(Introducción: Este evangelio y el del domingo que viene, que es la fiesta de Cristo Rey, son dos textos en continuación… el primero es la reflexión de que todo lo de esta tierra se tambalea y pasa, y que lo único que permanece es el Señor; por eso la invitación de hacerlo Rey y Señor de mi vida, y anclar la vida en él. Estos dos textos son el colofón del año litúrgico; con estos dos textos se cierra el año y el domingo 29 de Noviembre damos comienzo al Adviento.)
El evangelio de hoy (Mc 13,24-32) parece el trailer de una autentica película de esas apocalíptica de ciencia-ficción del año 2050. Cuando uno lo lee se imagina la escena: “En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán”.
Hemos de saber que este tipo de textos son los llamados apocalípticos, es decir, textos de la época que querían llamar la atención a prepararse para lo que ellos pensaban que estaba cerca: el fin del mundo y la segunda venida del Señor. Obviamente el tiempo fue pasando y ni el sol entró en tinieblas, ni las estrellas cayeron del cielo, ni los astros tambalearon. Fue entonces cuando se tuvieron que replantear el verdadero significado de ese llamado “final de los tiempos y la venida de Cristo”.
Lo que si es verdad es que el texto lleva consigo una reflexión muy actual y veraz… para mucha gente el sol está en tinieblas, sus vida no trasmiten luz, ni alegría, sus vidas no dan resplandor… El otro día estaba en un acto litúrgico y me fijé en las caras de los asistentes y te das cuenta cuando un rostro resplandece de alegría, refleja esperanza, o, sin embargo, su rostro está en tinieblas, y transmite tristeza y desesperanza. Cuando tu tienes el brillo de la esperanza en el corazón enseguida detectas quien no lo tiene. Cuando tienes la chispa de la alegría del Señor en el corazón no puedes más que reflejarlo en el rostro, en una actitud positiva frente a la vida, y sobre todo en la esperanza. Cuando la esperanza está puesta en el Señor, ya pueden ir mal las cosas que nada te derrota.
El Evangelio de hoy nos invita a poner la esperanza en el Señor. Llega un momento en la vida que parece que todo se acaba, que todo se tambalea o incluso que se cae, que parece que es el fin del mundo… pero es justamente esa sabiduría de Dios que te conduce y te lleva a poner la esperanza solo en Dios y no en las cosas de este mundo.
Estuve hablando con unos amigos, esperaban una niña, la niña nació con una deformación en el sistema motor. Ella reconoció que el primer impacto fue la desesperanza. Se preguntaba como podía afectarle esto si tenía que estar feliz que la niña estaba bien y el doctor le daba esperanzas. Y tras días de oración y de examen se dio cuenta que estaba poniendo todo el acento en la opinión de los demás, en el estándar de belleza, comparaba a su hija con otros bebes. Se dio cuenta y me decía que su apoyo y esperanza no estaba puesta en el Señor, sino en los valores de este mundo, así se le cayó todo al suelo.
Al final del evangelio dice: “cielo y tierra pasarán, más mis palabras no pasarán”. Todo lo de este mundo se cae. Si pongo toda la importancia en querer quedar bien delante de todo el mundo, el día que no agrade a los demás, sentiré la angustia. Si pongo todo el énfasis en que mi hijo tiene que ser doctor para seguir la tradición de la familia, si decide ser artista se me cae el mundo al suelo. La pregunta es: ¿dónde pongo el apoyo de mi vida? ¿dónde está puesta mi esperanza? ¿qué es aquello que si tambalea, me hace tambalear? ¿en que valores apoyo mi vida?
Creo que no hay que tener miedo a estos momentos en los que muchas cosas se nos tambaleen en la vida, pues es pedagogía de Dios permitir que las cosas se nos caigan, y aunque parezca el fin del mundo… esto acontece para darnos cuenta que “cielo y tierra, y tantos otros valores que no son de Dios al final pasan, pero que solo Él no pasa”.
Quiero acabar recordando una experiencia que me ayudó mucho: cuando llegué a Cebú, queríamos meternos en el mundo universitario, y después de mucho llamar puertas nos dejaron trabajar en una Universidad no católica. Empezamos a montar un grupo de jóvenes. Después de 6 meses el grupo había crecido. Había dos amigas que eran líderes y lo dinamizaban todo. Recuerdo que poco después las dos se enfadaron entre ellas y dejaron de venir… el grupo se cayó. Yo me desanimé. Pero me ayudó tanto a darme cuenta que estaba poniendo todo el acento en los resultados, solo me preocupaba el número de personas para que la Universidad diera la aprobación definitiva (algo muy lícito, pero no lo mas importante). Mi esperanza no estaba en trabajar para el Señor, sino para la aprobación de los otros. Dios me llevó por el desierto. Entendía de Él: ¿para quién trabajas? ¿para quién haces las cosas? ¿soy Yo la razón de tu entrega o sólo buscas resultados? Fue un momento de purificar mi corazón. Y centrar mi corazón. En ese tiempo me ayudó mucho la oración de Santa Teresa: Nada te turbe, nada te espante todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta sólo Dios basta. Trabajar para los resultados es importante pero no puedo apegar mi corazón solo a ello, pues al final lo sustituyo por Dios, y si esto falla y cae uno se cae con ello.
2 comentarios:
Gracias Luis! Me parece una extraordinaria reflexión, que en mi caso, un tío que vive para los resultados, ayuda a balancear la vida. Los resultados no dejarán de ser importantes, pero no lo más importante. Abrazos
Mucha sgracias por estas "vitaminas". Que bueno que podamos predicar y celebrar en torno al género apocalíptico, para ayudar a devolverle su sentido bíblico y liberarnos del sentio "hollywoodesco"... Contra el miedo... vitaminas de esperanza.
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