Conocer al Amor
(P Luis J. Tamayo)
En el Evangelio de hoy (Mc10, 17-30) se le acercó alguien a Jesús y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»
La primera pregunta que me surge es ¿qué se entiende por “vida eterna”? el joven del evangelio pregunta que hacer para heredar la Vida Eterna. En cierta forma, nosotros herederos de la doctrina cristiana, y herederos de la cuestión de la Vida eterna debiéramos cuestionarnos que es la vida eterna. Muchos pueden contestar que es la vida de después de la muerte, otros el premio merecido a una vida piadosa, etc.
Si nos vamos al capítulo 17 del Evangelio de Juan, Jesús mismo dice que la vida eterna consiste en conocer al Dios verdadero. Por lo tanto, la vida eterna es conocimiento de Dios, es decir, el conocimiento amoroso de Dios, puesto que Dios es Amor. La vida eterna es hacer experiencia del amor de Dios, es conocer el amor de Dios. Por lo tanto, la experiencia de la vida eterna es algo que no queda relegado a la vida de después de la muerte, sino que es experiencia que se adelanta al ahora, al presente. Todo hombre, si se abre con humildad y sinceramente puede hacer experiencia presente del Amor de Dios.
Jesús, le pregunta primero sobre los mandamientos, a lo que el joven le responde que ya los cumple. El joven replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.» Es decir, Jesús le pregunta sobre su vida de piedad… y el joven responde que ya lo cumple todo… Por eso este joven se cuestiona… si ya lo hago todo, ¿qué es eso que me falta por hacer para alcanzar la vida eterna? El hombre sabía por dentro que aún habiéndolo hecho todo algo le faltaba.
Todo hombre, sinceramente, siempre se encuentra con esa sombra de insatisfacción por la que descubre que hay “un algo más” que falta, es ese cierto vacío interior, que aún una vida rica de piedad no llega a cubrir. Siempre está la pregunta de cuál es ese más que he de hacer, creyendo que solo el hacer puede llegar a cubrir el vacío. Jesús, al preguntarle sobre los mandamientos quiere llevarle a darse cuenta de eso… la experiencia de "ese más", de ese vacío interior, de esa pregunta última… estará en todo hombre aún siendo una persona que todo lo cumple.
El Evangelio continúa: Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»
Jesús le miró con cariño, con amor. La experiencia del amor de Dios, la posibilidad de conocer al Amor la tenía delante de sí. Y el Amor mismo le dice… vende lo que tienes, es decir, no pongas el valor de la vida en el verbo “tener”… tener cosas materiales; tener que hacer algo más… deja ese criterio de vida. El sentido pleno de la vida no está en los méritos acumulados, a tener que hacer más cosas buenas para poder alcanzar el premio eterno… No es a base de tener o acumular… es conocer el amor que yo te tengo, es darte cuenta que te estoy mirando con amor. La vida eterna es conocimiento del amor de Dios. Por eso Jesús le insiste… sígueme, quédate conmigo, ven conmigo, nutre la amistad conmigo. Conocer a Dios, es alimentar la mistad con Jesús a través de la oración, como diría Santa Teresa, pasar ratos a solas con Aquel que sabemos nos ama. Conocer a Dios no se basa sólo en tener que ir más a misa, en tener que hacer más cosas… no es el hacer, es el estar con Él.
Jesús quiere que nos demos cuenta, que la pregunta inicial está mal formulada, no es que más hacer para adquirir el conocimiento del amor de Dios, sino con quien estar. La pregunta no es sobre el hacer, sino sobre el ser o estar. El vacío último que experimentamos, ese sentimiento de sin sentido que el hombre siempre busca llenar, no se logra con hacer más, sino con estar con Aquel que es el Amor Verdadero.
El Evangelio acaba con que el joven ante las palabras de Jesús, frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. El joven se quedó sin conocer el verdadero amor y así dar la respuesta al vacío de su corazón, y el Evangelio dice que se marchó pesaroso, se marchó vacío, sin respuestas, y añade, porque era muy rico, es decir, no rico materialmente hablando, sino arrogante, orgulloso, no quiso soltar sus criterios del tener que hacer, para abrirse a la amistad con Jesús.
Y esto lo entendemos todos, puesto que muchas veces preferimos hacer algo, que buscar el silencio de la oración, que adentrarse en el silencio y buscar a Dios. Hacer algo nos da cierta seguridad, pero no acaba por llenar el corazón. El silencio de la oración parece tiempo perdido e ineficaz, pero ese silencio lleno de presencia es lo único que da respuesta a todo aquel que busca con el corazón.
¿Y tú? ¿Cómo quieres irte en este día? ¿Pesaroso y vacío o con el corazón lleno de la amistad y el amor de Dios?
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