7 nov 2009

REFLEXION Evangelio Semanal


Calidad y no cantidad

(P. Luis J. Tamayo)

En el Evangelio de hoy (Marcos 12, 38-44) Jesús observa, y ve como los ricos echaban gran cantidad de dinero, pero se acercó una mujer pobre y viuda y esta echa solo dos monedas. Y entonces Jesús al ver a unos y a otros dice:  “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie”; entonces uno se puede preguntar ¿cómo ha echado más que nadie si en cantidad ella ha echado menos? En cuanto a cantidad de dinero fueron los otros quienes echaron más.

Y Jesús aclara: “Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta mujer, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.”  Jesús lo explica de esta forma, los ricos echaron mucha cantidad pero de los que les sobraba; sin embargo, la mujer, aún en necesidad,  echó todo lo que tenía.

Este evangelio nos ayuda a entender como muchas veces lo que realmente importa no es la cantidad sino la calidad de todo lo que hacemos. La sociedad de hoy nos empuja, y subrayo empuja… a la cantidad… muchos títulos, muchos cursos, muchos idiomas, muchas actividades, muchos juguetes, etc.  y esto solo nos lleva a mucho tiempo corriendo de un lado para otro intentando alcanzar la meta en cuanto a cantidad.  Y al final, a los hijos les metemos en el ritmo frenético de los padres, y acaban por no disfruta las cosas que hacen, pues van corriendo como nosotros.

Parece que hay miedo a pararse… y redescubrir lo que es vivir con calidad, hacer las cosas con detalle, invertir tiempo y disfrutar. Hacer cosas con calidad, hacer cosas bien hechas y disfrutarlas lo más posible.

La sabiduría popular nos lo dice: “Poco y bien sabido doblemente sabido.” El refrán lo dice: “poco y bien”.

No es cuanto tiempo pasamos juntos, sino que el tiempo que pasemos juntos sea de calidad. Tengo una amiga mía que todos los días para cenar, que es el momento del final del día donde se junta la familia, pone la mesa del comedor, sin televisión. Me decía: “no quiero que comamos de prisas y de cualquier forma en la cocina… sino todos juntos, bendecir la mesa, poder dialogar sobre el día, que cada uno cuente sus aventuras, darles tiempo para escucharles".

Dice San Ignacio: “no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar las cosas internamente” .

Pero para sentir, gustar, apreciar, saborear las cosas internamente uno tiene que pararse de vez en cuando y redescubrir con ojos nuevos las cosas que está haciendo. Preguntarse por que las hace, agradecer el poder hacerlas, ver y evaluar las consecuencias positivas de hacerlas, y ver y evaluar también lo negativo que puede entorpecer el hacerlo bien.

Un compañero del seminario, me contó que cuando escuchó la llamada al sacerdocio, su padre le dijo: Yo te apoyo, pero si no has de ser un buen sacerdote mejor déjalo.  La Iglesia no necesita muchos sacerdotes, sino buenos sacerdotes.  Si tomas este camino se lo mejor que puedas.

Esto nos lo podemos aplicar todos. La familia de hoy no necesita cualquier clase de padre y madre, sino un buen padre y una buena madre.

Al final, en la vida lo que cuenta no son solo los años vividos, las cosas acumuladas, los viajes hechos, asegurarse una buena pensión, sino que al final lo que realmente cuenta es la calidad de la vida.

¿Qué es lo único que puede dar calidad a la vida? el amor. Y hay que decir que a mayor calidad de amor, mayor calidad de vida.

Ayer recordaba una experiencia que tuve en Filipinas que nos ilumina el evangelio de hoy.  Fui a visitar a una familia muy pobre, ellos no me esperaban, cuando me vieron llegar se pusieron felices, llamaron al resto de la familia, nos sentamos en circulo y todos hablando y compartiendo.  Vi como la madre daba ordenes al pequeño y salió corriendo. Al cabo de un rato tenía en la mesa para mi una cocacola fría, una ración de arroz y un trozo de carne y fruta.

Era el único que comía, ellos estaban felices de servirme y ofrecerme lo mejor que tenían. Pero en mi interior yo sabía que ellos esa noche ya no cenarían. No comer era rechazar su hospitalidad. Lo único que podía hacer era disfrutar con ellos de su generosidad, me lo habían dado todo, me estaban dando todo su amor. 

Cuando te pasa algo de esto no tienes prisas en marchar, lo que quieres es saborear el amor con que la gente vive las cosas. No era la cantidad de comida que me sirvieron, era la calidad del amor con que me trataron. Un amor que da todo lo que tiene.

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