¿Cuál es la justicia de Jesús?
P. Luis J. TamayoEstamos ya en el 4º domingo de Pascua. La Iglesia nos regala 50 días de Pascua para asimilar la grandeza de la resurrección de Cristo, para concluir este tiempo con la fiesta de Pentecostés. Todas estas semanas de Pascua son tiempo de asimilación. Recordamos que a los discípulos les costó entender que significó que Cristo había resucitado, por eso Cristo se apareció sucesivamente durante 50 días para confirmarles que estaba vivo y que a partir de este momento habían de acostumbrarse a relacionarse con él de manera distinta: desde la fe.
La pregunta vuelve a ser la misma: ¿Qué implica la resurrección en mi? Hemos
decidido profundizar en las virtudes como un regalo de Cristo resucitado que
nos capacita desde dentro a vivir de una forma nueva. Con la resurrección de
Cristo en el corazón del hombre llegamos a descubrir que el cristianismo no es
una obligación de normas que se me imponen desde fuera, sino que es el don y
regalo de Cristo que desde dentro del corazón capacita para vivir con una nueva
fortaleza la alegría de unos nuevos valores.
Esto es lo que la
Iglesia cristiana Oriental ha llamado siempre como la divinización del hombre. A nosotros, en la Iglesia Latina se nos
ha educado más desde el seguimiento de Cristo hasta la cruz… y poco se nos ha
enseñado toda esta perspectiva del regalo que nos hace Dios de la divinización,
es decir, de apropiarnos de la fuerza del resucitado para vivir con una nueva
vitalidad el cristianismo.
Vivir las virtudes es
participar de la divinización. San Ireneo habla del “maravilloso intercambio”: Dios
se hizo hombre para que el hombre se hiciese dios.
La
virtud que hoy contemplamos es la
justicia: Según el catecismo de la Iglesia, es la constante y firme
voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que le es debido. La justicia para con
Dios es el amor que le debemos (se traduce en dedicarle tiempo al diálogo
con Él, cultivar la vida interior, conocer su Palabra, etc.) La justicia
para con los hombres nos dispone a respetar a cada persona, promover la equidad
y el bien común.
Muchas
veces dar a cada persona lo que le es debido no es fácil. Encontrar el
equilibrio de lo que es justo según el amor es realmente una capacidad que
viene desde dentro. ¿Cuántas veces nos ponemos delante de las situaciones
tomando partido? Es decir, no siendo justos ni equilibrados… la naturaleza nos
lleva a inclinarnos por el que nos cae bien, nos lleva a favorecer a unos y a
desinteresarnos por otros no afines a mis gustos.
Jesús
resucitado viene a regalarnos la capacidad de un corazón justo, un corazón
equitativo. Jesús viene a darte esa mirada serena frente a esa situación y con
ella viene la intuición de lo que es justo y la fuerza para ello. Esto nace
dese dentro por gracia. Hay que pedirlo en la oración.
Jesús
conoce a todos por igual, nadie se escapa de su cuidado y amor. ¿Cuál es la justicia de Jesús? Es darle
al hombre lo más grande que tiene y a todos por igual. Jesús nos viene a dar su
vida eterna. “Yo les doy la vida eterna”, es decir, lo que es eterno y
da la plenitud del corazón: el amor incondicional, el perdón sin regatear, la
alegría de corazón… todo esto es tuyo porque Dios quiere regalártelo, sin mirar
lo que tu haces, si cumples o no, si eres bueno o no, si te comprometes o no…
puesto que la justicia es, como veíamos arriba, dar a cada uno lo que le es
debido. Jesús dice en el evangelio de Mateo (5, 45): “El Padre hace salir el
sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre los justos e injustos”.
Entre
los hombres nos hacemos daño y a veces pides perdón y no te lo dan, pues se
guardan resentimientos, sin embargo, ¿a quien se le niega el perdón cuando
acudes al sacramento de la reconciliación, a pesar de las faltas de amor que
acumulamos contra Él? Entre nosotros si ignoras a alguien y lo desatiendes,
luego si buscas que te reciba te llamará interesado, sin embargo, ¿a quien de
nosotros se le niega la eucaristía cuando vas a comulgar, a pesar de habernos
olvidado tantas veces de Jesús?
Él
no se frena en dar, Él da todos, pero también su justicia es dar a cada uno lo
que quiera recibir. No es que Él no de, sino que yo no quiero recibir de Él
muchas veces, entonces Jesús en su justicia y equidad no fuerza. Se duele, se
entristece, pues queriendo dar a todos por igual, muchos de nosotros nos
cerramos para recibir. Esto es un corazón duro, un corazón autosuficiente, un
corazón que a la larga se hace injusto puesto que no quiere recibir lo que le
toca por amor.
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