P. Luis Jose Tamayo
Todos los
domingos proponemos una imagen para entender el porque de los ejercicios. Hoy
pienso en el deportista que va al gimnasio, solo cuando uno fortalece los
músculos puede pedirle más al cuerpo y puede incrementar el número de
ejercicios. Con la caridad es lo mismo. El ejercicio del amor no es algo que
sale espontáneo, sino que implica la necesidad de ejercitarlo, y de forma
consciente. Amar es un ejercicio consciente de la voluntad sostenido por la
gracia de Dios.
El evangelio de
hoy es la mujer adúltera (Juan 8, 1-11). Hoy Jesús nos enseña que
la limosna o la caridad es fruto de un acto consciente de la voluntad,
como dirá San Agustín.
Fijémonos en los
detalles: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?» Le
preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Son muchas veces
las que uno se encuentra delante de situaciones en las que se te pide amar,
salir de ti mismo, un conflicto de
intereses entre mi egoísmo y un acto de amor; entre mis planes fijos y una
situación inesperada… situaciones que te comprometen. Un papá llega a casa
cansado del trabajo queriendo ver su partido de futbol y nada más abrir la
puerta su hijo le pide ayuda para preparar el examen de mañana… para algunos la
prioridad está puesta, su hijo. Para otros es una lucha interior… para otros
salta el enfado contra el hijo y exige que se respeten sus gustos.
Cuantas veces
hemos experimentado que uno tiene sus planes hechos para el sábado por la tarde
y de repente te piden un favor, o tenías planeado salir de la oficina a las 5pm
y un compañero te pide que le ayudes a finalizar el informe, o pensabas salir a
hacer deporte y tu mujer te pide que te ocupes de los niños… un sin fin de
situaciones. ¿Cómo surge la flexibilidad para amoldarse a la nueva
situación? Por que mientras uno ha planificado hacer un acto de amor no hay
problema, pero la capacidad de amar se
prueba en la improvisación.
Esta mujer ha
sido sorprendida en adulterio y la ley manda… llega el fin de semana y mis
planes mandan… llego a casa al final del día y mi descanso manda… Ponemos
límites –leyes inconscientes– a la vida, pues cuantas veces cuando ya he
cerrado la cabeza (–este hombre es de piñón fijo– decimos en España).
Pero llama la
atención que Jesús no reacciona de inmediato, sino que inclinándose,
escribió con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y
les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.»
Este gesto de no
reaccionar de inmediato, de inclinarse, escribir en el suelo… la pregunta es: ¿qué
pasó por la cabeza de Jesús en esos 10 o 20 segundos? Son dos veces que se
para, se inclina, escribe… dos momentos uno delante de los fariseos y el otro
delante de la mujer.
¿Qué hacer
delante de una situación en la que se te pide algo extraordinario? En el
ejemplo de antes, el papa al entrar en casa tenía planeado quitarse la corbata,
ponerse las zapatillas y tirarse en el sofá a ver el partido, ya lo tenía todo
programado en su cabeza, lo que no esperaba es que su hijo le pidiera ayuda… le
pilló por sorpresa… Mi amigo me dijo, que al escuchar a su hijo experimentó un
desajuste por dentro… sus planes se tambaleaban. ¿Qué hacer? El le dijo al
hijo: Déjame tres minutos para cambiarme de ropa, y ahora estoy contigo. No
reaccionar de inmediato, darse tres minutos, hacer un acto consciente de poner
prioridades, no dejarse llevar compulsivamente por los sentimientos… ¿Qué
pasó por la cabeza de este papa en esos tres minutos?
Un acto
consciente de amar a lo mejor necesita de tres minutos previos...
Tres minutos para reorganizar la escala de valores, para reajustar mis
intereses y los de su hijo, tres minutos para pedir a Dios la fuerza para
renunciar a su merecido descanso y ponerse a servir. Amar es un acto consciente
de la voluntad sostenida por la gracia.
El Evangelio
continua: E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo,
se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo
Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le
preguntó: - «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?»
Ella contestó: - «Ninguno, Señor.» Jesús dijo: - «Tampoco yo te condeno. Anda,
y en adelante no peques más.»
Jesús repite la
lección por segunda vez delante de la mujer adultera. Era muy fácil juzgarla,
las pruebas estaban en contra de ella, la ley es muy clara. Jesús, delante de
otra nueva situación se toma otros 20 segundos o tres minutos; se inclina, se
abaja, gesto de rezar a Dios, y hace una opción consciente por dejar la ley que
juzgaba a esa mujer, y la ama sin juzgar, dando una oportunidad nueva.
Juzgar lo podemos hacer de inmediato y de
forma compulsiva. Amar, muchas veces, nos implica un acto
consciente, pararse por un momento, no dejarse llevar por los sentimientos, no
reaccionar desde la euforia, no confiar en que uno lo tiene todo claro (era
obvio que la mujer adúltera era culpable)… Amar no son sentimientos, pues hay
situaciones que a uno le cuestan. Amar es una acto consciente de la voluntad…
sostenido por unos minutos de oración a Dios para recibir de Él la fuerza.
¿Cuantos minutos necesitas? ¿Tres? ¿Diez? Tómatelos, merece la pena!
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