"Tropecé de nuevo con la
misma piedra”
P. Luis J. Tamayo
Llegamos al domingo 6º del tiempo de Pascua. El domingo que viene es la fiesta de la
Ascensión, el siguiente es Pentecostés y el siguiente la Santísima Trinidad. Avanzo
que en estas tres próximas fiestas que continúan al tiempo de Pascua veremos
las tres virtudes teologales (fe,
esperanza y caridad). Mientras tanto, este domingo tenemos aún la última virtud cardinal: la Prudencia.
En los pasados domingos de Pascua, os recuerdo la
pregunta que nos ha ido guiando: ¿qué
implica la resurrección en mi vida? y descubríamos la alegría del regalo
que se nos ha hecho de participar en la
resurrección de Cristo aquí y ahora por medio de las virtudes. La virtud como una tarea y como un don, como
un esfuerzo, pero sostenida y alimentada por la gracia. Vimos la fortaleza, la
justicia y la templanza. Hoy toca la prudencia.
- La prudencia es la virtud que dispone la razón a discernir en toda circunstancia
nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlos. El hombre
prudente medita sus pasos. Prudencia no sólo sería la cautela, la mesura o la
reserva a la hora de tomar una decisión, sino la sensatez, la cordura y el sano
juicio en lo que se decide (Catecismo
1806).
Mi
pregunta es ¿quién no necesita del sano juicio? ¿quién no se ha arrepentido alguna
vez de una decisión mal tomada? ¿Quien no ha visto con el tiempo que en algún
momento metió la pata?
Hace
unos años un joven se confesaba de odio a sus padres, pues sentía que para
ellos era un estorbo; todos los veranos le mandaban a un campamento, cuando él
sentía que la verdadera motivación de sus padres era quitárselo de en medio. Los
papas pensaban y decidían desde su egoísmo: “lo mandamos fuera para que aprenda
inglés”, pero el fondo de la decisión no estaba motivada por el bien de su
hijo, sino por la comodidad de los padres.
Es
verdad, cuantas veces hemos de reconocer que tomamos decisiones sin pensar que
es lo mejor, sino más bien motivadas por el egoísmo o empujadas por la rapidez
y la poca reflexión y, una y otra vez, volvemos a caer en los mismos errores.
¿Quién no conoce la canción de Julio Iglesias: “tropecé de nuevo con la
misma piedra”? o ¿quién no conoce el dicho popular: “el hombre es el único
animal que tropieza dos veces con la misma piedra”? Una vez leí en un sitio la definición
de locura: “actuar siempre de la misma forma y
esperando un resultado diferente”; cuantas veces haciendo actuando sobre el
mismo error llegamos a creer que esta vez será distinto, pero al final siempre me
encuentro con el mismo resultado.
Hablando
con una mamá me contaba que siempre se veía queriendo controlar la vida de su
hijo el mayor… no sabía como lo hacía pero acababa por tomar las decisiones por
él, dándole instrucciones para todo… pensando que estaba en su obligación de
madre, pero de fondo no se daba cuenta que le estaba anulando en su capacidad
de tomar decisiones. Cuando se daba cuenta se decía no lo vuelvo a hacer… pero
acababa de nuevo haciendo lo mismo para luego justificarse diciendo: “es que
soy así y no voy a cambiar”. ¿No es esto falta de sano juicio? Uno escucha esto
y puede pensar: Los curas son unos exagerados; no es para tanto... Pero la
pregunta que nos mueve por dentro es: ¿cómo salir de esta locura? La esperanza
de la fe en Cristo resucitado nos dice que es posible. Recordar que la virtud
es un don y un trabajo… es un regalo y un ejercicio… recordemos que: el resultado
de una decisión tomada con sano juicio es verdadero bien.
El evangelio de hoy dice
(Juan 14, 23-29): “El Defensor, el Espíritu
Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os
vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os
la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde.”
El
Espíritu Defensor lo enviará mi Padre. La claridad de Dios te recordará el
camino. La luz del Espíritu Santo te enseñará el verdadero bien. Es un don…
pero que yo tengo que actuarlo. ¿Cuántas veces uno intuye cosas? ¿Cuántas veces
en la confusión uno habla con un sacerdote y las cosas se aclaran y brota la
fuerza para llevarlo acabo?
El otro día escuchaba el
testimonio de un sacerdote que me impacto: cerca de su parroquia hay una
clínica abortiva y contaba el caso de una chica que al llegar a la puerta de la
clínica algo la detuvo y acabó por entrar en la parroquia y buscar la
confesión.
Eran dos puertas: la de la
clínica con un médico con la herramienta del bisturí. La de la parroquia con un
sacerdote con la herramienta del amor. Del primero sale la muerte, del segundo
sale la vida, la paz, la alegría. Pregunta: ¿De donde vino el sano juicio para
cambiar de decisión? El Espíritu Santo tiene la capacidad de iluminar la mente
de la persona y desde la prudencia dar las fuerzas para cambiar una decisión
errónea por una acertada. Este es un caso extremo casi de milagro… pero para
nosotros ¿cómo disponerse a la virtud de
la prudencia? La oración es la
respuesta, pidiendo luz a Dios, pararse y reflexionar los actos día a día, el examen de conciencia, corregir los
errores. También la ayuda del acompañamiento
espiritual con un sacerdote. Todos estos son medios necesarios para ganar
prudencia en la vida frente a la impulsividad poco reflexiva que muchas veces
mueve nuestros actos.
1 comentario:
Buena reflexion.. siempre me gusta leerte (mas)
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