P. Luis J. Tamayo
Lucas 2,
22-32: “Cuando
llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús
lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito
en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para
entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos
pichones»…”
Coinciden
en este domingo dos celebraciones: la propia del domingo y la de la
Presentación del Señor, que es la que celebramos, por ser fiesta del Señor. En
esta fiesta, tradicionalmente conocida como “la candelaria”, vemos en el
evangelio como los padres de Jesús van a presentarle a Dios en el Templo de
Jerusalén, tal y como marcaba la ley, 40 días después de su nacimiento (si
hacéis cuentas desde el 25 de diciembre, se cumplen hoy). La Fiesta de las Candelas o de la Presentación del Señor, sus padres,
siguiendo la tradición de la ley, llevan a Jesús al templo y lo consagran. De
esta manera, sus padres, María y José, señalan que, desde el inicio de la vida
del niño, la observancia de la ley y la consagración a Dios, serán importantes
para su vida.
Un detalle
que podemos observar es como durante el invierno, se nota que la luz del día o
de los momentos donde se puede disfrutar del sol son más cortos. Es por eso, a
partir del 2 de febrero, avecinan los días donde se puede disfrutar más de esta
luz, parece que crece también las expectativas para que lleguen ya estos días
donde hay más vida y alegría. Aparentemente, tenemos una cierta atracción a la
luz o todo lo que ella pueda representar y el anhelo a que lleguen pronto esas
fechas, especialmente después de meses de oscuridad.
Y desde el
Evangelio, el cántico de Simeón inspira lo que hasta hoy celebramos con tanta
riqueza de simbolismo y sentido: la solemne bendición de las candelas con
procesión. El simbolismo proclama a Jesús como luz de las naciones para que,
siendo luz de todos los pueblos y de cada persona, nadie camine en las
tinieblas.
Jesús es
el primogénito y es consagrado al Señor. Lo mejor de cada casa, de cada
cosecha, de cada animal es dado al Señor en acción de gracias. Siempre lo
mejor, no lo que sobra. Y para “rescatarlo”, ofrecen lo que prescribía la Ley
del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”. Es la ofrenda de los pobres,
que José y María hacen por su Hijo.
El origen de las primicias
La palabra hebrea para primicias es
"Reshit", una palabra que significa "lo primero" o "principio".
La palabra se utiliza a menudo en el Antiguo Testamento para referirse
a los comienzos (Génesis 1:1, 10:10), el primogénito (Génesis 49 : 3), o el
rango (Números 24:20). Sin embargo, el uso más común se refiere a las primeras
partes de la cosecha (Éxodo 34:26), una comida (Números 15:20), o un producto
(Deuteronomio 18:4). Las primicias eran originalmente la parte de comienzo de
lo que uno recibe, y entre los hijos de Israel, estas primicias eran para
entregarse a Dios.
El desarrollo de las primicias
Los primeros frutos en el Antiguo Testamento no
comenzó como un "diezmo" en el sentido moderno. Mientras que los
primeros frutos se refirió a las primeras porciones de la cosecha, que se
desarrolló gradualmente en el sentido de la mejor parte de cualquier producto.
El propósito de dar los primeros frutos era para expresar el agradecimiento a
Dios: que él era el que había salvado a los israelitas y siempre para su
rescate. Al darle la primera y mejor, expresaron su confianza de que Dios es el
que tiene el control de todos sus productos y que continuará para lograr el
resto de la cosecha.
La pregunta
que me puedo hacer es: ¿Qué le doy yo al Señor? ¿Qué le ofrezco? La oración
primera de la mañana, cuando uno está fresco e inicia el día, el ofrecimiento
de un esfuerzo, por que cuesta es lo que también agrada al Señor, etc. Darle al
Señor lo mejor de mi mismo, es la gran ofrenda que puedo dar, como en la parábola
de la pobre viuda.
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En esta ocasión celebramos también la jornada mundial de la vida consagrada. A
través de la dedicación de estas personas, como es muy visible en la vida
consagrada, se vive de una manera muy cercana este constante encuentro entre la
luz de Dios y la luz de la consagración. Recemos para que el ejemplo de las
consagradas y los consagrados continúe iluminando el camino de la Iglesia, de
la humanidad y especialmente de las personas que desean salir de la oscuridad a
la luz eterna de Dios.
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