No serás tentado más allá de tus fuerzas (P. Luis J. Tamayo)
La Cuaresma es un tiempo precioso que nos regala la Iglesia para prepararnos internamente y profundizar en la necesidad que todos tenemos de acoger la gracia salvadora que nos espera en la Semana Santa, en la contemplación de los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. La conversión que se nos pide en este tiempo es la de volver a lo esencial del cristianismo, es decir, al Amor de Dios.
La Cuaresma se nos ha presentado siempre con ese olor a incienso que se hace un poco pesado con tanta propuesta a la renuncia, al sacrificio, a la abnegación… Pero todo esto ¿para qué? De nada sirve si no nos quedamos con lo más grande, con el amor. Así es, muchas veces somos tentados o engañados creyendo que podemos disfrutar de algo que en verdad me está distanciando del amor de Dios.
Os pongo un ejemplo: Mi sobrino, de pequeño, una tarde jugaba con un cuchillo, el estaba feliz, no sabía que se podía hacer daño, su madre se lo intentó quitar pero sin éxito… ¿Qué se podía hacer? Agudicé la creatividad y me fui a la nevera y cogí un trozo de tarta de chocolate: ¿quieres esta tarta de chocolate? –le dije. Si –me contestó. De inmediato dejó el cuchillo y se vino a por la tarta. Así somos todos, solo somos capaces de dejar algo que aparentemente no es bueno, cuando se nos presenta algo que es mejor.
La renuncia, el sacrifico y la abnegación no tiene sentido sino es para quedarme con algo más grande, más pleno, es decir el Amor de Dios. Y este amor se nos presenta constantemente, es accesible, esta al alcance te tu mano por medio de la oración, del silencio, de la Eucaristía, del sacramento de la reconciliación, por medio del servicio a los demás, el perdón, la amistad, la caridad, etc. Dios nos lo ha hecho fácil, accesible, sencillo.
Este año tenemos 5 domingos de Cuaresma por delante para reflexionar. Para los que hace tiempo me seguís, todos los años hago una serie de homilías que tienen un hilo conductor, intento sacar unas catequesis iluminadas por los evangelios dominicales. Este año entendía que podíamos profundizar sobre las tentaciones. 5 domingos en los que podemos acercarnos a comprender un poco más el mundo de las tentaciones. El Evangelio de hoy Marcos 1, 12-15 nos explica como Jesús también fue tentado: “En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían”.
Jesús es Dios, pero también verdadero hombre y como hombre fue tentado como tu y como yo… Y fue tentado en todo por su naturaleza humana. Pero el Evangelio da un par de detalles que son de interés. Dice que el Espíritu empujó a Jesús al desierto, y que los ángeles, es decir, el mismo Espíritu, le servía. ¿Qué quiere decir esto? Simplemente que no serás tentado más allá de tus fuerzas. “Fiel es Dios que no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Más aún, nos dará modo para resistir con éxito.” (1ª. Cor. 10: 13)
Hay personas que me dicen: “estoy pasando una época en que no veo a Dios por ningún lado”. Esto puede pasar, que sea un momento de desierto, de dificultad, de oscuridad… A veces escuchamos esa otra expresión de: “estoy en un túnel y aún no veo la salida”. Pero nos fiamos de la Palabra de Dios: el Espíritu acompañaba a Jesús en el desierto, Jesús en ningún momento estuvo sólo, a pesar de sentirse en la aspereza del desierto. Tú, aunque estés en un momento de sequedad y de aspereza, aunque no sientas a Dios, Él está, Él te acompaña, Él no te abandona… es un tiempo de confianza… San Pedro: “el demonio, anda como león rugiente, buscando a quién devorar; resístanle firmes en la fe.” (1ª. 5: 8-9)
Espera en él. Dios aprieta pero no ahoga. El ES le acompaña al desierto. El ES está aún en el desierto, sequedad, dificultad. Dios no abandona.
El pueblo de Israel no supo esperar en Dios y durante sus 40 años de dureza por el desierto dudó de que Dios estuviera con ellos y se pusieron a servir a los Baales, a los otros dioses extranjeros.
Hablando con una adolescente, me contó que su novio tuvo que salir de España porque por trabajo trasladaron a su padre de país, no pudieron hacer nada al respecto, eran demasiado jóvenes. Ella me contaba que por despecho, por rabia ante tanta impotencia le daban ganas de liarse con cualquier otro chico que le saliera al paso… Cuantas decisiones tomamos por despecho, por rabia, movidos por la cólera, por la ceguera de la impaciencia. San Ignacio de Loyola nos da una regla de oro en el discernimiento: “En tiempos de desolación, nunca hacer mudanza”. En estos momentos ¿qué hay que hacer? Espera, no tomes grandes decisiones, pues te puedes confundir. Espera en Dios, Él te abrirá el camino… Espera!! Se paciente!!
San Pablo: ¡Ánimo! “que las tribulaciones de este mundo, producirán un imponderable peso de gloria.” (2ª. Cor. 4: 17-18)