18 jun 2011

Santísima Trinidad - REFLEXION Evangelio Semanal


Por que Dios es amor, es, sobre todo, relación.
(P. Luis J. Tamayo)

Fiesta de la Santísima Trinidad.
Lecturas:
Ex 34,6: En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él, proclamando: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.» Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra.
Juan 3, 16-18: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

La gran verdad de nuestra fe que tanta sangre ha derramado a lo largo de la historia. Santos, teólogos, obispos, cristianos han dado la vida para defender que nuestro Dios es Uno y Trino a la vez. Muchos dieron la vida, hasta el punto del martirio, por no permitir que se redujera o se desvirtuara la verdadera identidad de nuestro Dios; el Dios de Jesús es trinitario.
La pregunta que surge es ¿que implicaciones tiene en mi vida el creer en un solo Dios único o en el Dios trino? Si ayer otros dieron la vida por ello, ¿qué importancia o relevancia hoy tiene esto para mi?
Una respuesta a la pregunta sería una larga discusión que no cabe en una homilía de domingo, pero algo si que puedo explicar desde una pregunta que me hicieron ayer en una reunión de matrimonios. La cuestión que salía era: ¿cómo crecer en la fe, como madurar en la vocación cristiana?…
Para ello hay que dejar claro algunas cosas: para adentrarse en el misterio de nuestra fe es necesaria la razón junto a la fe. Juan Pablo II hablaba de éstas como las dos alas que nos elevan al conocimiento de Dios (fides et ratio). Pero obviamente, la razón llega a un punto que delante del Misterio divino no alcanza a comprender… por eso es misterio. Un misterio al cual se accede desde el respeto, la veneración, la santidad, la fe y sobre todo el amor.
Que Dios sea Trino, nos habla de la esencia misma de Dios. Dios al ser tres personas se muestra como relación. El Padre volcado en amor al Hijo; el Hijo volcado en amor al Padre; y el Espíritu Santo como es ese vuelco de amor que les une mutuamente (San Agustín definió al Espíritu santo como el beso entre el Padre y el Hijo). San Juan lo aclara tajantemente en el Evangelio: Dios es Amor… si Dios es Amor, la forma de acceder a El es el amor, el camino para penetrar en su misterio no es sólo la mente, y es necesaria, pero sobre todo la relación en el AMOR.
Una reflexión de la lectura de hoy del libro del Éxodo 34,6 y ss. nos puede ayudar a entenderlo: “En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él, proclamando: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.» Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra.”
La madrugada nos habla de la necesidad del silencio como ‘conditio sine qua non’ para la oración y entrada al Misterio del Dios Trino. La subida al monte Sinaí, ya ha sido interpretado por la gran Tradición como la necesidad de hacer un camino desde la vida para el encuentro con Dios, el camino hacia el encuentro despierta el deseo del encuentro. Las tablas de la ley son el primer paso, un nivel primero de acogida de la doctrina que ordena nuestra vida, los mandamientos son un primer paso, pero no lo es todo… hay que aspirar al encuentro y no sólo al cumplimiento moral. Resumiendo: el silencio de la oración, el deseo que se enciende en el camino, y un camino inicial desde los mandamientos crean la base para lo que posteriormente acontece: El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí.
Es precioso descubrir como el gran deseo de Dios es el de acercarse, e incluso quedarse con su criatura. Por que Dios es amor, es, sobre todo, relación. Y si la esencia de Dios es la relación entre las divinas personas, y el deseo del amor es acercarse a la persona amada, cuanto más a su criatura. El amor no permite las distancias, el amor busca el encuentro, la cercanía, es más, el amor busca quedarse junto con la persona amada… esto es la comunión. Ante tal experiencia de amor compasivo y misericordioso, Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra. El fruto del encuentro ante el gran misterio del Amor trinitario de Dios es la reverencia y la veneración… no hay palabras, no hay respuestas, solo queda el silencio reverente y amoroso.
Para concluir nuestra reflexión nos acercamos a la lectura del Evangelio de Jn 3, 16: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. En este pasaje descubrimos que la única razón de tanto amor por nosotros es el de vivificarnos, el de ‘inyectarnos’ por medio de la relación amorosa la plenitud de su vida. Creer en Él es relacionarse, y la relación nos da plenitud de vida para siempre.

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