31 mar 2013

Domingo de Resurrección


Hoy celebramos que Cristo ha resucitado!!
El propósito de esta reflexión no es tanto decir que Jesús ha resucitado, sino entender el deseo de Jesús de que nosotros participemos ahora de los beneficios de su resurrección. Lo que le interesa a Cristo es que nosotros podamos experimentar ahora la resurrección en esta vida. Vivir una vida resucitada, solo es posible en la experiencia del Amor de Dios!  ¿Qué significa para nosotros vivir una vida resucitada?
Jesús ya dijo algo de ello en la parábola del hijo prodigo: cuando al final, en el encuentro del hijo pródigo con el padre (Lc 15), después de abrazarlo, rodearlo de besos y amor, al traerlo a casa dice: “este hijo mío estaba perdido y ha sido encontrado, estaba muerto y ahora vive”. ¿Cómo puede decirse de un chaval que estaba muerto y ahora vive? Jesús estaba equiparando la vida del hijo sin la experiencia del amor de Dios Padre con la muerte, y después tras el abrazo de amor misericordioso del Padre, el chaval entra en otra calidad de vida.
Hace poco recibí un video en el que se muestra el amor extremo al que puede llegar un padre por su hijo. Muchos ya lo habréis visto. Un hijo con parálisis cerebral le pide a su padre que si podían correr juntos el triatlón que consiste en correr, ir en bici, y nadar largas distancias. Durísima prueba en la que a los participantes les llaman “ironmen”, debido a su dureza. Y el padre accede a lo que le pide su hijo, corren juntos la prueba con lo que supone nadar atados a una lancha zodiac donde viaja su hijo. Después rápidamente se ve como deja el agua y le sube en brazos rápidamente a una bici adaptada con un asiento para su hijo en la parte de delante de la bici. Y exhausto deja la bici y todavía queda la parte más dura de correr un montón de kilómetros con su hijo en un carrito al que el Padre empuja.  Lo que impresiona del video es el cariño, y el cuidado del padre, y la alegría inmensa del hijo de llegar a la meta. Se le ve eufórico. Se te saltan las lágrimas. Dentro de los límites físicos del hijo, éste es capaz de expresar una alegría indescriptible.
El video me lleva a preguntarme: ¿cómo llevo yo mis propios límites, mis propias parálisis? Los defectos, mis errores y los de los demás. ¿Vivo en la intolerancia o experimento un amor resucitado que no me ata a los límites de la intolerancia?
No es difícil reconocer que lo humano es esencialmente imperfecto. En nosotros conviven nuestras mejores capacidades con lo frágil, lo feo y lo enfermo. San Pablo lo dice: “llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, más no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo”. (2 Cor 4,1-10).
El barro afea la vida hasta el punto de enfadarnos por ser barro. Desearíamos extirpar de nuestra vida todo lo que la hace débil, lo que nos hace sufrir. Pero tenemos que admitir que negar nuestra propia debilidad es negar nuestra propia identidad humana, y éste es el camino más corto para la infelicidad,  la desdicha y  la intransigencia. Negar mi debilidad es el camino para volverme insoportable y hacer insoportable la vida a los que me rodean. 
Imaginaros al padre del video riéndose de los sueños de su hijo. “Pero que dices borrico: ¿Cómo vas a correr la maratón si eres un tullido, un paralítico, un incapacitado?”. No estaría mintiendo, pero estaría destrozando los sueños y las ilusiones de su hijo. A veces con nuestro realismo y nuestra sinceridad, dañamos, destrozamos, matamos. Esta mentalidad no habla de resurrección. Nuestra exigencia asfixia. Esto no sabe a resurrección.
Bendita mirada la del padre que es capaz de comprometerse con su hijo y poner lo que está de su parte para equilibrar los límites del otro. Bendita mirada la del padre de la parábola del hijo pródigo que ve en el hijo perdido y pecador la esperanza de una vida nueva. No lo hecha de casa, al contrario se merece más amor, más abrazos, una verdadera fiesta. Este tipo de amor es capaz de resucitar a un muerto!! La gente más conflictiva y más insoportable es la que más amor necesita. Y eso lo olvidamos. Nos vamos con quien espontáneamente me llevo bien. Y los simpáticos están siempre rodeados de amigos y de atractivos planes. ¿Pero quién amará a los feos, a los enfermos, a los que no nos caen bien? La resurrección nos invita a amar a quien menos lo merece, porque es quien más lo necesita.
Vivir la resurrección es aprender a reconciliar los límites y los aciertos. Las virtudes y los defectos propios y de los demás.  Pues en nosotros convive el trigo y la cizaña,  la sonrisa más bella y más franca, con la ambigüedad y la doble intención.  El interés egoísta y la gratuidad. Convive el ángel y el demonio. Jesús mismo nos muestra en su humanidad su fatiga junto al pozo de Jacob, y su vitalidad en las bodas de Caná. En Él vemos la fiesta entrando a Jerusalén el domingo de Ramos y también su rabia en el templo expulsando a los mercaderes. En Él encontramos el fracaso de su muerte en cruz, y su victoria gloriosa en la mañana de Pascua.
Que bueno si en nosotros también hay algo de “bipolares”. Es el papá en traje y corbata de trabajo que luego da gritos y saltos eufórico porque su equipo mete gol… es el padre responsable que se sienta a hacer los deberes con sus hijos todas las tardes y luego se transforma en el rebelde en un concierto de rock. Es la formalidad del alzacuellos y las zapatillas nike fosforito para salir a correr media marathon.
Convivir en esta pluralidad nos habla de resurrección. Y esa pluralidad nos hace comprensivos con las imperfecciones de los demás. Feliz elasticidad que nos hace sitio a todos. Feliz amor resucitado que acepta la diferencia de los otros. No hay una única forma de acercarnos a Dios, o de amar, o de vivir, o de ser familia. Gracias a Dios no hay un único sabor, una única música, un único deporte. Hay una variedad muy amplia. Pero eso nos tiene que ir asemejando a Dios que hace salir el sol para todos, los buenos y los malos. Que nos ha preparado un sitio en su casa, en la que hay muchas estancias, para celebrar el banquete definitivo y glorioso. Este estilo de vida si que sabe a resurrección. 

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