Seamos Luz y Sal para este mundo
P. Luis Jose Tamayo
Mateo 5, 13-16: En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal
se vuelve sosa, con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que
la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una
ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para
meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a
todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean
vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»
El Señor utiliza dos elementos para definir lo que somos
ante Dios: La sal y la luz. Jesús dice: Vosotros sois la sal de la tierra.
Vosotros sois la luz del mundo. Es muy interesante lo que dice, pues no usa el
“como” comparativo, sino que nos define así: sal y luz.
Claro si uno mira
detenidamente a la sal y a la luz te das cuenta que son dos elementos de la
vida diaria que tienen una función específica. La sal tiene su función, la luz
también. La luz es esencial para la vida, sin ella todo sería oscuridad y con
ella la muerte. La sal desde la antigüedad era un elemento con unas misiones específicas: la sal era
usada para salar y condimentar los alimentos, para conservar los alimentos en
el tiempo y para curar las heridas.
Jesús
nos invita, mediante estos símbolos a descubrir la misión que nos encomienda:
Somos luz en medio de un mundo de tinieblas. Somos sal de esta tierra: La sal
como condimento que da sabor a la vida, da sentido a las circunstancias que vivimos;
cuanta gente vive sin sentido. La sal, como conservador de los alimentos, simboliza
incorrupción, preservación y pureza. La sal era, en estos versículos, un
símbolo de que el adorador conservaba un corazón limpio y puro delante del
Señor. (El pacto de Sal en el libro del Levítico 2:13 dice: “Y sazonarás con
sal toda ofrenda que presentes, y no harás que falte jamás de tu ofrenda la sal
del pacto de tu Dios; en toda ofrenda tuya ofrecerás sal”). Y, finalmente, la
sal que ayuda a curar las heridas, sobre todo las heridas del corazón llevando
el amor de Dios a aquellos que más lo necesitan.
Jesús nos pone explica también
el efecto contrario: si la sal se
vuelve sosa, si la sal no sala, si la sal no ejerce su misión… no sirve más que
para tirarla… Jesús aquí es muy duro… Lo mismo con la luz… Si tú eres luz, no
es para que estés debajo de un celemín , sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Con ello nos hace ver la urgencia de nuestra misión y labor dentro de la
Iglesia y de este mundo.
Lo más grande de nuestra vocación como seguidores de
Cristo, es que Él al mirar nuestras vidas las ve con una proyección que va
siempre más allá de nosotros… No nos llama sal del barrio, ni luz de la
casa, sino que nos proyecta al mundo entero. Sois sal de la tierra… luz del
mundo… nuestra pequeña oración, nuestro pequeño sacrificio, nuestra renuncia, nuestro
esfuerzo por querer y amar a Jesús, nuestro servicio a los demás, hecho por Jesús
tiene una repercusión universal, pues toda nuestra vida se une a la oración y
sacrificio de la Iglesia Universal, alcanzando a dar vida y luz a tantos que
nosotros no conocemos ni sabemos. Es el misterio del poder de la oración.
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