Para mi la vida es Cristo
(P. Luis J. Tamayo)
Entramos en la segunda semana de Cuaresma. Recordaros que ya dijimos que el eje de las 5 reflexiones de Cuaresma gira en torno a este segundo domingo (II), la transfiguración, es decir, la invitación a poner como horizonte de nuestra vida cristiana la configuración con Cristo. Puesta la meta nos encontramos con dos tipos de retos: uno que viene de fuera, y tres que son la parte de mi colaboración a mi transformación en Cristo. El domingo pasado (I) hablamos de las tentaciones, aquellas que vienen de fuera a desanimarme y a obstaculizar la búsqueda de la meta última al que ha de tender nuestra vida: reproducir la vida y el amor de Cristo. Los tres últimos domingos: oración (III), ayuno (IV) y la limosna o caridad (V) son el ejercicio espiritual que supone mi colaboración con el proyecto de Dios de llegar a la altura de traducir en mi vida el amor de Cristo.
El evangelio de hoy (Lc 9, 28-36) es la transfiguración de Cristo en el Monte Tabor. Dice la Escritura: “Jesús, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos… Una voz desde la nube decía: -este es mi Hijo amado, el escogido, escuchadle-.”
La Escritura nos relata con este hecho que hubo un momento en la vida histórica de Jesús en la que reveló y dejó ver a los discípulos su identidad divina… fue permitirles descubrir la grandeza y la belleza, la meta última a la cual todo hombre está destinado a vivir. Cuando el Evangelio de Juan dice que Jesús es el camino, la verdad y la vida, quiere afirmar que en Jesús se revela la grandeza, la altura del destino y el fin último de todo hombre.
La plenitud del hombre está en el sentido de vivir al servicio de los demás, la grandeza de un amor desinteresado, la belleza de la entrega de la vida por amor, la humildad para saberse dependiente de Dios. Cuando te topas con personas que viven así lo ves reflejado en su rostro que radia una luz especial.
Es una pena cuando te topas con jóvenes o personas que no le dan ningún sentido a la vida, es una vida desperdiciada. La vida se les escapa de las manos como quien quiere coger el agua con las manos… no puedes… se te escapa. Así es la vida cuando uno no la busca vivir con plenitud… los años se te escapan y todo se vive de forma superficial.
Ayer hablaba con una psicóloga que está acompañando a un matrimonio con problemas y me decía que le preguntaba al chico: “Cuando te casaste que es lo que te atrajo de ella?”. “La belleza”, le contesta. “Si, ¿pero que más?”, insiste la psicóloga. El chico responde: “no se”. La psicóloga le da pistas: “¿su generosidad? ¿ su servicialidad? ¿su responsabilidad?”. Ella se da cuenta que el joven no capta el fondo de sus palabras. Le vuelve a preguntar al joven: ¿qué entiendes por generosidad, servicio a los demás, responsabilidad por el hogar o el matrimonio?... la psicóloga me dijo que sus definiciones estaban vacías de contenido… Ella tuvo que explicárselo… entonces el respondió: "esto no lo he visto nunca en ella…"
Cuando hablamos de plenitud de la vida, la grandeza y la altura a la que todo hombre está llamado a vivir ¿qué entendemos? Si cada cual pone su propia definición normalmente rebajamos el listón. Por eso sólo es Cristo quien abre la respuesta, la altura y la meta. Cristo en su vida marca la altura de la grandeza del amor… ¿Qué es para ti el amor? El evangelio de Juan dice que Jesús amó hasta el extremo. Jesús llevó hasta el extremo todas las grandes cualidades del hombre, elevó la dignidad del hombre a su máxima altura. ¿Qué es para ti la humildad? La Escritura dice que siendo Dios todopoderoso, no se adueñó de su grandeza sino que se abajó lavando los pies de quien le acusó. ¿Qué es para ti el perdón? Jesús después de ser calumniado y ser reo de muerte dijo: Padre perdónalos.
Cuando nosotros rebajamos el listón es como la imagen del bonsái. Un árbol con un potencial enorme, sin embargo se le cortan las ramas… y al final queda un arbolito… muy mono, pero sin llegar a cumplir la grandeza para la que fue creado.
Yo tengo la experiencia de saberme llamado a crear ámbitos de diálogo sereno… y de repente verme alterado y queriendo saltar con palabras duras a alguien… profundamente descubro que así no es como yo quiero vivir… me rompe por dentro… reconociéndolo como error mío y pidiendo la gracia a Dios para cambiar y transformar estas actitudes… uno va configurándose más a la medida de Dios, dejando las medidas humanas… La medida humana es: "ojo por ojo, diente por diente"… la medida de Dios es: "ora por tus enemigos, no critiques, pide a Dios bendiga a aquellos que más te cuestan".
La meta de todo hombre es su transformación en Cristo, ir transformando mis criterios, mis hábitos, mi forma de pensar a la altura de Cristo… es el único camino para encontrar la plenitud de la vida. Es una tensión… entre mi pereza por quedarme en una vida cómoda, y el reto de seguir creciendo a pesar de la tensión. Madre Teresa de Calcuta decía: ama, ama y ama, y cuando te canses de amar... continúa amando. La medida no está en mí, está en el amor extremo de Cristo.