P. Luis J. Tamayo
El domingo pasado celebramos
la Fiesta de la Ascensión, este domingo celebramos la fiesta de Pentecostés, la
venida del Espíritu Santo. Con esta fiesta acaba el tiempo de Pascua.
La Escritura describe al ES
de diversas formas, fuego, paloma, y viento. Cuando hablamos de la imagen del "viento impetuoso", hace
pensar en el aire, que nos permite vivir en él. Benedicto XVI dice que lo que
el aire es para la vida biológica, lo es el Espíritu Santo para la vida espiritual;
y, como existe una contaminación atmosférica que envenena el ambiente y a los
seres vivos, también existe una contaminación del corazón y del espíritu, que
daña y envenena la existencia espiritual. Así como no conviene acostumbrarse a
los venenos del aire, se debería actuar del mismo modo con respecto a lo que corrompe
el espíritu. La metáfora del viento impetuoso de Pentecostés hace pensar en la
necesidad de respirar aire limpio con los pulmones, como con el corazón el aire
espiritual, el aire saludable del espíritu, que es el amor. “El defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre,
será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.”
Una
forma de identificar la contaminación de la mente es la voz del Acusador. ¿Quién no ha experimentado la voz del Acusador
tirando por tierra –en algún momento de la vida– la esperanza, el ánimo,
llevando a verlo todo negro, empujando al desánimo y acabar descorazonados, desalentados,
abatidos o tristes? Esto es lo que contamina el corazón del hombre. En
situaciones donde uno se siente más vulnerable como una enfermedad, tiempos de
exámenes, estrés en el trabajo, un embarazo, dificultades de comunicación en el
matrimonio, el fallecimiento de un familiar, cuando ves que a final de mes no
llegas, o se habla en la empresa que van a recortar número de empleados. La voz
del Acusador cobra fuerza… no es que antes no estuviese, sino que ahora por
estar en situaciones de vulnerabilidad coge más fuerza, hasta tal punto que lo
ves todo negro… que te ves en un túnel sin luz al fondo. De repente nada tiene
solución.
El
otro día se me acercó un hombre, me empezó a contar su situación en su familia.
Fue precioso ver el proceso que realizó la persona, de cuando empezó a hablar a
cuando salió del despacho. Yo sólo escuchaba, en un primer momento todo lo que
describía era maravilloso, luego al sentirse en confianza empezó a soltarse y
todo se hizo negativo… tenía necesidad de desahogarse… y antes de acabar, le
hice unas cuantas preguntas… empezó a reflexionar y de repente todo empezó a
tomar un tono más positivo. Al final se dio cuenta que las cosas no eran tan
negativas, sino que era él quien así las veía. Ese “caer en la cuenta” de la
realidad… es el Espíritu Santo!! “El defensor, el Espíritu Santo,
que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya
recordando todo lo que os he dicho.”
A
veces lo vemos o todo blanco o todo negro. O todo es terrible, o todo es
maravilloso. ¿Cómo pueden cambiar las cosas tan rápidamente? Espera! Hace falta un equilibrio. Busca a
alguien que te objetive, que te muestre la luz al final del túnel... Párate y
pide luz al Espíritu Santo. La voz del Acusador tiene la misión de desanimar,
de hacerlo todo imposible, de ponerle mil quejas, de hacer ver que las cosas no
marchan. Pero también es cosa del mal espíritu hacerte ver todo excesivamente
ideal, sin ningún problema… es la fantasía o falta de la realidad. Te hace
creer que todo lo has conseguido tu para que el orgullo te suba. Y ya sabemos la ley de la gravedad: todo lo
que sube baja.
Necesitamos
al Defensor, al Espíritu Santo, que nos trae el sano juicio, una mirada
equilibrada sobre las cosas. Él es quien te pone los pies sobre la realidad. Te
deja ver lo negativo, pero con don de la esperanza que fortalece y anima para
superarlo; y te sabe hacer ver lo positivo en agradecimiento con la certeza que
Dios te lo ha dado.
¿Cuál es la gravedad de no descontaminarse? ¿Cuál es el problema de no
desenmascarar la voz del Acusador? que acaba por afectar la libertad. Mis actos
están movidos por mis percepciones, acabo actuando según mi percepción de la
realidad. Y las cosas, muchas veces, no son sólo como yo las percibo, sobretodo
si mi mente está contaminada por la voz del Acusador.
Jesús nos ha regalado varios
medios preciosos donde el Espíritu actúa de forma perceptible: la dirección
espiritual y de la confesión (entre otros). Abrir lo que hay dentro, dejar que
la luz entre: lo bueno y lo malo. Necesitamos de momentos especiales donde el Espíritu
Santo actúa sacramentalmente, donde recibo al Defensor por la imposición de las
manos del sacerdote, donde acontece ese “caer en la cuenta” por la iluminación del
Espíritu Santo, donde acabo por ver luz al final del túnel.
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