Conocer las Escrituras es conocer a Cristo (P. Luis J. Tamayo)
El domingo pasado decíamos que el tiempo de Pascua son esos 50 días en
los que Jesús no sólo se aparece a los Discípulos, sino que descubrimos en Jesús
una doble intención con ellos: La
de confirmarles: No tengáis miedo, la
cruz no fue una derrota, seguid creyendo en mi, estoy vivo; y la de acostumbrarles
a reconocerle de una forma nueva, desde la fe. Lo vemos de nuevo en el evangelio
de hoy (Lc 24, 35-48): Estaban hablando de estas cosas, cuando se
presenta Jesús en medio de ellos y les dice: - «Paz a vosotros.» Llenos de
miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo: - «¿Por qué os
alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies:
soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y
huesos, como veis que yo tengo.» Dicho esto, les mostró las manos y los pies.
Pero, ¿qué pasaría después de los 50 días, cuando ascendiera al cielo
para estar junto al Padre? ¿cómo crees que le reconocerían? La Pascua fueron 50
días para confirmar que Dios había cumplido su promesa: la muerte no tiene la última palabra; pero Jesús no se contentaba
con eso, quiso acostumbrarles a reconocerle desde la fe porque ya entonces estaba
pensando en nosotros. El interés de Jesús fue el de enseñarles a reconocerle
por la fe para así transmitirlo a lo largo de toda la historia y a través de
todas las generaciones.
La pregunta que nos surge es: ¿Cómo
podemos reconocerle hoy? Si el domingo pasado hablamos de que podemos
reconocer su presencia trayendo a Jesús a la memoria; hablábamos de la palabra “recordar”,
como ese volver a pasar por el corazón la experiencia de Jesús. Hoy hablamos de
la Escritura o la Palabra de Dios como
ese lugar privilegiado para encontrarnos desde la fe con el Jesús resucitado.
Cuantas veces me acuerdo de las cartas que me escribía mi madre cuando he
vivido en el extranjero! Pero si esas palabras servían de encuentro, la Sagrada
Escritura tiene algo más.
Jesús les dijo: - «Todo lo
escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que
cumplirse.» Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
La Escritura, la Palabra de Dios, la
Biblia, es el lugar privilegiado de encuentro con la promesa de Dios. Todo lo
escrito en ella es cumplimiento del amor de Dios. El catecismo de la Iglesia
dice: si quieres profundizar en el
conocimiento de Jesús ha de pasar necesariamente por la lectura atenta y
cuidadosa de la Escritura. San
Jerónimo dijo que: “que ignorar las Sagradas Escrituras es ignorar a Cristo”, si le damos la vuelta a la tortilla:
Conocer las Escrituras nos lleva a conocer a Cristo.
Un día fui a visitar a una persona a
su casa y me fijé que en la mesa del salón tenía la Biblia a mano, y varios
libros. Me llevé la sorpresa de
ver un diccionario, un manual de ayuda y un cuaderno donde tomaba sus notas y
reflexiones. Aquí a veces entre
vosotros he visto personas que se leen las lecturas antes de venir a misa, para
saborearlo más y mejor.
Un documento de la Iglesia (Dei Verbum)
que habla de cómo leer hoy día la Sagrada Escritura dice: En los libros sagrados, Dios que está en el cielo sale amorosamente al
encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Es Dios que sale al
encuentro nuestro para conversar.
San Jerónimo también decía: quien
lee la Escritura ya escucha a Dios en su Palabra.
También es verdad que uno puede decir:
yo, por más que leo, me cuesta entender lo que dice. Es verdad, pero yo añadiría, no es sólo entender lo que
dice, sino es entender lo que a mi me dice. Dios me quiere hablar a mí personalmente, y por eso dice el
evngelio de hoy: Entonces
les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
Comprender internamente la vida de Jesús,
su pensar, su sentir, sus palabras, sus gestos… eso es conocer con profundidad
a la persona de Jesús a través de la Palabra; para ello uno necesita la
humildad de reconocer que cuando me acerco a la Sagrada Escritura es a Dios a
quien he de pedir que me abra el entendimiento. Pero la oración pretende un paso más, es un don que en última instancia
nos lleva a transformar nuestra vida cada vez más en Cristo, buscamos conocerle
para parecernos cada vez más a Él en la caridad perfecta. La vida cristiana
debe ser un camino de identificación con Cristo.
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