplica la fe, Jesús siempre sale a nuestro favor. Jesús se puso en pie, increpó al viento y dijo: Silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran calma. Entonces Jesús les dijo: ¿por qué no tienes fe en mi?
Hay que ser muy sinceros para reconocer que muchas veces ante las dificultades de la vida no las enfrentamos con Jesús, sino que nos evadimos o las controlamos con nuestras fuerzas. Pero Jesús hoy nos invita a aprender a vivir las cosas con Él.
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