24 feb 2013

II Cuaresma, ciclo C. REFLEXION Evangelio Semanal


Para mi la vida es Cristo
(P. Luis J. Tamayo) 

Entramos en la segunda semana de Cuaresma. Recordaros que el eje de estas 5 reflexiones de Cuaresma gira en torno al segundo domingo (II), la Transfiguración del Señor, este hecho nos invita a poner como horizonte de nuestra vida cristiana la “transformación” en Cristo. Puesto el horizonte nos encontramos con dos tipos de retos: el primero son las tentaciones a vencer, y el segundo es la colaboración a mi transformación en Cristo. El domingo pasado (I) hablamos de las tentaciones, aquellas que vienen de fuera a desanimarme y a obstaculizar la búsqueda de la meta última a la que ha de tender nuestra vida: reproducir la vida y el amor de Cristo. Los tres próximos domingos: oración (III), ayuno (IV) y la limosna o caridad (V) son el ejercicio espiritual que supone mi colaboración con este proyecto de Dios sobre mi vida.
El evangelio de hoy (Lc 9, 28-36) es la Transfiguración de Cristo en el Monte Tabor. Dice la Escritura: “Jesús, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos… Una voz desde la nube decía: -este es mi Hijo amado, el escogido, escuchadle-.”
La Escritura nos relata con este hecho que hubo un momento en la vida histórica de Jesús en la que Él mismo quiso revelar y dejar ver a los discípulos su identidad divina en su humanidad. Jesús quiso hacerles ver la grandeza y la belleza, la meta última a la cual todo hombre está destinado a vivir. Cuando el Evangelio de Juan dice que “Jesús es el camino, la verdad y la vida”, quiere afirmar que en Jesús se revela la grandeza, la altura del destino y el fin último de todo hombre.
La plenitud de todo hombre se alcanza en una vida orientada al servicio de los demás, en la grandeza de un amor desinteresado, en la belleza de la entrega de la vida por amor, en la humildad para saberse dependiente de Dios. ¿Quién no conoce a alguien que intenta vivir de esta forma? Cuando te topas con personas que viven así, ves reflejado en su rostro que irradia una luz especial. Son personas que nos hablan de plenitud.
Por otro lado, es una pena cuando ves a personas que no le dan ningún sentido a la vida, una vida sin una meta definida se vive dando vueltas, en el peligro de vivir sólo en la superficialidad. Una vida sin una meta definida se escapa fácilmente de las manos, es como querer coger agua con las manos… no puedes. 
Hablando con una psicóloga que acompaña a un matrimonio con problemas y me decía que le preguntaba al joven: “Cuando te casaste, ¿qué es lo que te atrajo de ella?”. “La belleza”, le contesta.  “Si, ¿pero que más?”, insiste la psicóloga. El chico responde: “no se”. La psicóloga le da pistas: “¿su generosidad? ¿ su servicialidad? ¿su responsabilidad?”.  Ella se da cuenta que el joven no capta el fondo de sus palabras. Le vuelve a preguntar al joven: ¿qué entiendes por generosidad, servicio a los demás, responsabilidad por el hogar o el matrimonio?... la psicóloga me dijo que sus definiciones estaban vacías de contenido… Ella tuvo que explicárselo… entonces el respondió: esto no lo he visto nunca en ella.
Cuando hablamos de la plenitud de vida ¿qué entendemos? La respuesta sólo la encontramos en Cristo. La meta última y la altura de la grandeza de todo hombre está en Cristo. Si yo pongo mi propia definición tenderé a rebajar el listón. Por eso sólo es Cristo quien nos abre la respuesta.  Cristo con su vida marca la altura de la grandeza del amor.  Le podemos preguntar: ¿Qué es para ti el amor? El evangelio de Juan dice que Jesús amó hasta el extremo.  Jesús llevó hasta el extremo todas las grandes cualidades del hombre, elevó la dignidad del hombre a su máxima altura. ¿Qué es para ti la humildad? La Escritura dice que siendo Dios todopoderoso, no se adueñó de su grandeza sino que se abajó lavando los pies de quien le acusó. ¿Qué es para ti el perdón? Jesús después de ser calumniado y ser reo de muerte dijo: Padre perdónalos.
Cuando nosotros rebajamos el listón es como la imagen del bonsái.  Un árbol con un potencial enorme, sin embargo se le cortan las ramas… y al final queda un arbolito… muy mono, pero sin llegar a cumplir la grandeza para la que fue creado. La medida humana es ojo por ojo, diente por diente… la medida de Dios es ora por tus enemigos, no critiques, pide a Dios bendiga a aquellos que más te cuestan. Realmente es una tensión entre mi pereza por quedarme en una vida cómoda, y el reto de seguir creciendo a pesar de la tensión.  Madre Teresa de Calcuta decía: “ama, ama y ama… y cuando te canses de amar, continúa amando”.  La Madre nos deja ver como la medida no está en mí, está en el amor extremo de Cristo.
¿Quién no tiene la experiencia de querer crear ámbitos de diálogo sereno… y, de repente, verse alterado y queriendo saltar con palabras duras… entonces te das cuenta que así no es como quieres vivir; uno se rompe por dentro.  Sólo reconociéndolo como error y pidiendo la gracia a Dios para cambiar y transformar estas actitudes, es como uno va configurándose más a la medida de Dios, dejando las medidas humanas.
La meta de todo hombre es su transformación en Cristo, el camino de la vida cristiana es ir transformando mis criterios, mis hábitos, mi forma de pensar a la altura de Cristo. Él es el único camino para encontrar la plenitud de la vida. 

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