11 jun 2011

Pentecostés


La Iglesia es mi madre
P. Luis J. Tamayo

El nacimiento de la Iglesia es como una "nueva creación" (Ef 2, 15). Se puede establecer una analogía con la primera creación, cuando "Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida" (Gn 2, 7). Así como a nivel personal este "aliento de vida" en el ser humano es el "espíritu" que nos dinamiza y da vida por dentro. También, a este "aliento" creativo hay que referirse cuando leemos que Cristo resucitado, apareciéndose a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo "exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: ‘recibid el Espíritu Santo" (Juan 20, 19-23). Este acontecimiento, que tuvo lugar la tarde misma de Pascua, puede considerarse un Pentecostés anticipado, aún no hecho público, al que luego siguió el día de Pentecostés.

La Encíclica "Dominum et Vivificantem" dice: "La era de la Iglesia empezó con la ‘venida’, es decir, con la bajada del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo de Jerusalén junto con María, la Madre del Señor.

Mi vida cristiana nace en el seno de la Iglesia, por lo tanto, la Iglesia es mi madre:

Os invito a leer este texto de una de las grandes cabezas de la teología del siglo XX, el cardenal Henri de Lubac. Un precioso texto lleno de amor a la Iglesia y de reconocimiento por todo lo que de ella hemos recibido:

"La Iglesia es mi Madre porque me ha dado la Vida, porque hoy mismo me está dando a Cristo. Ella es la que nos hace cristianos.
La Iglesia es mi Madre, porque no cesa de sostenerme y, a poco que yo me deje hacer, me hace revivir.
Yo existo en la Iglesia: ella me envuelve, me anima, me engendra y me alimenta.
Lo que yo le doy no es más que una ínfima restitución sacada por entero del tesoro que ella me ha entregado. Su Vida inmensa me envuelve y me desborda, me ha precedido y me sobrevivirá. 
¡Todo lo he recibido de la Iglesia y en la Iglesia!
Y, si todavía en mí la vida es frágil y temblorosa, en los creyentes la he podido contemplar con toda la fuerza y la pureza de su pujanza".

Amo a la Iglesia con todas mis fuerzas. Ni sé ni quiero ser creyente si no es como miembro de la Iglesia. La Iglesia de mártires y santos. La iglesia de errores y aciertos. La que sabe pedir perdón por sus pecados, acordaros del gesto de Juan Pablo II pidiendo perdón por los errores históricos de la Iglesia. La que ha dado grandes educadores de la juventud, como Don Bosco. Amo a la Iglesia de Cristo. Amo a la Iglesia de Pedro y de Pablo. Quiero ser iglesia con mi obispo y con el papa.

Que Dios me conceda ser hijo obediente. Lo que ella considere bueno, por bueno lo tengo. Lo que para ella errado, equivocado para mí. Ya sé que ha tenido errores, yo más. Ya sé que tienes cosas criticables, menos que yo. Pero ella me ha dado a Cristo, los sacramentos, la fe, la gracia. Sin ella no soy nada. Y la amo. Esto es como mi familia… aprendo a amarla como es. No es perfecta, pero es mi familia.

Esta tarde en el grupo de jóvenes, una de ellos nos contaba que había sido la competición de natación donde uno de sus hermanos de 14 años competía. Entre el público se escucha llamando al chico por su apellido seguido de “fantasma”! Como con tono de crítica pues es buen deportista. Y contaba su hermana que derepente le salió la vena de familia y se puso a gritar en defensa de su hermano animándolo a ganar… Así debiéramos ser todos con nuestra familia la Iglesia. Defenderla, protegerla, cuidarla, amarla.

Siempre me fiaré de mi madre. Siempre. Yo os invito a acogeros amorosamente en los brazos de la Iglesia, sin condiciones, sin prejuicios, con generosidad.

Todos tenemos la misión de acompañar en la Iglesia el nacimiento en la fe de tantas personas que Dios pone en nuestras manos.

El proceso de madurez espiritual del cristiano culmina en un profundo sentido de pertenencia y el compromiso que se deriva de ésta: el anuncio.

Hoy comía con dos matrimonios y uno de ellos hablaba de su reenganche en la vida de la Iglesia que tenía abandonada. Y comentaba que obviamente era fruto del Espíritu Santo, pero sobre todo del ánimo de su mujer, de unos matrimonios amigos de ellos en los que veía su alegría fundada en Cristo y en su sacerdote. Esto me dio tanta alegría!! No es sólo acompañar el bautizo de un niño, sino saber que con el testimonio de tu vida acompañas a que otros renazcan a la vida de la Iglesia y a la vida de la fe.

Del individualismo, todos estamos invitados a pasar a formar parte de una familia comprometida al servicio del anuncio gozoso de la Buena Nueva. A veces los cristianos somos buenos cumplidores del precepto, pero la plenitud del cristiano pasa por la conciencia plena de ser no sólo cumplidor ni receptor, sino transmisor de la experiencia viva de Dios.

1 comentario:

Eduardo dijo...

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