P. Luis José Tamayo
Hoy celebramos el tercer domingo de Pascua. Ya decíamos el domingo pasado que en la Pascua celebramos el triunfo de Cristo. Los efectos salvíficos y la gracia santificante de Cristo obra en nosotros no a través de la muerte, sino gracias a la superación de la muerte. Es su resurrección, su presencia real y viva hoy, lo que garantiza su obra renovadora en la vida del hombre. Por eso celebramos y afirmamos nuestra fe, sobre todo, en la presencia activa de Cristo glorificado en el ahora de la Iglesia.
Cristo mismo afirma su presencia real entre nosotros de una forma nueva por medio de su Palabra; Él, en su Palabra, nos dice de nuevo YO SOY, YO ESTOY VIVO pero en una forma nueva. Cada vez que dice ‘yo soy’, nos habla de una forma nueva de presencia y para nosotros implica un acto de fe y de adhesión a él para llegar a participar de los beneficios de la resurrección ahora.
Si la semana pasada, Tomás cambió de la duda a la fe, de negar pasó a afirmar; hoy los discípulos de Emaus (Lc 24, 13-35) recorren ese camino que va del miedo a la perseverancia, de la soledad del sin sentido a la alegría de la comunidad de fe. Jesús les ayudó a REAFIRMAR SU FE en Él y ello se concretó en su retorno a la comunidad de discípulos de Jerusalén. Os voy a poner un fragmento del texto bíblico para verlo detenidamente:
“Jesús se puso a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él, comenzando por los libros de Moisés y siguiendo por todos los libros de los profetas. Al llegar al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como si fuera a seguir adelante; pero ellos le obligaron a quedarse, diciendo: –Quédate con nosotros, porque ya es tarde y se está haciendo de noche. Entró, pues, Jesús, y se quedó con ellos. Cuando estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció”.
Fue por medio de dos cosas que ellos reconocieron a Jesús presente: la explicación de la Escritura y el pan compartido. ¿A caso no son estos los dos elementos principales de la Eucaristía dominical? Es en la Iglesia, la Comunidad de fe, o la Parroquia en donde alimentamos la fe en su presencia viva, es ahí donde redescubrimos semana tras semana la presencia viva del resucitado.
El texto continúa diciendo: “Se dijeron el uno al otro: –¿No es cierto que el corazón nos ardía mientras nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?
El fruto final de buscar el encuentro con Jesús en la comunidad de fe es la alegría del corazón. No es sólo asistir a la misa dominical, sino el participar activamente de la vida de la comunidad, es lo que alimenta el encuentro con Cristo. Participar, comprometerse, sumar, animar la vida de fe en comunidad hace que el resucitado se haga presente de una forma intensa en el corazón del creyente.
Sin esperar a más, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once apóstoles y a los que estaban con ellos. Estos les dijeron: –Verdaderamente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo reconocieron a Jesús al partir el pan.”
El texto añade que no pudieron más que volver y formar parte de la Comunidad de Jerusalén, dando testimonio de su encuentro con Jesús.
Vivir una vida resucitada es una vida en la que se vive la fe en Comunidad. Vivir la fe en el resucitado es un acto de fe en Él que hoy nos dice: Cuando dos o más se reúnen en mi Nombre YO ESTOY en medio de ellos. Participar de forma asidua y activamente de la vida parroquial es hacer efectiva esta fe del encuentro con Cristo por medio de la Iglesia.
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