25 dic 2010

25 de Diciembre ¡FELIZ NAVIDAD!


Su descenso es nuestra salvación

P. Luis J. Tamayo

El teólogo medieval Guillermo de S. Thierry dijo una vez: “Dios ha visto que su grandeza provocaba resistencia en el hombre.” Cuantas preguntas, cuantas mentes cerradas por no alcanzar a entender: ¿por qué necesito de la fe para creer en Dios? ¿Por qué si Dios es todo poderoso permite esto y lo otro?. Dios mismo, en su infinita sabiduría, sabiendo de la incapacidad del hombre para acceder a su Misterio, ha elegido un nuevo camino: se ha hecho un niño. Se ha hecho dependiente y débil, se ha hecho necesitado de nuestro amor. “Ahora –dice nuestro Dios que se ha hecho niño– ya no podéis tener miedo de mí, ya sólo podéis amarme.”

«¿Quién como nuestro Dios, que elevado en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?». Así canta Israel en uno de sus Salmos (113 [112],5s), en el que exalta al mismo tiempo la grandeza de Dios y su benévola cercanía a los hombres. Dios reside en lo alto, pero se inclina hacia abajo... Dios es inmensamente grande e inconmensurablemente por encima de nosotros, pero tiene a bien hacerse cercano y accesible.

Benedicto XVI dirá: “En la noche de Belén, esta palabra ha adquirido un sentido completamente nuevo. El inclinarse de Dios ha asumido un realismo inaudito y antes inimaginable. Él se inclina: viene abajo, precisamente Él, como un niño, incluso hasta la miseria del establo, símbolo toda necesidad y estado de abandono de los hombres. Dios baja realmente. Se hace un niño y pone en la condición de dependencia total propia de un ser humano recién nacido. El Creador que tiene todo en sus manos, del que todos nosotros dependemos, se hace pequeño y necesitado del amor humano. Dios está en el establo.”

La primera experiencia del hombre sería esa distancia entre él y Dios que parece infinita. La primera impresión es que el Creador del universo, el que guía todo, está muy lejos de nosotros. Pero la realidad sorprendente es que Dios «elevado en su trono», se inclina hacia abajo. ¿El gran milagro de Dios? la encarnación. ¿El gran misterio de Dios? hacerse verdadero hombre. El hecho de asumir la humanidad, o como dirían los santos Padres, “de tomar la carne humana”, es el comienzo de la salvación del hombre. No sólo hablamos de una salvación después de la muerte, sino de la salvación que ya actúa aquí para aquel que tiene fe. Una salvación que levanta al hombre de su condición débil.

Así, el Salmo prosigue inmediatamente: «Levanta del polvo al desvalido...». Él me levanta, me toma benévolamente de la mano y me ayuda a subir, precisamente yo, de abajo hacia arriba. Este es el amor de Dios que transforma y eleva a todo hombre. Le hace participe de otra calidad de amor que sin Dios no hubiera conocido.

Hablando con un papá me lo decía: “No sabe lo egoísta que yo he llegado a ser. Sólo mirar por mí. Los primeros años de casado mi mujer casi se rompe porque todo el hogar lo asumía ella. Yo enredado con mi campeonato de golf, mi partido de padel, mi copa con los amigos, mi… mi… mi… No tenía capacidad para pensar que ella me necesitaba. El egoísmo me cegaba. ¿Yo limpiar un pañal de un bebe? Jamás!! Pero desde que he conocido a Dios, poco a poco mi corazón se ha ensanchado, la entrega por ella y por mis hijos me hace el hombre más feliz. Ahora, pañales, papillas, chofer de aquí pallá… lo más bonito es cuando llego a casa después de un duro día de trabajo y me quito corbata, zapatos y me pongo en el suelo a jugar con los peques… Me decía este hombre: “Abajarme me hace ser grande”. Este es el poder del amor.

El Evangelio de hoy también lo dice con otras palabras: “Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre” (Jn1, 11-12)

Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Dios es tan poderoso que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como niño indefenso para que podamos amarlo. Dios es tan bueno que puede renunciar a su esplendor divino y descender a un establo para que podamos encontrarlo y, de este modo, su bondad nos toque, se nos comunique y continúe actuando a través de nosotros. Esto es la Navidad: Dios se ha hecho uno de nosotros no sólo para que podamos estar con él, sino para que estando junto a él podamos llegar a ser semejantes a él. Semejantes a él en generosidad, en caridad derrochada para con el prójimo, en sencillez de vida, en humildad, en desprendimiento, en limpieza de corazón y en benignidad.

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