La paciencia de Dios es nuestra salvación
(P. Luis J. Tamayo)
El relato completo de la Pasión de Señor que leemos en el domingo de Ramos, desde la entrada de Jesus en Jerusalen, hasta su juicio y condena ante Pilatos, me hace
pensar en la volubilidad humana, no en
la de los otros sino en la de uno mismo.
Dos acontecimientos
históricos que la liturgia celebra en el mismo Dies Domini: el canto y el grito. Se unen dos hechos
en este día de Ramos que constituyen una unidad: El canto del “Hosanna al Hijo
de David” con lo gritos terribles del “crucifícale”. Vemos como se pasa de aquellos
entusiastas del Domingo de Ramos que gritan: “¡Hosanna al Hijo de David!”, para
cuatro días después ser de los que claman: “¡Crucifícale, crucifícale!”. Dos
polos opuestos frente a una misma realidad.
Este acontecimiento
cada vez que lo leo en profundidad genera en mi dolor, extrañeza, indignación,
contradicción. Sea cual fuera la emoción o emociones que surgen del interior de
uno ante esos acontecimientos, es importante entender que no es posible mirar a
los demás, sin mirarse antes uno mismo. Yo soy esa dualidad!
Estoy ante mi mismo
que cuantas veces bien intencionado, con valores y cualidades, que empiezo a
poner medios adecuados y que sin embargo lo echo todo a perder por mi
engreimiento, o por no tener los horizontes altos, o por una cobarde comodidad,
o habría que decir también que por no estar educado para el “esfuerzo
sostenido”.
Vivimos
en esa contradicción: santos y pecadores. Descubro en mi corazón ya algo de santidad
pero también hay pecado. Hay deseos altos que engrandecen nuestro corazón, pero
también deseos bajos que lo arrastran. Vivimos en esa locura que tan bien
describe San Pablo (Rm 7, 19-25): “Porque no hago el bien que
quiero; mas el mal que no quiero, éste hago. Y si hago lo que no quiero, ya no
obro yo, sino el mal que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo
esta ley: Que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en
la ley de Dios: Mas veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley
de mi espíritu, y que me lleva cautivo á la ley del pecado que está en mis
miembros.¡Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?
Gracias doy á Dios, por Jesucristo Señor nuestro...”
Jesús no se escandaliza de nuestra contradicción,
Él lo asume con gran amor. San Pedro dice (2Pe 3, 12): “Considerad que la paciencia de Dios es nuestra
salvación”.
Oración:
Señor, dame paciencia para aprender a vivir en la
contradicción sin escandalizarme de mi mismo; aprender a vivir en la dialéctica
del deseo de santidad y la presencia del pecado; buscando el camino de la
humildad y encontrando el tropiezo de la soberbia; saborear el gozo del amor y
tocar la amargura del egoísmo.
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