El bautismo me da la conciencia de ser vasija de barro pero que contiene un gran tesoro. (P. Luis J. Tamayo)
Cuando celebro un bautizo y veo a la familia y a los padres que van o por que es su propio hijo o porque son invitados, muchas veces me pregunto ¿qué conciencia tienen estas personas de la realidad que se está celebrando?
Por lo general, los cristianos hemos convertido estos sacramentos en simples rituales heredados de la familia y de la tradición, pero pocas veces no paramos a profundizar en su verdadero significado, no solo teórico, sino lo que verdaderamente significa para mi vida diaria.
Más allá de lo ritual – cosa que encontramos bellamente desarrollado en el Catecismo de la Iglesia Católica – me gustaría profundizar en su significado espiritual y lo que implicó en la vida de Jesús y en lo que supone para mi en mi día a día.
El bautismo no es sólo el agua que recibí cuando era bebe y apenas tenía uso de razón (bien documentado en fotos – por lo general – en los álbumes llenos de polvo), sino que quisiera remarcar que el bautismo es un estado de vida, es el sello indeleble que me hace “ser” hijo de Dios, es una actitud que debe englobar toda mi vida. No es correcto decir “Yo fui bautizado” como haciendo referencia solo al rito. Lo correcto sería decir “Yo soy un bautizado”, es decir, es mi condición permanente de vida, es un estado imborrable e indeleble, es lo esencial a mi identidad y mi ser persona, y por lo tanto se ha de reflejar en mi forma de vivir, de pensar y de actuar.
A veces veo más gente decir “Yo soy del Real Madrid” con más entusiasmo que “Yo soy un bautizado”. Un ejemplo: uno que dice “ser” socio del Real Madrid tiene una identidad, tiene una forma de pensar y tiene una forma de vivir. Ser socio del un Club excluye al rival, ser socio te da una identidad; te da una forma de pensar, puesto que pensarás en que gane siempre tu equipo, nunca pensarás que gane el contrario; te condiciona una forma de vivir y actuar, puesto que llegado el domingo te obligas a sentarte delante del TV o a asistir al estadio, te lleva a leer las noticias relevantes a tu equipo, te gastas el dinero en canal plus para seguir la liga, etc. El bautizo me incorpora a algo mucho más que ser miembro de una religión, sino que implica todo mi ser.
El bautizo me dio acceso a la plenitud de mi identidad más profunda: Ser Hijo de Dios. No es que todo hombre no sea hijo de Dios, sino que el bautismo me da la “plenitud” de mi ser hijo en el Único Hijo Jesucristo, me da la participación plena de los beneficios del verdadero Hijo Jesús, me da el acceso a la sobreabundancia de la gracia divina, me permite ser receptor de la totalidad de la fuerza del Espíritu de Dios y me da acceso a hacer experiencia viva y real del caudal de su amor. “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.”
La Palabra dice (Lc 3, 15-22): Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma e paloma, y vino un voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.”
Jesús por su bautismo nos abrió el acceso a su verdadera identidad de Hijo de Dios. ¿Qué significa? ¿Qué nos enseña? Como Hijo nos enseña a depender de su Padre Dios, de quien recibe la fuerza del Espíritu para vivir la plenitud de vida a la que todos aspiramos.
Por el bautismo, Jesús en su misma persona nos abre el acceso a la verdadera humildad de necesitar de Dios para vivir, y digo vivir de verdad con un sano-juicio, para vivir con una gran estabilidad frente a las adversidades, para saber actuar equilibradamente delante de los retos de la vida.
Me doy cuenta de algo muy común hoy día: los extremos en el comportamiento, la falta de equilibrio interior y el actuar perdiendo el control. El padre derepente le da un grito a su hijo y lo zarandea como segundos después se lo come a besos… esto no es equilibrio – pero hoy día es lo normal. Paseando por la calle sale una madre de la tienda gritándole exageradamente a su niña en medio de la calle y delante de otras personas… esto es perder el control. Aquel que no tiene fuerzas para despegarse de la TV durante el fin de semana, o el chaval que está jugando con una play, delante del TV y con música de fondo en su móvil. La madre o el padre que, bajo apariencia de educación, está todo el día dando instrucciones a su hijo/a, pero no se da cuenta que es un controlador/a obsesivo/a. Aquel que siempre dice me tenéis que aceptar como soy, pues “soy así” y este es mi carácter, pero es la excusa para evitar reconocer que no tiene fuerzas para cambiar.
Honestamente, yo se por experiencia propia que esto no es una vida satisfecha, pero nos hemos acostumbrado a hacer de esto algo normal. Al final dejamos a Dios de lado… (“por que no ha dios que nos aguante”).
Jesús – en su bautismo – nos abre la conciencia de la humildad.
La humildad para reconocer y aceptar que ser hombre es ser barro, que tengo mil limitaciones, que muchas veces no actúa con equilibrio, que me cuesta reconocer mis defectos. Y por ello la humildad para necesitar de Dios y de su fuerza para poder vivir con cierto equilibrio y estabilidad, con mayor madurez, con capacidad de verdadero crecimiento y cambio.
Vivir cada día mi bautismo es situarme en la humildad de saber que soy un pecador y un santo a la vez, que en mi esta la bestia y la bella, que tengo mil defectos y pero puedo aspirar a la perfección, que estoy roto y Dios me conduce a la plenitud, que soy un egoísta pero Dios me va ensanchando el corazón.
Hacerme hoy consciente de mi bautismo me pone en la humildad de saberme necesitado de Dios para tener acceso a su gracia transformadora y su fuerza para ayudarme a superarme cada día un poco más. “Bajó el Espíritu Santo sobre él”, Jesús necesitó del Espíritu para vivir y llevar a cabo su misión. La conciencia del bautismo me abre cada día a la fuente del poder del Espíritu Santo que es lo único que me puede dar la fuerza para progresar cada día en aquello que me deja insatisfecho conmigo mismo. El bautismo me da la conciencia de ser vasija de barro pero que contiene un gran tesoro.
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